Revista Diario

Aniversario

Publicado el 26 octubre 2012 por Karmenjt

La había conocido en una de las concentraciones que hace un año llenaban la plaza de palabras, esperanza y muchos colores. Trabajaba cerca y una tarde se decidió a verlo con sus propios ojos, para una noticia que podía ver en directo no iba a dejar que pasara de largo.

Primero se sintió intimidado por la multitud de gente que había, encontrarse solo entre tanto desconocido le intimidaba y no sabía muy bien donde situarse, así que dio un par de vueltas por la plaza y se asomó a unos cuantos puestos de información. Allí fue donde la vio por primera vez, sentada ante una mesa de picnic con unos cuantos folletos impresos sobre la responsabilidad de los bancos en la crisis. Su sonrisa le fascinó y su entusiasmo le cautivó.

Conectaron en seguida y estuvieron hablando durante horas. Aquella noche se quedó y a la mañana siguiente llegó tarde a trabajar. Miraba el reloj deseando que pasaran las horas para salir del trabajo y volver a la plaza. Esa semana fue intensa y agotadora, pero ahora, un año después, sentía que había encontrado por fin la compañera que siempre había querido tener.

Solo una cosa le restaba felicidad a este momento de su vida, no se había atrevido a llevarla a su casa, un céntrico loft que le parecía demasiado ostentoso así que se había alquilado un piso en al barrio viejo un poco más modesto. Y también estaba lo del coche, su hermano creyó que le estaba tomando el pelo cuando le llamó para pedirle su viejo Peugeot a cambio de su flamante BMW, pero no hizo preguntas, solo salió chirriando ruedas el día que se lo llevó.

Sabía que se lo tenía que contar, no podía seguir mintiéndole, se sentía tan culpable… Además, la excedencia de un año que pidió en el banco por motivos personales se le estaba a punto de acabar, y le había costado tanto conseguir esa plaza de director…

Ahora hacía una semana que se levantaba casi al amanecer, se ponía ropa de trabajo y salía despacio de la habitación, dándole un suave beso en la frente para no despertarla.

“Tendré que hablar con ella. A ver si esta noche… total, si me quiere tanto como dice lo comprenderá”

Bajó a la calle, si por lo menos estuviera en su loft podría bajar directamente al garaje en vez de tener que caminar dos  manzanas en busca del coche, más de una mañana entre el sueño y la falta de costumbre se había paseado medio barrio porque no se acordaba de donde había aparcado el día anterior.

Ella creía que había encontrado trabajo en una empresa de jardinería, de ahí los madrugones, “se empieza muy pronto”, le dijo, “a las siete tenemos que estar ya sacando las furgonetas con todo el equipo así que me tendré que levantar a las seis para no llegar tarde”. Ella trabajaba en una ONG que se dedicaba a la integración de extranjeros, enseñándoles el idioma y ayudándoles en todo tipo de trámites administrativos y jurídicos. Algunas tardes se tenía que quedar debido a la acumulación de trabajo, no ganaba mucho pero estaba tan involucrada y entregada, que eso no le importaba y por las noches le pedía que no le preguntara nada, que necesitaba desconectar, que era tan duro no poder ayudar más…

En realidad, desde hacía una semana a las siete de la mañana él estaba en su antiguo loft poniéndose uno de sus múltiples trajes chaqueta que cada vez le eran más incómodos y preparándose un café con tostadas. Le gustaba desayunar en su casa, sólo, viendo las primeras noticias del día sentado ante la brillante mesa de aluminio de la cocina que tanto echaba de menos cuando cenaban los dos juntos en aquella mini-mesita del piso del barrio viejo, con poco sitio y menos luz.

Imaginó, como había hecho el resto de los días de esa semana que llevaba alternando esa doble vida, lo cómodos que estarían allí los dos, que el amor y la sostenibilidad no tienen que estar reñidos con el bienestar. Puso la taza y el plato en el lavavajillas y se dijo que de esa noche no pasaba, ya pensaría como plantearlo a lo largo del día.

Mientras bajaba por el ascensor intentó poner cara de director de banco, porque durante su año de excedencia había vivido tan feliz que se le hacía muy cuesta arriba volver a su oficina todas las mañanas. Y más ahora, que los clientes le miraban como si quisiera estafarlos a todos.

En el banco no paró de darle vueltas, pero no sabía como enfocarlo. En el fondo sabía que lo que más le iba a molestar a ella, tan integra, honesta y desinteresada, era que le hubiera mentido, lo de menos era lo que tuviera o dejara de tener, sino que no había sido sincero con ella.

-   Perdona, está aquí otra vez la pesada de Riesgos, vino la semana pasada un par de veces pero como no te habías incorporado aún me la quité de encima, pero hoy la tendrás que atender. Te he dejado la documentación de los préstamos que quiere revisar encima de la mesa - La interventora se quedó esperando una respuesta ante su puerta.

-   Vale, dile que pase – Se ajustó la corbata en un gesto mecánico y se levantó del sillón para recibir a la compañera que venía de central. Siempre se sentía como un policía al que visitan los de asuntos internos cuando recibía una visita así.

Los dos se miraron sorprendidos. La primera reacción fue de incredulidad, luego sintió calor en sus mejillas, estaba tan enfadado con ella por haberle mentido que no podía articular palabra. Ella, tan integra, tan comprometida, tan sincera…

-   Hola Juan, me llamo Laura, soy la nueva responsable del departamento de Riesgos de esta zona.

Su frío tono era tan convincente que por un momento dudo que fuera ella. Luego se relajó, y mientras le ofrecía asiento y un café pensó que quizás no sería tan difícil sincerarse esa  noche. Todos tenemos secretos…


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