Revista Talentos

Algunas maneras de morir en Palermo

Publicado el 08 septiembre 2015 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro

 Cuarta Muerte

Algunas maneras de morir en PalermoLa rubia mentirosa atiende en el tercero "b" de Arévalo y Gorriti, mesita de masajes y un olor que deja mucho que desear y no importa porque lo único que se desea allí es ella. Cuarenta años tiene Samanta, nombre que reza un perfil de Internet que la muestra apetecible, con un diez por ciento de margen de error.  
Cinthia, como dice llamarse en un folleto, no habla nunca de los años que le llevó llegar a ser puta independiente, imagino que será por los golpes, las drogas, los sucios, los borrachos,los porcentajes, el cansancio, las enfermedades, las camas duras, el encaje berreta y las drogas,o simplemente será que como dice en su descripción, es absolutamente discreta.
Paula, como le gusta que le digan, tiene tres o cuatro clientes fijos y un amor fugaz al que a veces no le cobra. Con los nuevos es exigente, si alguno no tiene mucha experiencia es amable pero con los vivos es dura y no duda en amenazar con su falange justiciera señalando el botón antipático. Botón, justamente, era su nuevo habitué. Jasmine, como le puso él, lo aceptó a regañadientes, bien sabido es el enfrentamiento entre policías y chicas que trabajan con su cuerpo, tan antiguo como el de los que usan ascensor por un piso y el resto de la humanidad. Benito vino hace muy poco de Corrientes, donde el creía que lo esperaba su mujer, aunque todos sabemos que una mujer de un policía que se ha quedado sola es una gacela en medio de los leones, leones hambrientos, leones correntinos.
La cosa es que el Benito se enamoró, exigía besos de más, hacía escenas y hasta dejó a entrever que las milanesas de su madre eran mejores a las que Elizabeth, como le decían cuando empezó, tenía en la heladera y que el suboficial probó de prepo. La tosquedad del correntino no le permitìa entender que ella amaba a otro, que este era su trabajo y que quería que el cana desaparezca. Agotado el recurso de la palabra, negado el sexo con pretextos poco creíbles, se enfocó en aniquilar al psicópata.
Claudia, nombre que usaba en un bar, barajó tres posibilidades, tres vehículos para que el cana espiche:  revolver, cuchillo o veneno. Opciones amateurs paradojalmente. En primer término desechó la posibilidad del revòlver, era un problema conseguirlo, el gorra podía tener chaleco y por oficio, defenderse mejor y hasta responder. Lo cual sumado al ruido, los rastros y  etcéteras lo volvía la peor decisión. El cuchillo lleva mucho trabajo y una capacidad para penetrar la carne que ella no poseía, así mismo las películas nos enseñaron que el tipo puede llegar a quedar vivo. El veneno sería posible si el cobani quisiera comer algo otra vez de la heladera, cosa que es improbable luego de descalificar las milanesas.
Benito se sentó en el sillón de pana, volcó un poco de cerveza y diò vuelta el almohadón para disimular. La rubia le agarró las esposas y lo inmovilizó, se fue sacando la ropa muy pero muy de a poco, el correntino estaba emocionado hasta las lágrimas y un poco nervioso porque estas cosas son raras, más nervioso aún se puso al ver la soga que colgaba del ventilador. “Relajate” susurro la veterana al oído. El poli cerró los ojos, se dejó llevar a la soga y puso la cabeza. Ella con precisión de cirujano fue apretando de a poco, manejando la erección que provocaba la falta de aire. El correntino abrió los ojos llegando al climax, sòlo para descrubrir una cámara que lo apuntaba y a un morocho que se aprestaba a entrar al juego. Era inútil patalear, creyó su vida arruinada. “Que dirán mis amigos, los gurises, el comisario”.
Finalizado el acto, apagada la cámara, desnudo y triste sentado impotente ante su amor no correspondido, pidió el revolver y mientras el negro fumaba un cigarrillo largo en el balcón se voló los cesos no sin antes hacer una ultima pregunta:
-¿Como te llamàs de verdad vos?-Graciela.
El sillón de pana se terminó de arruinar con la sangre.

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