Revista Literatura

Alma Oxidada

Publicado el 30 octubre 2015 por Cabaltc
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Traicionado por mi propia gente. Exiliado por mis superiores. Abandonado a mi suerte en una de las viejas colonias del extremo del sistema. Despojado de rango, honor y nombre. Mi venganza será terrible. Fría como los páramos del sistema Encélado y más dura que los huesos modificados de un Hellgar. Antes de caer en desgracia me llamaban Aenir Rahgar. Hasta que no recupere lo que es mío no podré volver a usarlo. Ahora solo soy el Desterrado y esta es mi historia.

Almas Negras y Armaduras Brillantes

El sonido de unos pesados pasos llegaron hasta sus oídos modificados con claridad. Unos minutos después escuchó los pitidos de verificación de la puerta de su camarote y el susurro de ésta al abrirse. No le hizo falta levantar la cabeza desde su posición de meditación para saber quién había entrado.

—¿Cómo has conseguido que te concedan acceso a mi celda?

«Me han asignado como tu escolta» respondió una voz metálica.

Aenir abandonó la postura de meditación por primera vez desde que le encerraron. Irguió su cuerpo, estiró los modificados músculos de su espalda y se giró por completo.

A pesar de su imponente envergadura y sus dos metros treinta centímetros de altura, parecía un niño al lado de la enorme figura que tenía delante. Un soldado espacial con servo-armadura completa podía llegar a medir más de dos metros y medio, sin embargo su compañero no vestía una armadura normal. Ellos pertenecían la Élite de las Fuerzas Especiales del emperador.

El blindaje de sus armaduras podía soportar, como mínimo, un disparo de cualquier arma conocida. O, al menos, de cualquier arma que otro soldado pudiera portar. También llevaban incorporadas docenas de sensores y dispositivos que les permitían sobrevivir en cualquier entorno durante largos periodos de tiempo, además del armamento estándar propio de aquellas armaduras de combate. El casco, que por norma general nadie utilizaba dentro de la nave, estaba dotado de más tecnología de la que se podía encontrar en toda una colonia humana normal y corriente. Había quien decía que un soldado de las fuerzas de élite podía empezar y terminar un combate sin siquiera haber abierto los ojos. Otros sugerían que ni siquiera hacía falta un soldado genéticamente modificado en su interior.

Eran exageraciones, por supuesto, aunque no andaban del todo desencaminados.

Observó la mellada armadura de su hermano de armas. Ésta le confería un aspecto formidable y aterrador.

Su entrenado ojo analizó en milésimas de segundo la integridad general del sistema de su compañero. Detectó una fuerte falta de firmeza en la hombrera derecha por lo que parecían ser una docena de disparos láser. También tenía dañado el blindaje inferior de su costado izquierdo y se había desprendido parte de la ceramita exterior del muslo de ese mismo lado. Supuso que sería por la explosión de una granada de plasma.

—¿Por qué no has llevado esa chatarra a reparar? No necesitas venir armado a mis aposentos.

Jaeger el Indómito se limitó a permanecer en posición de firmes delante de él. Sus superiores tenían que estar observando todo lo que sucedía a través del casco de su hermano. No existía otra razón para enviarle con una armadura exterminadora en tan mal estado hasta allí en vez de hacerlo hacia el taller de los mecanomantes.

Aenir soltó con lentitud todo el aire contenido en sus pulmones mejorados. Tiempo más que suficiente para analizar las implicaciones de recibir una visita como aquella después de tanto tiempo. ¿Cuánto había pasado solo, encerrado y meditando en aquella estancia? Debían haber pasado ya varios días, una semana por lo menos.

—Si ya se me ha juzgado y condenado, ¿a qué estás esperando? Me alegro de que seas tú y no cualquier despreciable inquisidor, que el emperador los tenga en su gloria.

«Se me ha ordenado pedirte una vez más que confieses la vileza y premeditación de tus actos» dijo Jaeger antes de emitir una orden subvocal que liberó los sellos herméticos de su casco, emitiendo el típico sonido que producían las dos atmósferas al igualarse. El sonido que todo soldado bien entrenado relacionaba con la supervivencia. Nada ni nadie podía liberar el casco de un Soldado Exterminador de las Fuerzas Especiales de Élite hasta que éste emitía una orden. Y esa orden solo llegaba en la seguridad de una base amiga.

Aenir cabeceó con respeto hacia su hermano de armas y esperó a que éste dejase el casco encima de la mesa que tenía a su derecha en una posición que permitiera a sus superiores seguir viendo y escuchando lo que Aenir decía y hacía. Algo que estaba más cerca de la insubordinación que del cumplimiento de la orden de vigilar de cerca todo lo que sucediera dentro de aquel camarote.

Era lo único que Jaeger podía hacer para demostrar su rechazo ante la segura condena a muerte que tenía que pesar sobre su cabeza. Más de lo que esperaba que hiciera, dadas las circunstancias.

—Mi versión de lo sucedido no ha cambiado —dijo mirando a Jaeger a los ojos, antes de girarse hacia la mesa y añadir—. Porque por mucho que repita mi historia, eso fue lo que sucedió y esas fueron las órdenes que recibí del Lord Comandante en persona. Si seguís empeñados en mancillar mi nombre y deshonrar a nuestro líder… algún día yo…

—Aenir… —susurró Jaeger. La resignación de su tono contrastaba con la violencia que emanaba de su postura de combate. Su mente podría estar de acuerdo con Aenir, pero sus valores y su entrenamiento le obligaban a defender ala esencia de su Capítulo. Y Aenir estaba jugando al borde de la insubordinación.

El recluso fijó de nuevo la mirada en su escolta, movió la cabeza de modo imperceptible y ambos veteranos volvieron a adoptar una posición de aparente relajación. Algunas costumbres nunca cambiaban.

Con una voz inexpresiva, desprovista de todo tipo de inflexión que pudiera ayudar a quitar veracidad a sus palabras, Aenir volvió a relatar lo sucedido en la superficie del mundo-forja Bakkhesh. Frase tras frase, sus labios fueron pronunciando el mismo informe que expuso en su regreso a la Iustitia.

—Tal y como queda recogido en los registros de misión de la nave, a las 0600 hora imperial, las 2100 hora local, la Escuadra Táctica y la de Asalto de la Tercera Compañía, junto con la Primera y Segunda Escuadra (bajo mi mando) de la Primera Compañía, descendimos a la superficie del planeta Bakkhesh. Como ya saben, el Lord Comandante decidió a última hora acompañar a la Primera Compañía.

A pesar de estar sólo junto a un silencioso Jaeger, Aenir pudo oír con claridad las palabras pronunciadas por el Comandante de la Primera Compañía durante su primera entrevista.

«Conocemos los detalles tácticos, cíñase a lo acontecido después del primer asalto».

—Antes de entrar en combate por la liberación de la Forja Primaria, el Lord Comandante abrió un canal seguro con los líderes de los escuadrones de la primera compañía.

«Puede obviar su contenido debido a la poca relevancia que tiene —Aenir pudo rememorar tanto las palabras del Comandante de la Tercera Compañía como el desconcierto y la ira que le embargaron en ese primer informe—. Seguro significa no demostrable joven Rahgar».

A partir de ese punto, su mente fundió sus recuerdos con la realidad. Fue vagamente consciente de exponer otra vez los hechos en un largo y monótono monólogo expuesto ante su hermano Jaeger y el casco-transmisor. Sin embargo, sus pensamientos volvían a estar otra vez en ese primer informe ante el Consejo formado por los líderes de las Compañías de la Orden y el Mando Superior.

—El Lord Comandante nos informó de que se había producido una infección en el alto mando del Capítulo y en las profundidades de esa Forja se encontraba la clave para desenmascarar al traidor. Pidió que ambos le acompañásemos al interior de las Celdas de Comunicación del complejo, dejando a nuestros respectivos escuadrones al mando de nuestros segundos. Pueden confirmar estos hechos mediante los registros de batalla y las comunicaciones internas del escuadrón.

Pausa para calibrar las miradas de los dos comandantes y las quince holo-representaciones del resto del Mando Superior.

—Mientras nuestros hermanos libraban una aparente feroz batalla contra los Raleyh que habían tomado el planeta bajo su control, el Lord Comandante, el teniente Basehart y yo nos introdujimos tras las líneas enemigas y penetramos en el complejo.

«Supuestamente» murmuró el Comandante de la Tercera.

—No, es un hecho. De otro modo no habrían podido encontrarnos a los tres en la sala de control.

«Canum, deja que el chico exponga su versión de los hechos. Aunque tiene pocas posibilidades de salir indemne de esta, debemos ofrecerle un trato justo —dijo Thaw Zibeon, Comandante de su Compañía—. ¿Teniente, está sugiriendo que los tres se encontraban con vida cuando les alcanzó el equipo de rescate?»

—Así es Comandante Zibeon. El Lord Comandante estaba herido en una pierna, recostado contra una viga de plastiacero, Basehart cubría la puerta de acceso y yo estaba aplicando un sello múltiple a su fragmentada armadura cuando llegaron.

«¿Quién?»

Un momento de duda. Revelar esa información abriría un debate interno que podría fragmentar la estabilidad de la Orden. No hacerlo le condenaría a muerte.

«Teniente, su deber es responder cuando un superior le hace una pregunta directa».

—Si señor. El Comandante Canum Schadel y su guardia cruzaron esa puerta mientras el Lord Comandante y Basehart todavía estaban vivos señor.

Dijo aquellas palabras sin apartar la mirada del Comandante de la Tercera Compañía. Si este se sorprendió de escuchar su acusación, no mostró ningún tipo de reacción.

«Prosiga».

—El Comandante Schadel se acercó a mi. Apoyó el cañón de su bólter contra el casco del Lord Comandante y efectuó tres disparos. Acto seguido me puse en pie, desenfundé mi arma mientras daba un salto hacia atrás y vi cómo dos Exterminadores de la Tercera abrían fuego contra Basehart. No tuve tiempo de disparar. Caí inconsciente un instante después.

«¿Como explica entonces que las balas que abatieron a ambos Marines coincidieran con la firma molecular de su arma?»

—No puedo hacerlo, señor.

«¿Cómo explica que cayera inconsciente mientras vestía su Armadura de Exterminador de las Fuerzas Especiales de Élite?»

—Tampoco puedo hacerlo, señor. Supongo que el tercer guardia personal del Comandante Schadel utilizó algún tipo de arma para noquearme.

«¿Conoce algún arma que cumpla con estas características entre las de nuestro arsenal?»

—No señor.

«¿Entiende la gravedad de sus acusaciones, la gravedad de la situación en la que el Comandante Schadel y sus hombres refieren haberle encontrado y los pocos argumentos bajo los que se sustenta su propia versión de los hechos?»

—Si señor.

«Puede retirarse».

Desde entonces Aenir Rahgar se encontraba recluido en sus aposentos, ahora convertidos en cárcel. Una y otra vez había rememorado los sucesos de la liberación de Bakkhesh. La lucha codo con codo junto a su Lord Comandante, abriéndose paso frente a las hordas de Raleyh que les cerraban el paso. Segaron la vida de cientos de ellos como si fueran una guadaña antes de conseguir acceder a la sala de control de la Forja.

Todavía podía sentir la excitación en la voz del Lord Comandante al jalearles y reír extasiado mientras avanzaban hacia el interior del complejo. Sus palabras de ánimo y agradecimiento mientras procedía a estabilizar la carne y la ceramita de su servo-armadura.

Y el silencio de radio que siguió a los disparos de aquellos Marines renegados. Un silencio que pesaría sobre su alma más que la segura muerte que le esperaba tras la deliberación del Consejo al completo.

Sus modificados ojos volvieron a enfocar la escena que tenía delante. Jaeger se había vuelto a poner el casco y esperaba pacientemente al lado de la puerta de su camarote.

«Vamos hermano».

—¿Has desconectado el enlace con el Consejo?

«No, pero por muy traidor que se te considere has sido mi hermano de batalla durante los últimos doscientos años. Lo menos que puedo hacer es despedirme de ti con el respeto que te mereces».

—Gracias Jaeger, ha sido un placer luchar a tu lado. Será un placer morir bajo tu mano.

Caminaron en silencio durante lo que a Aenir se le antojaron horas, hasta llegar a una de las cubiertas de lanzamiento. Por el camino no se toparon con nadie. El Consejo tenía que haber decretado un aislamiento total del condenado. Incluso la cubierta se hallaba desierta.

Al llegar al centro de la misma, Aenir dio media vuelta y se arrodilló delante de su viejo amigo.

—No has escuchado la sentencia, ¿verdad? —preguntó con tono divertido Jaegar, ahora sin su casco.

Aenir frenó en seco al oír aquellas palabras. Solo había dos alternativas a la muerte para un supuesto crimen como el suyo. Una de ellas mucho peor que la misericordia del fin. Jaeger adivinó el camino de sus pensamientos y resolvió sus dudas.

—Tranquilo, solo has sido desterrado y exiliado.

—¿Destino? ¿Suministros?

—Destino desconocido y por tus condecoraciones y méritos se te permite conservar tu armadura —respondió e hizo un gesto para indicar a Aenir dónde podía encontrar su armadura, debidamente identificada con el negro cuervo de los desterrados.

Armadura Oxidada

Armadura Oxidada

—¿Quién ha utilizado su poder para conseguir esto?

—Has causado un gran revuelo, un tercio del Consejo creyó tus palabras. Aquellos hermanos que han luchado contigo en alguna batalla —sentenció con una mezcla de respeto y pesar—. Creyeron conveniente despojarte oficialmente de todos tus privilegios e incluirte en todas las listas de proscritos del Imperio. Nunca volveremos a vernos, pero por lo menos sobrevivirás.

Aenir caminó hasta el interior de la cápsula individual de reentrada que tenía el cuervo negro fundido a lo largo de toda su estructura.

—No estés tan seguro, mi destierro confirma mis sospechas —la mirada de Aenir centelleó con furia—. La médula espinal del Capítulo está podrida Jaegar, y aunque tarde mil años se que volveré a extirpar la infección. Aunque tenga que aniquilar una por una a todas las cabezas de la Tercera Compañía.

Estiró el brazo para coger con fuerza el antebrazo de su hermano de armas.

—Adiós Aenir. Fuerza y Honor.

—Adiós Jaegar. El honor me expulsa hoy de mi casa, la fuerza me hará volver.


Escrito por David Olier para el blog El Rincón de Cabal.

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