Revista Diario

-¿Qué diferencia hay entre talento y oficio? -preguntó el azulejo a un negrito.

Publicado el 24 marzo 2017 por Elcopoylarueca

-¿Qué diferencia hay entre talento y oficio? -preguntó el azulejo a un negrito.
Se alquiló una habitación cerca del río del Almendares. Se marchó allí porque en su día aquel lugar le había inspirado, había hecho brotar de los recovecos de su mente, su célebre Candela. Pero había pasado mucho tiempo desde aquello. Ahora el río olía a podrido y la suciedad impedía ver el fondo del mismo.

-No importa, de aguas estancadas han salido buenos poemas -dijo con la intención de convencerse a sí mismo.

Al salir de la casa de huéspedes, camino del parque del Almendares, una ventana abierta de un piso bajo lanzaba a la calle una música machacona,  un éxito de las noches de carnavales.

Se fue caminando por las aceras estrechas, observando a los vecinos asomados a los balcones desconchados de sus casas. ¡Cuánta tristeza había en las miradas perdidas de los rostros apergaminados!

Por fin llegó al puente de hierro oxidado. Abajo, el río indolente dejaba que dos botecitos se deslizaran por sus aguas; unos descamisados que remaban lo saludaron. Él, sorprendido, les preguntó: -¿Es que hay peces nadando en este caldo? -Ninguno respondió.

Anduvo un buen rato por entre los caminitos de tierra del parque tropical. La ávida sordidez le había engullido el ánimo y estaba a punto de darse la vuelta cuando, en un rinconcito umbrío, custodiado por dos palmeras reales, topó con un banco de hierro igual de oxidado que el puente que había cruzado. En el respaldo, unos azulejos servían de coro a la brisa. Se detuvo ante aquel espectáculo. Y fue cuando levantó la vista para descubrir que el cielo se reflejaba en las plumas de los pájaros, que los árboles, que había conocido en su infancia y que sombrearon sus tardes de adolescencia, continuaban allí, fortalecidos y reverdecidos. Algunos, incluso, habían entrelazado sus ramas en señal de hermandad.

Olvidó los matorrales y las zarzas que mostraban abandono, la suciedad que invadía todo el parque y el tufo de las aguas estancadas del río. Y su mente empezó a volar. Contento con el resultado que había conseguido -se sentía emocionado- decidió llegar cuanto antes a la habitación alquilada. Allí le esperaban la máquina de escribir y el papel reciclado que había conseguido en el mercado negro.

Desiderio ya no miraba las casas destartaladas y los ojos de los balcones que le seguían con la mirada. Llegó y saludó a la familia que lo hospedaba. Pidió que le subieran, por favor, un café bien azucarado. Se descalzó, se desabrochó la guayabera y se sentó frente al teclado, seguro de que esta vez acataría las órdenes que él le transmitiría con sus manos.

Tocaron a la puerta: -Con su permiso, aquí le traigo su buchito de café y un vasito con agua para la sed.

“La tarde me sorprendió en medio de ….”. No. “Una tarde dando un paseo llegué hasta el parque  del Almendares y….”. No. “El Almendares me trae buenos recuerdos de infancia….”. No. Desiderio no podía salir de la primera frase recogida en una línea, no se le ocurría nada que agregar. Entonces decidió comenzar por el trino encantador de los azulejos posados sobre la herrumbre, pero tampoco consiguió avanzar. Se puso nervioso y las manos le sudaban. Se levantó de la mesa, encendió un cigarro y anduvo un buen rato dando zancadas por el sórdido cuarto que había alquilado. Abrió la ventana, pensó: “quizás si entra la brisa, quizás si un pájaro canta, quizás la fetidez del agua, quizás…”. Nada lo inspiraba.

Desiderio había decidido acercarse al parque del Almendares porque aquel sitio, en su día, muchos años atrás, le había dictado los versos de su Candela. Desiderio había olvidado que no eran la arboleda, el río y las aves los responsables de su arrebato de mocedad, sino la muchacha de cabellos rojos y mirada verdiazulada, ella era la razón de ser del único poemario que había creado.

Dos días largos pasaron antes de que se diera cuenta de su error. Entonces decidió tirar por el camino de la melancolía. Recordar a Candela, pero no la idealizada en su poema, sino a la Candela viva. “Tengo que rescatar la despedida, tengo que recrearla, tengo que traerla de vuelta a mis páginas”, se dijo al tercer amanecer de no tener nada que contar, nada que narrar.

El plazo se iba acortando, Desiderio tenía que escribir aquel libro que le habían pedido por encargo. Era una oportunidad que llevaba años esperando. Pero no lograba ensartar las palabras en el hilo de seda con que pretendía construir su poema. Los niños jugaban en la acera y algún inquilino de un piso bajo compartía con el vecindario la rumba más popular de los carnavales.

Desiderio, el articulista de la única prensa que circulaba, seguía sin inspiración. Su periodismo era de oficio. Su Candela, un golpe de suerte, un amor de juventud. Estaba incapacitado para sacar del vacío las frases imaginativas que crean ilusiones.

-¿Qué diferencia hay entre talento y oficio? -preguntó el azulejo a un negrito.Desiderio nunca entendió que no se trataba solamente de encontrar una idea. A pesar de sus asiduas visitas al parque del Almendares, nunca echó en falta los merenderos de antaño, llenos de golosinas y muchachas que servían con delantales bordados, no fue capaz de acercarse al anfiteatro de marionetas y títeres donde los niños reían ilusionados, nunca más levantó la vista para contemplar las copas de los árboles del bosque urbano, y, lo que es peor aún, desoyó el ¡hu-up! del camao que le avisaba que la tierra estaba regada de simientes de güira.  Recordaba el cuerpo de Candela, pero nunca pudo evocar ni su voz, ni su sonrisa, a pesar de que los azujelos y negritos seguían trinando en los bancos herrumbrosos del parque del Almendares.

-¿Qué diferencia hay entre talento y oficio? -preguntó un azulejo a un pajarito.

-En las lianas trepadoras está la respuesta -cantó con su pico grueso y su voz melodiosa el negrito.

-¿Qué diferencia hay entre talento y oficio? -preguntó el azulejo a un negrito.

Nota: Relato amenizado por el canto de un azujelo cubano.

-¿Qué diferencia hay entre talento y oficio? -preguntó el azulejo a un negrito.


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