No pudiste ver como buceaba desde los pies de la cama hasta llegar al cabo de la cama, a la almohada. Y, justo ahí, reposaba tu cabeza. Ni siquiera notaste mi respiración. Fui invisible a todos tus sentidos como una medusa transparente, casi imposible percibir hasta que decide aparecer y rozar a su presa.
Es entonces cuando el tacto percibe una presencia extraña, cuando la respiración se altera, la boca se seca, la vista se pierde intentando localizar a quien o qué le ha tocado, y el oído, intenta agudizar el sensor, esperando que le oriente y localice, al ser que le ha perturbado la piel.
Es entonces cuando despiertas, enciendes la lámpara de la mesita de noche y súbitamente te das media vuelta y me encuentras, a tú lado, justo ahí, al otro lado de la cama.
Me sonríes y tu forma de mirar me lo cuenta todo. Ahora, por fin nos hemos encontrado. Solo falta que apagues de nuevo la luz.