Revista Talentos

Atardecía

Publicado el 13 octubre 2012 por Lorena
  Sí, ya era hora de que hubiera otro cuento. El que lo lee primero, lo termina antes.    Atardecía Atardecía
   Atardecía. Las ventanas filtraban una luz oscura y una brisa densa que se pegaba a los cristales. Karina corrió las pesadas cortinas sobre cada una de ellas y se sentó en el medio de la habitación, donde había colocado un gran candelabro. Hacía días que la electricidad se había ido, y se llevó a Lucas, que había bajado al sótano para tratar de reponerla.    —Ya no se puede entrar en la cocina —dijo Julián mientras tiraba una bolsa sobre el sofá y se sentaba al lado.    —¿Y la comida?    —Eso es todo lo que rescaté —señaló la bolsa—, en su mayoría son conservas.    Karina se encorvó sobre las llamas de las velas. Se miró las manos agrietadas por el frío y las acercó lo más que pudo al calor.    —Te vas a quemar —dijo Julián con pereza.    —No siento nada.    —Por eso mismo.    Karina suspiró y se abrazó a sí misma. En ese momento entró Nélida en la habitación, arrastrando una larga bata. Se sentó en el sofá, junto a Julián.    —Está en el comedor —murmuró.    —¿Ya? —Julián se incorporó.    —Lo oí cuando venía para acá.
   Julián golpeó la bolsa a su lado.    —Ya tomó la cocina, creí que iba a conformarse durante un tiempo.    Karina se rió. El sonido de sus carcajadas rebotó en la sala y causó un escalofrío en Nélida. Julián miró a su mujer con ojos entornados.    —Te estás volviendo loca.    —¿En serio? —Karina se balanceó de atrás hacia delante—. Me preguntó por qué. ¿Será porque llevamos dos semanas encerrados en esta casa?    —¿Y crees que eso es lo peor de todo? —preguntó lentamente Nélida.    —No —Karina se encogió—, claro que no. —Miró hacia la puerta cerrada detrás de Julián—. No creo que se conforme hasta que…
   —Eso no lo sabemos —Julián volvió a desparramarse sobre el sofá—. Si no nos acercamos, no nos molesta.      
   —Pero cada vez tenemos menos lugares donde quedarnos —Karina bajó la mirada otra vez—, ¿a dónde iremos una vez que esta sala ya… ya no sea habitable?
   Julián apretó los puños y las mandíbulas, se mantuvo en silencio. Nélida comenzó a tararear una melodía por lo bajo. Karina se balanceó al mismo ritmo.    Se habían quedado dormidos cuando un fuerte golpe sonó en el pasillo. Los tres se incorporaron de inmediato.    —Está allí —susurró Nélida.    —No lo creo —dijo Julián mirando fijamente la puerta.    —¿Cómo puedes saberlo? —Karina se acercó a él.   —Nunca se aproxima a nosotros cuando estamos juntos —se encogió de hombros.    —¿En serio? —ella frunció el ceño—. No lo había notado, pero ahora que lo dices…    Nélida se volvió hacia ellos con lentitud y, con perezosas palabras, dijo:    —En el sótano, estabas con Lucas.    Julián inspiró y no quitó la vista de la puerta. Los golpes comenzaban a aumentar su intensidad.    —Lo dejaste solo —siseó Nélida.    —Él no lo sabía en ese momento —intercedió Karina y se aferró al brazo de su marido—. ¿No lo sabías, no? Fue entonces cuando lo notaste.    —Tenía que… —Juan espiró— fue solo un segundo.    —¿Cómo? —Karina se alejó de su esposo.    —Era necesario —Julián retrocedió frente a ambas mujeres—, él estuvo de acuerdo. Yo también tomé un riesgo.    —¡Pero tú no fuiste quien pagó por ello! —Nélida se abalanzó hacia él.    Los golpes aumentaron en el pasillo, la puerta tembló.    —¡No había nada que pudiera hacer! Apenas puede salir de allí con vida.    —¿Lo abandonaste? —preguntó Karina.
   Julián abrió la boca para contestar, pero recibió la bofetada de Nélida. Las largas uñas le marcaron la mejilla.    —Era tu mejor amigo.    —No había nada que pudiera hacer —repitió Julián y se dejó caer en el sofá.    Karina miró a su esposo con incredulidad. La puerta seguía vibrando. Nélida se acercó a ella y estiró el brazo hasta alcanzar el picaporte, estaba caliente. Los golpes crecieron.    —¿Qué estás haciendo? —Karina tiró de ella hacia atrás.    —¡No me toques! Tu marido dejó que el mío… no, no me toques.    —Eso no fue culpa mía —dijo Karina.    —Ja —bufó Julián—, claro que no, nunca lo es.    —¿Qué quieres decir?    —Nada nunca es culpa tuya, tal vez porque nunca haces nada.    —¿De qué estás hablando?    Los golpes se amplificaron y la puerta se sacudió con violencia. Los tres se volvieron a mirarla.    —¿Y si la rompe? —murmuró Karina.    —No lo creo —dijo Julián, pero no apartó la mirada.    —Pero ¿y si no resiste? ¿Qué harás? —se volvió hacia su marido.    —¿Qué harás tú? No puedo resolver todos tus problemas.    Karina puso los ojos en blanco.    —Eres tú el que está loco.    —Ambos lo están —Nélida se interpuso entre ellos y caminó hacia la puerta— y no quiero saber más de ustedes.    —No puedes salir —dijo Julián.    Nélida lo ignoró y tomó el picaporte ardiente.    —No —se adelantó Karina.    Nélida pegó un grito y se desvaneció. Karina se acercó a ella, pero antes de que la tocara, Nélida comenzó a convulsionarse.    —¿Qué hacemos? —los ojos de Karina iban desde su amiga hacia su marido—. ¿Qué hacemos?    Julián se encogió de hombros.    —Nada, ¿qué podemos hacer?    —¿Cómo que nada?    —Ella tocó la maldita puerta, se lo advertimos.    Karina fulminó a su marido con la mirada. Julián apretó las mandíbulas y se mantuvo firme. La puerta vibró con más fuerza. Karina avanzó un paso, Julián cambió el peso hacia la otra pierna. El picaporte comenzó a sisear. Las convulsiones de Nélida continuaban, uno de sus brazos golpeó a Karina. Ella bajó la mirada e, ignorando a su marido, se acuclilló al lado de su amiga. Julián volvió al sofá, de espaldas.    Los golpes fueron reduciéndose, perdiendo intensidad, a medida que el cuerpo de Nélida se quedaba quieto. Karina levantó la mirada cuando todo se hubo calmado. Por debajo de las cortinas se filtraba una rendija de luz. Amanecía.
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