Revista Talentos

Algún día

Publicado el 14 agosto 2015 por Isabel Topham
No entendía por qué las cosas le iban tan mal, y cuánto peor le iba mejor vivía el resto… o, eso creía. Siempre se excusaba con que algún día las cosas cambiarían de rumbo, y viviría en mejores condiciones. Pero, nunca llegaba ese día. Se empezó a desesperar, e incluso a pensar que quizás la vida no estuviese hecha para él. No encontraba motivo alguno para levantarse de la cama un día cualquiera y sonreír tras abrir la ventana y que la luz del sol le deslumbre por completo. Eso era lo que había aprendido con las películas, a vivir una realidad que no existe. Y, cada día, era más consciente de ese pensamiento. Pero, se confundía. Estaba equivocado absolutamente en todo, tan sólo pensaba de esta manera por la mala época que estaba viviendo desde ya hace un tiempo.
Había pasado ya tres semanas desde que le despidieron del trabajo, y tan sólo dos desde que empezó a buscar uno nuevo. Era maestro en la antigua escuela de su pueblo, y daba clases a niños con problemas y taras mentales. También era el vocalista de un grupo de rock y actor de series en su tiempo libre; y a cualquier posible formación que recibía para mejorar en su oficio, e incluso para su futuro laboral, que en aquel entonces, el supuesto caso de tener que buscar nuevo curro, decía que no. Por entonces, las cosas le iban viento en popa, y le era ridículo pensar que las cosas acabasen como habían terminado. Lo más importante, trabajaba en lo que le apasionaba y le hacía feliz; y, además, tenía tiempo para hacer lo que le gustaba hacer con sus amigos y algunos compañeros de trabajo en su tiempo libre. No podía pedir más.
Se empezó a plantear la opción de sacarse las oposiciones, y se puso manos a la obra. Al poco tiempo después de perder el curro, también perdió a su pareja en un accidente de tráfico. Ella era taxista, no tenía el mejor trabajo del mundo pero sí disfruta igual o incluso mejor, y más aún después de pensar en el momento de entrar por la puerta de casa y darle un beso a su pareja quien le recibía con los brazos abiertos. Eran felices, hasta que las cosas se torcieron y la soga le ahogó. Llevaba ya, desde el entierro de su mujer, sin levantar cabeza; y, últimamente, de lo único que vivía era de la esperanza que le quedaba en que las cosas volvieran a ser mínimamente interesantes como lo eran antes. Esperaba, esperaba y seguía esperando a que fuese ellos los que le llamasen, a encontrar a alguien capaz de hacerle olvidarse de ella y que el grupo renaciera para oír de nuevo las risas y las copas de más en garitos casi vacíos de gente, pero todos juntos.
Todo le fue tan mal que, el deseo y la sonrisa por ver nacer otra vez lo que hacía tiempo murió quedó enterrado con las cenizas de su mujer. No esperaba nada, y nadie le dijo que las cosas no sucedían porque sí, sino que las consecuencias siempre son causadas por decisiones que tomemos en algún momento. Que, hay veces que el azar es manipulado, y nos da por pensar que nadie tiene la culpa para fingir la paz, incluso entre nuestros enemigos. En el trabajo le estaban boicoteando para poder tener una excusa y echarle con gusto, y su mujer desde hacía tiempo había quedado endeudada con uno de los coches con los que tuvo el accidente. Se trataba de una mafia, y a pesar de ser consciente en donde se metía y el poco dinero que tenían, llegó a sumar un total de 990.000 € sin nunca cubrir la deuda; ni saber que empezaron a ir a por ella, a tener los días contados. Toda realidad tiene un motivo por el cual existe.
Siguió pensando que algún día todo volvería a resurgir de sus cenizas, pero nunca hizo nada para que todo fuese como antes.
No esperes a que las cosas sucedan, hazlas posibles. 

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