Revista Talentos

Algunas maneras de morir en Palermo

Publicado el 11 agosto 2015 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro

Segunda muerte

Algunas maneras de morir en Palermo

Era ese horario que va desde las dos a las  cuatro de la tarde en el cual es imposible especificar la hora exacta,si se sabe que los negocios funcionan a media máquina,  hay un solcito alentador. A Tomás se le confunde aún los nombres de las calles de países centroamericanos, mira los carteles en cada esquina. Desprevenido, con auriculares, le llegó el ataque, por la espalda, a traición.
El cuerpo deshilachado de Tomás regó de sangre una cartelera de restaurante con precios inflados. Unos policías distrajeron de la diaria tarea de mirar rubias de koleston Y corrieron el cuerpo de la puerta para no hacer mala publicidad. Un caniche giraba en torno a su propio eje, otros cuatro perros olían árboles o dejaban sus desechos en medio de la vereda a la espera de personas con mala suerte.
Los canas apresaron a Luana, la paseadora de perros, quien venía de un encuentro fogoso con cierto actor de reparto que aún conservaba una casita vieja fruto de un pasado más venturoso. La metieron en el patrullero por las dudas, ella no había matado a nadie, tal vez sólo tuvo la culpa de ser un tanto imbécil al no atar bien los perros. Algunas viejas salieron en defensa de la despistada y obligaron (un tanto influidos por los desechos en sus puertas) a que los polis se lleven los cinco perros.
El tumulto fue aprovechado por un maleante que al voleo que intentó llevarse las zapatillas del pobre Tomás, cuyo cuerpo había quedado un tanto desatendido y hasta sufrió el embate de una camioneta de un canal de noticias. Vecinos agarraron de las pestañas al ladrón, lo hicieron literalmente lo cual le causo un dolor indescriptible.
La comisarìa, o comiseria  como decía una de las vecinas que acompañò la procesión de policías, perros, ladrones de medio pelo, periodistas y personas chismosas, alteró su parsimonia de pizzas y pérdidas de DNI.  El comisario, gordo, ordenó interrogatorios a todos los implicados. Dos suboficiales, duros como turrón barato, intentaron inútilmente sacar alguna palabra al caniche, al pitbull, a la cocker vieja, al manchado callejero y al salchicha (cuyo dueño era un poderoso juez de dudosas preferencias sexuales). Confundidos y cansados ante la negativa de hablar de la pintoresca jauría, pasaron a Luana.
Luana mostró su itinerario, hizo nudos delante de la yuta y hasta contó intimidades del actor de reparto venido a menos. La simpatía natural de todo paseador de perros logró su exoneraciòn,mientras que  su cuerpo expuesto mediáticamente la llevò a participar unos meses más tarde de un reality show en tv, pero esto es parte de otra historia.
Al límite de la cordura, los canas se contentaron con fajar duramente al que se quiso robar las zapatillas, quien terminò siendo el único encarcelado, para felicidad de las vecinas y de las cámaras de tv que se fueron con la tranquilidad del deber cumplido.
Tomàs fue cremado sin presencia de familiares, realmente el estado de su cuerpo no estaba para hacer un velatorio a cajòn abierto. El crimen quedò impune, luego se sucedieron otros hechos similares en el barrio: mordedura de tobillos varias, ingesta parcial de homeless congelados, desapariciòn de extranjeras latinoamericanas. Nadie sospechò, soy el primero, de la coincidencia en la cercanía del perro salchicha del juez en todas las escenas del crimen. 

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