Revista Diario

Así huele China

Publicado el 05 marzo 2013 por Nmartincantero

Tendrás algo bueno que contar de China, ¿no? Lo pregunta una amiga que sigue este blog y que vivió en el país una larga temporada. Mi amiga se escama de tanto post crítico, seguramente porque ha olvidado que cuando estaba por aquí no paraba de quejarse, entre otras muchas cosas, de las dificultades para encontrar ropa de su tamaño (es una mujer grande) o tofu sin sabor a pollo (es vegana).

Para conocer gente se apuntó a un grupo de baile tradicional chino, de esos que practican en la calle, llueve o truene, con un radiocasete destartalado del que sale una cosa punzante que quiere ser música. Fue un gran esfuerzo para esta mujer de sangre latina cambiar su salsa y su merengue por estos bailes insípidos vestida con la ropa de su novio, la única que, por aquel entonces, le servía. La cosa, además, no funcionó: cuando más tiempo pasaba en compañía de estas diminutas participantes, más grande, aburrida y marciana se sentía, de modo que al final las mandó a paseo y se fue al garito de salsa, donde la temperatura del local, la propia y los mojitos le permitían mover el esqueleto en toda regla con vestidos ligeros.

También parece haber olvidado todo sobre sus sesiones de acupuntura. Recostada con agujas para dormir elefantes en el pasillo largo y frío de un hospital, cruzaba los dedos para que nadie tropezase con su cuerpo serrano y, como se ha dicho, grande. No consiguió ningún alivio con las sesiones, pero sí la sospecha de que, si tentaba a la suerte durante más tiempo, alguien se le iba a caer encima. Y entonces se iba a liar buena. 

Tras esta larga introducción sobre las contrariedades que sufrió mi amiga por fin entro en materia. Todavía no me he atrevido con los bailes, pero mi experiencia con la medicina tradicional china, en fin, no guarda ningún parecido con esta imagen fría y seca: he aquí algo “bueno” que contar de China, como ella pide. 

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Desconozco si el tratamiento de acupuntura difiere del que puede obtenerse en otros lugares del mundo, aunque dicen que, cuando se trata de extranjeros, seres blandengues y quejicas, los médicos aplican la versión light de las agujas, más finas y clavadas a menor profundidad. Lo que sí me parece fascinante son las farmacias “East-meets-West”, donde el ibuprofeno y los antibióticos se dan la mano con el Ziziphus spinosa, la Rosa rugosa, la Paeonia lactiflora y otras muchas hierbas con nombres que excitan la imaginación. Al fin y al cabo, si la picadura de una araña permite trepar por edificios de 50 alturas, y un sorbito de poción acaba con el ejército romano, ¿qué no harán estas plantas?

Estos establecimientos catalogan en pequeños cajones, como los que se usaban las farmacias de antaño, docenas de raíces y hierbas, muchas de ellas tremendamente difíciles de encontrar en cualquier otro lugar del mundo. La farmacéutica lee mi receta y va abriendo cajoncitos de los que extrae pequeñas cantidades de raíces y hojas. Las pesa y coloca en pliegos de papel que luego dobla cuidadosamente hasta formar pequeños paquetes.  

Al llegar a casa, pongo en remojo el contenido de uno de estos paquetes antes de hervirlo. Al rato, todo se impregna de un olor que no sabría cómo definir. O sí.  Dice T.S. Elliot que la primera condición para comprender un país es olerlo; el de estas hierbas será el olor a China cuando me haya marchado de aquí. 


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