Revista Diario

“¿Adultismo? Si solo son niños…”

Publicado el 26 agosto 2018 por Writera8 @escribiendoelc1

Me gustaría compartir una escena que presencié el otro día. No porque fuese algo insólito, de hecho no llamó la atención de nadie más, estoy segura. Es una escena por la que la mayoría de la gente no se inmuta, es una situación muy normal. Quizás has vivido una similar en los distintos papeles. Pero por eso mismo la quiero compartir. Para mí, tiene que dejar de ser cotidiana, me perturba, y es importante que hablemos de las prácticas más normalizadas, ya que sobre las más escandalosas, las que han llegado ya al límite, casi todxs estamos de acuerdo, no hay mucho debate. Para mí, estas son las que encienden la chispa de lo que puede venir después, y nos llevaremos las manos a la cabeza sin entender cómo hemos llegado allí.

Hay que hablar de en qué valores educamos cuando reproducimos lo aprendido, con nuestras prácticas normalizadas, para evitar que pieza a pieza acabemos desencadenando en lo que nunca defenderíamos ni enseñaríamos.

El otro día, en el tren, viví esta escena tan común, y que tanto deseo que deje de serla.

Una madre viaja con su hijo, y un hombre mayor sentado cerca empezó a hablar con ellos y hacer carantoñas al niño, de unos 4 o 5 años, y a preguntarle sobre fútbol y amiguitos. Empezó con el típico juego de “¡ay, que te voy a comer la oreja!”, ante lo que el niño gritaba “¡NO!”. Durante un rato, reía, pero cuando el hombre ya se acercaba y decía que iba a cogerla y comérsela, y le dejaría sin, el niño empezó a tener algo de miedo y estar molesto, así que dejó de reírse y se mostró más enfadado: “¡NO! ¡No te la vas a comer!”

La madre, al ver que su tono era ya más alto, recriminó al niño pidiendo que fuera más educado. El niño, y prometo que es verdad y no lo hago por añadir dramatismo, contestó por lo bajini: “Mama…no me quieres”. Ella rió por el comentario, algo sorprendida, pero quitándole importancia. “¿pero qué dices, hijo?”

Al salir, los tres en la misma estación formando una fila, el hombre estaba detrás de él y siguió con el juego, pero esta vez cogiéndole las orejas de verdad, tocándole por detrás, y la respuesta del niño fue la de mostrar claramente su rechazo “¡Déjame!, ¡No vas a quitarme las orejas!, ¡No hagas eso!…¡que no quiero!”…y finalmente, el niño contestó: “¡Pues yo te las voy a comer a ti!¡Te las voy a quitar!”. La madre, que hasta el momento solo observaba la escena, le volvió a recriminar: “¡Pero hijo…! Disculpe señor, de verdad…no sé qué le pasa ahora, disculpe, eh!”, “No le digas eso al hombre”.

Quizás no os parece nada del otro mundo y os parece muy exagerado, pero lo vivo como algo muy violento y lo más frustrante es que era la única muriéndome de ganas de salir en defensa del niño, lo que hubiera desconcertado a todos los presentes, claro. Casi nadie lee esta situación como violencia. Porque los niños no tienen voz, sus cuerpos son de los adultos.

Pero lo cierto es que l@s niñ@s sienten rechazo, asco, agrado o desagrado, simpatía o antipatía por las personas, y enfado por las situaciones que no les gustan. Igual que nosotros. Pero son niñ@s, y cuando sacan su voz no les dejamos. Les obligamos a aguantar lo que nosotros nunca aguantaríamos. Como hacemos con tantas cosas. Les anulamos y negamos que tengan una personalidad. Y lo peor, les negamos el derecho de expresar, defenderse, poner límites a los demás. Aprenden, así, a que deben hacer lo que otros quieren, aunque sea con su cuerpo, para no ser “maleducados”, no enfadarlos.

Mi objetivo aquí no es desahogarme y juzgar y criticar a madres y padres, que sé que es de las cosas más complicadas en la vida y que tod@s deseamos hacer con amor. Tampoco culpar a este hombre de nada, que solo estaba jugando como siempre se ha hecho. Solo repetimos y perpetuamos lo aprendido. Y somos responsables de cambiar esto, porque lo aprendido, a veces, es cruel.

En esta escena, como en tantas otras, despojamos al niño de ser dueño de su propio cuerpo. No tiene voz. Su cuerpo es de nuestra propiedad y aprende que puede ser tocado por otros, y no puede defenderse. No solo no le defienden sus seres más queridos, si no que será recriminado si intenta defenderse de los que le están tocando sin su consentimiento. No hace falta que diga las consecuencias que esto puede traer en el futuro, además de la situación sufrida ya.

Ojalá dejemos de tratar a l@s niñ@s como una especia aparte, que nos pertenece y no juega con las mismas reglas que nosotros, no tiene los mismos derechos. Su cuerpo es suyo y su miedo y tristeza tan intensos como los que sentimos nosotros. Basta ya de minimizar y tomarse como un juego todo lo que sienten. Que esto nada tiene que ver con darle todo lo que pide. Como toda situación de abuso de poder, la clave está en hacerse consciente de él y responsabilizarse.

Hablo de empezar a reconocer ya la personalidad única que tiene cada niñ@, y salir en su defensa, si está sufriendo, y no la de desconocidos que les molestan, cuando la persona está pidiendo espacio y respeto. Su rechazo a que no les toquen sin permiso es tan importante como el que siento yo. Que aprendan que tienen poder sobre sus cuerpos y legitimidad de defenderse. Tenemos que protegerlos mientras se sienten indefensos ante los adultos. Y que vayan aprendiendo a poner sus límites, desde lo que sienten y necesitan, no desde lo que les exigimos y esperamos desde fuera.

*Os invito a que ante una primera reacción que podáis sentir de rechazo o burla de esta “exageración”, le deis una oportunidad para plantearos si lo podéis considerar en algún caso violencia, y si en ese caso vale la pena replantearnos algunas cosas.

Y me encantará saber vuestra opinión sobre este tema 🙂


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