Revista Diario

Abrázame el viento.

Publicado el 14 febrero 2017 por Luci Di Prima

Abrázame el viento.

Martes 11:30h      

      Aysha deja que la acompañe a tender las sábanas en la azotea, suele golpear mi puerta al mediodía. No es cada día, pero respirar el aire allá arriba me da un poco más de vida. En la residencia no hay demasiadas distracciones, no quiero pensar que estoy encerrada, aunque la claustrofobia tira adentro. Me acostumbré a casi todo, excepto a no poder salir a la calle, tampoco añoro el bullicio, nunca me gustó, es el simple hecho de volar mi cuerpo encima de los demás o la melancolía de los tejados callados rascando el cielo callado. Lo hacemos no más que en el silencio de su sonrisa, le voy pasando las pinzas, ella se agacha, y las sábanas blancas ondean el viento, algo como izar banderas limpias de derrota en esta guerra estanca y anudar las cuerdas de los lazos que me soportan y tanto me ahogan.

      Aysha es madre y esposa. Habla poco español el color de su piel azafranada del sur y la mañana. Un velo oscuro cubre su pelo que reza a un Dios siempre que puede. Nada es perfecto, ni creer, ni obedecer, tal vez aceptar la divina misericordia de unos y otros, y su eterna amabilidad y el olor a lejía en las palmas blanquecinas de sus manos. La sigo por la escalera estela de su bata azul, diferente a la de las enfermeras, en ella todo es diferente, por eso me gusta tanto.

      Hoy ha sido antes. Cuando está seria pienso en sus problemas, oí que uno de sus hijos se tira horas en la calle, y que su esposo trabaja poco o casi nada. Me gusta hablarle en silencio, con miradas, diciéndole que todo está bien. Busqué cómo se pronunciaba ánimo en árabe, pero no me atreví nunca a decírselo. Me sucede con la gente que me importa, soy de esas a las que le sobra saber que nunca necesitó a nadie. Cómo se sienta en el borde de la escalera y estira sus calcetines de lana cuando nadie la ve. Creo que paso tan desapercibida como ella, y me añoro decírselo pero no puedo. Hoy sus labios cortados no sonríen. Hasanana.

      El sol proyecta su sombra en las sábanas, mientras yo me columpio sobre la ciudad. Es una sensación agradable, noto el frío corre y encojo mis hombros. Doy vértigo a pequeños pasos, uno detrás de otro, juntando la punta derecha y el talón izquierdo. Aysha no quiere que le ayude, es sólo por la compañía, supongo que mi excusa es parecer débil, estar demasiado delgada, no lo sé. Cruzo mis brazos y la observo callada lanzar a cuestas su espalda y doblarse para levantar y levantar. El viento de febrero forcejea con sus brazos, el tumulto de telas y trapos tienden ganas de quitarle, más y más viento. Sopla tanto viento que deshace el nudo de su velo y repentino despierta su pelo, sus manos perdidas, el velo atado en la solapa de su bata, el pelo gritando oscuro y dorado. Suelta las sábanas al suelo, lleva torpe sus manos asustadas, todo se detiene un segundo, toma aire profundo, cierra los ojos y se lo acaricia desde la frente, allá arriba, más alta que nadie su pelo largo vuela. Abrázame el viento. Toda su intimidad sobre la ciudad que acorrala, la melena y ella, ella más libre. Abrázame el viento de tu libertad. Es ella, es de verdad ella. Nos miramos y se ríe, sacudiendo las sábanas, el velo, y su pelo, sacudiendo salvajes todos los silencios de su vida. Todo está bien, por un momento todo está bien.


Abrázame el viento.

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