Revista Literatura

10. MIRANDO ATRÁS (La Flor contada).

Publicado el 18 octubre 2018 por Marga @MdCala

Ariadna había vertido muchas, muchas lágrimas amargas. Hiel pura sobre su bonito rostro.

Cuando Alberto le confesó, tras una semana de miedos compartidos por una relación moribunda, que estaba enamorado de otra, se sintió morir. Literalmente. Por mucho que su cerebro lo había ido asumiendo, digiriendo, su corazón se mantenía inasequible al desaliento, al desapego. Testarudo y empecinado en aquel hombre. Solamente una vez se entrega el alma… cantaba el maldito bolero, y ella lo creía a pie juntillas.

Tardó cinco largos años en comprender que el motor de su vida se había apagado. Cinco años en los que siempre pudo contar con la amistad sincera -aunque románticamente interesada- de Fernando. Este fue capaz, a duras penas, de guardar sus sentimientos hacia Ariadna, hasta que ella estuvo totalmente repuesta de la mortal herida. Convalecieron y se otorgaron el alta médica de forma recíproca.

Él la quería desde siempre. Ella aprendió a amarle con el trocito de corazón que le quedaba sano.

Un día, un extraño día de primavera en Sevilla, Ariadna vio, a gran distancia, a la madre de Alberto esperando un autobús en la céntrica Plaza de la Encarnación. Sin pensarlo dos veces (no lo hubiera hecho, entonces), corrió como alma que lleva el diablo para saludarla, y participarle su maravillosa novedad.

-¡Hola, Carmen! ¿Qué tal está? ¡Cuánto tiempo! -dijo Ariadna, abordando a su exsuegra, y aún asfixiada por el esfuerzo de la carrera.

-¡Hola Ariadna! Pues bien, hija. ¿Y tú, cómo te encuentras? Qué casualidad vernos por aquí.

-Sí. Vengo de probarme por última vez mi vestido de novia. ¡¡¡¡¡Me caso este sábado!!!!! Será en la Iglesia del Salvador, en mi pueblo, ¿lo recuerda? A las seis y media de la tarde.

-Pues nada, querida. Te doy mi enhorabuena. Que seas muy feliz.

-Eso espero, Carmen. ¡No sabe cuánto me alegro de volver a verla! ¡En serio!

10. MIRANDO ATRÁS (La Flor contada).

Cuatro largos e insomnes días más tarde, Ariadna se casaba con su novio en la misma Parroquia donde un lejano día se bautizara, con la asistencia de toda su familia, sus amigos, sus vecinos, algún que otro curioso…

Por más veces que volviera la mirada en el Altar, no consiguió ver lo que sus ojos pretendían. Esos mismos ojos que, al derramar de nuevo algunas lágrimas, solo pudieron encontrar la complacida sonrisa de Fernando.

La emoción de la novia le confirmaba, por fin, su amor.

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