Revista Literatura

Alma negra

Publicado el 04 abril 2013 por Netomancia @netomancia
Y allí estaba, de pie ante la iglesia. Él, que tanto se había negado a pisar esas baldosas, ahora estaba a punto de entrar por la enorme puerta, que con tranquilidad alcanzaba los tres metros y medio de altura.
Miró por encima del hombro, hacia la vereda del otro lado de la calle. Ella seguía allí, firme en su postura, con el gesto adusto. El hombre suspiró una vez más, como lo venía haciendo a lo largo de todo el trayecto. No tenía escapatoria.
Su cuerpo entró al recinto y sus ojos contemplaron de cerca por primera vez las hileras de bancos, el techo inmenso y decorado, las columnas laterales y los santos que las escoltaban, el pasillo eterno y al fondo, el altar silencioso que aguardaba su arribo.
Caminó pesadamente, sabiendo que su mujer estaría observándolo. Cada paso era un suplicio, un dolor en su interior, como si se estuviese hirviendo un caldo denso y amargo. El Cristo en la pared lo miraba sin misericordia. Le quitó la vista, pero no detuvo su marcha.
El altar quedó a su merced. Se dejó caer de rodillas y sabiéndose culpable, metió la mano entre sus ropas. Extrajo el cuchillo ensangrentado y levantó el rostro en alto, aunque mantuvo los ojos cerrados.
- ¡Lo siento Ester, lo siento! ¡Mi alma está negra!
Enterró el filo entre sus costillas, profiriendo un fuerte gemido. Se retorció entre sollozos, mientras el cuerpo caía vencido por el peso y sus párpados, a pesar de no desearlo, volvieron a abrirse. La imagen de ella apareció nuevamente, ahora sentada sobre el altar. La vio desvanecerse lentamente, casi al mismo tiempo que su vida se distanciaba de la carne y comenzaba su derrotero amargo hacia las puertas del infierno.

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