Revista Literatura

7. TODO UN AÑO (La Flor contada).

Publicado el 13 octubre 2018 por Marga @MdCala

Tardó todo un año en darse cuenta de lo que su sexto pero lento sentido le decía una y otra vez: “No es esto, Clara. No es esto”.

Doce meses de dudas, dolores de cabeza crónicos, insomnio, mariposeo y vértigo interior, coqueteos, flirteos, mensajes y, finalmente, citas.

7. TODO UN AÑO (La Flor contada).

-¿A quién hace daño un café, una charla, un reencuentro…? A nadie.

Se autojustificaba de manera constante para evitar a su aguda y persistente conciencia. Necesitaba atención y cariño. No lograba soportar que todo estuviera dicho, sabido y hecho. Y, por consiguiente, muerto.

La conjunción de una época de inestabilidad conyugal y una edad conflictivas, formó la gota que colmó el vaso para tan funesta decisión. La apuesta de retomar el contacto con un viejo amigo de la infancia. Un –ahora lo sabía- mujeriego empedernido, juerguista, bebedor social -y asocial- y fumador incansable. Otro de los asuntos que jamás lo agotaban era la caza de presas tan desahuciadas y desestimadas por sí mismas como la que en este relato se describe.

Pero eso Clara no lo sabía. Aún. Tardaría todo un año.

La Red social que ambos frecuentaban fue el caldo de cultivo ideal para la propagación de piropos, confidencias, risas, cotilleos, desahogos maritales y, posteriormente, el flirteo, el coqueteo, la cita y la innecesaria cama. La superflua y equivocada cama.

Clara, amiga íntima y especial, uña y carne mía, me lo cuenta, y sigue contando todo, entre lágrimas de remordimiento y pesar: quiere que yo sea la vía para su catarsis. Desea volcar todos esos recuerdos inútiles y claustrofóbicos en otro espacio, sea cual fuere, para liberar su mente y su alma. Ambas sabemos que es ardua la tarea, pero no  nos queda otra.

Yo la escuchaba y observaba, entonces, también a través de la Red de amigos. Compartíamos todas nuestras vivencias: fútiles y aburridas las mías, escandalosas y mórbidas las suyas, como ama de casa infiel y doliente. Porque a pesar de vivir una aventura extramatrimonial, Clara no era feliz.

No era aquello.

Se dejó llevar por Eduardo, como se podía haber dejado llevar por Antonio, Francisco, Manuel, Ricardo… una salida. Solo buscaba, con desesperación, una salida.

Y la salida se convirtió en una ratonera. Maldita sea la vida.

-¿Estás conectada?

-¡Claro! Siempre lo estoy. Cuéntame, amiga, ¿qué te ha dicho hoy?

-¡Dios mío! Me ha propuesto ir juntos a un hotel. Pensé que todo quedaría en un café parlante de vez en cuando; unas risas y un mísero coqueteo… ¡Pero él quiere más! ¿Qué hago? ¿Qué harías tú en mi lugar?

-Debes saber que un hombre no se contenta con lo mismo que una mujer: para ellos el café del reencuentro no es sino un salvoconducto para tantearte y ver hasta qué punto estás interesada en él y él en ti, claro, porque puede ser que se haya llevado un chasco o una decepción. El tiempo pasa y… pero vaya, que si te ha propuesto cama es porque le has debido de gustar mucho. Clara, acéptame un consejo: anteponte siempre. En caso de duda, tú antes que él. Recuérdalo.

-¿Y si le comento que prefiero mantener las cosas como están? ¿Crees que querrá continuar con una amistad picante como hasta ahora? ¿Se cansará y me dejará?

-Probablemente haga eso último, amiga. O permitirá que la situación se enfríe hasta que seas tú quien lo deje a él;  ya ha puesto sus cartas sobre tu mesa: quiere sexo y lo quiere contigo. Tú ¿qué quieres?

-Amor, niña. Yo siempre he querido amor.

Cuando me contaba estas cosas, tenía que frenar en seco la conversación: no podía ser cierto que una mujer de 40 años aún anduviera errante por la vida en busca del amor perdido. Máxime si era casada y con hijos. ¿Qué diablos pasaba con ella? ¿Aún no le había quedado claro que el amor novelesco no existía? ¿Qué los príncipes azules desteñían al primer lavado? ¿Qué no podía vivir en una permanente fantasía? Y por otra parte: ¿cómo convencer a alguien que ya ha decidido -aunque se lo intente ocultar a sí misma- cuál será su destino? Imposible.

Yo la quería y odiaba tanto que no me podía permitir la objetividad de una buena consejera. De modo que intentaba cambiar de tema. Ella no me lo consentía. Pretendía que fuera yo quien la abocara a su propia muerte. Y eso era pedirme mucho.

-¿Niña? ¿Sigues conectada? Dime qué debo hacer; sabes que no puedo tratar este tema con nadie más.

-Y si hablamos de ir de compras, de las próximas vacaciones, de lo que estamos leyendo… ¿qué te parece?

-De acuerdo, no te molesto más. Hasta mañana. Buenas noches y perdona mi insistencia. A veces olvido lo egoísta que llego a ser.

-Buenas noches, Clara. Descansa.

Pero jamás descansaba. Aun desconectada para no permitir su aluvión de dudas y preguntas, podía observar cómo volvía a entrar en la Red y en el Chat a buscar, siempre a buscar… amor.

Consiguió mantener aquella amistad envenenada durante seis meses. Medio año en el que el tenorio de medio pelo revoloteaba su capa de doble lectura, para ofrecerle a la confusa Clara una de cal y otra de arena. Ella siempre se pensó única. ¡Habrase visto tamaña ridiculez!

Él le hablaba incansable de amor. Se lo zarandeaba ante su rostro cual zanahoria atrayente y nostálgica. Y ella picaba y lo seguía ciega, disfrazada de un romanticismo que añoraba y rogaba a gritos mudos. Su marido, relajado en demasía, la tenía asegurada y abandonada en su confortable hogar. Ya se lo había dicho todo. Ya se lo había hecho todo. Ya se lo había dado todo, o eso pensaba él.

Hasta que llegó el día. No pude hacer nada por ella. Mea culpa.

Me lo contó a toro pasado: habían ido al hotel  -la insistencia del donjuán era exagerada- y habían hecho el amor. Tanto ella, como el casanova, como yo, sabíamos que únicamente habían follado. Pero ninguna mencionamos la cuestión. Y ambas nos nacionalizamos suecas de inmediato.

-¿Crees que he hecho bien? Me mortifica la conciencia, niña. ¡Pero es que lo perdía! ¡Lo perdía!

-Te has dejado llevar, hermana. Ante la duda de la soledad, has hecho lo que él te pedía y ahora sientes que no has sido tú. Has sido la que otro quería. Una vez más, Clara. ¡Una vez más!

-¿Me lo reprochas?

-Sí. Ahora te jodes. Y te jodes sola. ¿Cuántas veces te he dicho que antes que nadie en el mundo estás tú? Te admito que antepongas a tu familia, en algún caso. ¿Pero que te juegues tu bienestar mental, moral, conyugal por un trasnochado tenorio de tres al cuarto? Por favor… No busques mi aplauso, que no lo encontrarás.

-¡Dios mío, no me hables así! Yo solo quería, solo pretendía…

Y volví a desconectarme. Condenada niña.

Clara se dejaría caer por el precipicio del asqueo propio otras dos veces más. Hasta que -al fin- observó que aquello, aquel tremendo sacrificio que hacía por conseguir amor, no daba los resultados esperados. Eduardo Tenorio ya andaba a la búsqueda de una nueva presa. Otra más fresca. Más fácil. Más apetente, que no apetecible.

-¿Niña? Ya estoy segura, amiga. Intenta verse con otra mujer.

-Normal. ¿Qué esperabas? Sé sincera contigo misma. Ya no tienes quince años, Clara.

-Me dijo que era especial. Que estaba enamorado. Que yo era única, que me había querido siempre. Desde siempre. Me dijo…

-¡Basta! Te dijo lo que tenía que decirte para que accedieras a acostarte con él. ¡Despierta de una vez! ¡No seas simple!

-¿Tú crees? Sabes que eso me hace mucho daño. Imagino que estarás segura de lo que dices.

-Tan segura como que ese hombre solo se quiere a sí mismo. Jamás ha querido a nadie más. Ni querrá a nadie más. Dudo incluso que pueda sentir algo que no sea el propio placer.

No me contestó. Se desconectó inmediatamente, pues aquello no era lo que pretendía escucharme. Pero las amigas de verdad, las incondicionales, no están solo para reírte las gracias. Están para las duras y para las maduras.

Clara se hallaba en la sima de su soledad y no encontraba solución. La confianza era algo que tardaba mucho en lograrse y, sin embargo, podía evaporarse en un segundo. ¡Qué gran verdad aquella!

Desapareció de la Red social. Abandonó su blog personal y nunca más supe de ella. Ya no me hablará. Ya no me contará. No creo que viva siquiera.

Ahora, en la actualidad, esa otra parte de mí que era Clara, ya no osa aparecer con su simpleza y su ingenuidad. Tampoco con su encanto y belleza.

Ahora solo soy una mujer. Me sigo llamando como ella, pero ya solo me permito ser callada, seria, escéptica, dura, fría, inteligente… Aquella perturbada que jugó a la ruleta rusa con su corazón y perdió, ya no existe.

Todo un año de vida. Ahora descansa en paz, loca mía.

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