El periódico, despedazado e inerte en el suelo, cobijando lunares de pintura blanca que adornaban, flamencos, sus viejas noticias, se sentía morir.
-Recuerdo -lamentábase-, el olor a tinta fresca, el dolor de las grapas en mi costado, aquellas páginas siamesas, y el cosquilleo de los finos dedos de esta pintora al despegarlas…
¡Mi dama querida, tan bella e intelectual! Ahora, postrado a sus pies, le presto mi último servicio, y siento cercana y doliente mi despedida.
Y empapado de pintura y lágrimas de impotencia, notó cómo su dueña lo abrazaba por última vez para dar fin a su breve romance…
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