Revista Literatura

Autor novel: Damián Fryderup

Publicado el 11 octubre 2011 por Fesb2011 @visitantemalign

Como comenté en mi anterior post, este espacio está abierto para que todoslos autores noveles como yo tengan la oportunidad de hacer conocer su trabajo, ypoder contribuir (modestamente) a difundir sus obras. Nuevamente invito a todosaquellos autores que deseen hacerse conocer me envíen una reseña de sus escritos,los cuales gustosamente publicaré. Hoy quisiera presentarles a un joven autor desdeArgentina, con innegable talento para la escritura: Damián Fryderup quien ha tenidola gentileza de enviarme unos cuentos de su autoría para compartirlos conustedes. Ojalá  les agraden tanto como amí:
El can“Los animales son los receptores delacontecimiento”     La lluvia efectuaba un complotcon el gélido viento invernal, para avizorar a toda la hermosa ciudad en la queyo vivía. Era ya de noche, los nubarrones portadores de tormentas extremas parala condición humana, daban a conocer su reinado en el mundo.   Me encontraba en mi radiante hogar repletode muebles suntuosos e inundado en cuadros de artes pasados que siguieron sutrascendencia para llegar al mundo actual.   Trataba de captar algo en la caja boba,pero no podía conseguirlo. Estaba casi por dormirme, pero aún, tratando deluchar contra los demonios del ensueño que se aliaban entre sí, paradesterrarme del vivir cotidiano y llevarme a los mundos oníricos.   Cuando mis dos fieles ojos color negro comolas mismas sombras, estaban a punto de cerrarse por causa del sueño abrumadorque estaba consumiendo mi alma, escuché un ruido de dolor.    Alparecer este ruido punzante provenía de las afueras de mi caserón, y por lo quemis oídos captadores de sonidos delirantes me decían en todos los idiomasconocidos por el hombre, el dueño de tal quejido era una animal, para ser másexacto era un can.   Por razones que aún desconozco, me dirigíhacia la puerta de enfrente para dar con el pobre animal; que se quejaba comosi lo estuviesen torturando demonios provenientes del octavo círculo delinfierno.   Ya estando frente a la puerta que dabahacia las afueras, tomé la manija e hice el movimiento exacto para poder salirhacia los exteriores, con el fin de conocer al perro que tanto se quejaba deldolor eterno que seguramente sentía.   Una vez estaba fuera de mi caserón, dueñode la protuberancia en toda la manzana, no pude dar con el perro que demostrabaal mundo los gritos más desgarradores para la audición humana.   Sin saber qué hacer, al no sentir ningúntipo de sonido agónico efectuado por el ser de la decadencia, me puse encarrera para dirigirme nuevamente hacia el corazón de mi hogar. Pero cuando tansólo di la vuelta para enfilar hasta mi objetivo, sentí nuevamente el gritodoloroso del animal desamparado.   Esta vez pude encontrar al animal, y medirigí rápidamente hacia su posición. El pobre animalito estaba cerca de unárbol ciclópeo que gobernaba en los jardines de mi hogar, y que demostraba aleguas sus años vividos en el mundo mortal.   El perro estaba orinándose en su lugar,sentado con el rabo vergonzoso escondido entre sus dos piernas de animaldiminuto. Yo, en acto de humanidad me puse en el trámite de ayuda y en la pielde un ecologista al intentar ayudar al pobre mamífero adolorido por un sinfínde razones propias de un animal desahuciado.   Pero cuando quise socorrer al indefensocanino éste huyó con una velocidad tan extrema que hasta su alma dejó en aquelárbol vetusto.    Estaba atónito ante tal situación por eldesprecio que tenía el perro hacia mi persona, y decidí seguirlo como un cazadorsádico e inundado en sed de sangre incontrolable.   El perro se escondió tras uno de los tantosparapetos del jardín delantero, cerca al depósito de herramientas del jardinero.Y yo, aún con ganas arrasadoras de inconsciencia humana me acerqué hasta suposición para ayudarlo. Pero mientras más lo hacía, más se quejaba. Era como siel animal estuviese viendo al mismo señor de las tinieblas o peor aún aldemonio quitador de vidas;-a la famosa parca-.   En tales momentos me sentía culpable, poralgo que jamás había hecho. Mi pasmo era seriamente notable, el sudor formabacaudales en mi cuerpo y mi alma sentía su tortura de la mejor manera. Todo porlos gritos de dolor del maldito animal que en un principio quise ayudar y queen momentos limítales quise desterrar de la faz del universo, creado por algúndios que nunca dio a conocer su cara a los mortales.   El can seguía gritando por mi presencia, noparaba, sólo tenía el plan de atormentarme con sus sonidos tan dolorosos paraun humano digno de llamarlo como tal.   En un acto de sensaciones salvajes decidíacabar con la vida de aquel ser; que sin tener un título de naturalista podíadecir que era un cachorro.    Enfilé hacia el depósito del jardinero paratomar alguna herramienta con la que pudiera dar fin a la penosa vida delanimal. Una vez que encontré el arma perfecta (un hacha) movilicé nuevamente mi cuerpo para encontrar al perro quedemostraba su sigilo tras una pared encubridora de seres vivos.   Pero cuando llegué hasta la posición delcan, no pude encontrarlo. Miré hacia el portón principal y noté como el perrohuía reacio a los problemas del mundo cotidiano y aliviado por no tener quecompartir ni un segundo de tiempo junto a mi persona.   Ya con mi cólera de muerte apaciguada porla ausencia del animal adolorido, que en tiempos pasados causó tanto deterioroen mi pobre alma de hombre solitario, volví al sofá para seguir con mi trabajode lucha contra los mundos de ensueño y de búsqueda en la televisión.   Pero hubo algo en mi cuerpo que me causabaun extraño dolor, era como si mi tórax estuviese rebalsado en ríos de magma. Elcalor que sentía en tales momentos daba a entender a mi alma que me encontrabaa distancias no tan lejanas del infierno.   Me dirigí al baño para lavar mi deterioradorostro careciente de caricias femeninas. Una vez terminé mi trabajo sanitario,por razones demoniacas me miré en el espejo. Y fue en aquellos momentos quetodo se desmoronó, y que mi alma ya no necesitaba más de su móvil. Puesto quehabía pasado a otro lugar más propicio y fúnebre.   Mi rostro parecía estar estrujado por uncíclope con fuerzas desgarradoras, los pómulos estaban sobresalientes, lasojeras teñían mi piel y mi anatomía humana ya no era la de carne, piel y huesos;sólo era la de huesos y cutis. Era como si me hubiese convertido en unesqueleto andante con vida mortal.   En tales momentos no comprendía tal situacióntan decadente para un humano trivial. Lo único que avanzaba por los largossenderos de mi mente era dormir lo que más pudiese, para reconstituirme y asípoder recobrar mi rostro pasado.   Pero cuando abrí la puerta que me mostraríami titánico cuarto, pude avistar lo más vacio para mi alma y los más trágicopara mi tan completa carrera como mortal.    Era mi cuerpo, estaba tendido en la cama desabanas blancas que se habían tornado color bermellón por la sangre seca que enel pasado fluyó por mis venas. Y al lado de mi cuerpo careciente de belleza, sepodía ver el cuchillo que había actuado en el papel de causar la muerte a unser vivo.   Cada día, mi deterioro me iba consumiendocomo lo hacen las llamas en la materia. Cada día mi rostro se tornaba más y másfúnebre. Y siempre mi esqueleto daba un paso más para mostrar su comandancia enmi cuerpo fétido y agazapado por los hedores propios de un ser sin vida.   En cuanto al pobre animal que alguna vezquise matar, me di cuenta porque me temía tanto, me di cuenta de lo que yo erarealmente. Pero en la actualidad, es mi mejor amigo. Ya que la calle que sehallaba frente a mi casa era muy transitada por automóviles;-seguramente elpobre animal no se percató de esto-.   Ahora, los dos vagamos por espaciosimpropios de la vida y él ya no me teme, sólo me mira perdido y a la vez conrumbo, como dándome esperanzas de que alguna vez volveremos a nacer. Y volveremosa inundar nuestras almas con el júbilo de estar vivos.  
Memoriasde un hombreSentía, que algo faltaba en mi serSentía, que mi carne se desgarrabapoco a pocoSentía, el castigo más severo hacia mialma y mi cuerpoEl de no sentir amor…
   Muchas veces pensé que era un hombre libre,sin esas horribles cadenas que atormentan a cualquier cristiano, cuando lesfaltaba parte de su cuerpo u alma.   Mi hogar de toda la vida había sido en unode esos pueblos cordilleranos, donde el paisaje del horizonte se encargaba dealegrar todo lo que estaba a su alrededor. Algo que nunca me había llenado dejúbilo. Sin dudas mi pobre y deteriorado cuerpo necesitaba otro tipo deemociones.    La emoción que ansiaba correr por loslargos caminos de mi alma era, indiscutiblemente la del amor. Jamás en mi vidahabía sentido amor, porque jamás había sido amado.    Desde temprana edad mis padres me dabanunas considerables golpizas, que me dejaban sin caminar por unos días. Siempreme decían que yo había sido la desgracia de la familia-¡Tú fuisteis un error! ¡Elcondón estaba pinchado!  ¡No eres unniño, eres un pedazo de excremento!-Tales eran la alabanzas de mis padres queme impulsaron a irme de mi hogar a una prematura edad.   Por otro lado a mi hermanita menor, lealababan todos los santos días de la semana. Como si fuera uno de esos mueblessuntuosos de algún caserón anticuario.    Jamás comprendí el odio de mis padres haciami persona, pero eso, ya es cosa del pasado y se esfumó como la niebla de todaslas mañanas.   Con mi hermosa infancia inundada en horror,decidí escaparme de mi casa y valerme por mí mismo. Algo que me hizo muy duroen esta puta vida. Algo que me convirtió en lo que soy; un ser despreciable. Unser del que sería más propicio desconocer que conocer.   Pero al convertirme en tal ser, tambiénlogré llenar el profundo vacio que llevaba en mi corazón. Un vacio de amor, unvacio que reemplacé con la mejor sensación de la vida:-la de matar-.   Iba recorriendo cada rincón del pueblo,para encontrar a mis preciadas víctimas. Era tan reconfortante la sensación dematar gente, que siempre le pedía con mucha vehemencia a mi único amigo-Dios-que me trajera una nueva víctima para deleitarme con su sangre.   Por lo general, me encantaba matar niños oancianos. Pero nunca le hacía desprecio a ningún mortal, las mujeres y hombresde edad promedio eran bienvenidos a mi lista de sangre, sin mencionar a losadolecentes ingenuos ante todo.   Pero un día todo cambió, la rueda deldestino se disgustó conmigo y dio un giro considerable.    Era de noche, la luna estaba cubierta porhermosas nubes negras como las mismas sombras que intentaban danzar con lasestrellas al sonido de ritos paganos. Noches así eran las que más me agradaban;todo era propicio para cometer un divino asesinato.   Yo me encontraba por la esquina de unmercado que estaba por cerrar sus puertas al público, esperando al acecho a unasabrosa víctima.    Pero todo cambió en cuestión de segundoscuando la vi a ella, una mujer de pelo negro y ojos celestes como los mismoscielos. Con un cuerpo escultural, casi dibujado a mano por algún dios.   En un acto de sensaciones impulsivas decidíentrar al súper, siguiendo a la radiante mujer para poder apreciarla como se lomerecía. Mujer, que irradiaba su belleza hacia todas las direcciones. Mujer,que ponía ante sus pies a cualquier macho enardecido por la testosterona.   Al parecer esta musa divina era la dueñadel súper, que aguardaba la retirada de todos los empleados hacia sus hogares.   Mientras que yo apreciaba a tal mujer unacajera me dijo, en un tono fuerte y con mucha impaciencia; cansada por un largodía de labor.   -¡Señor ya está cerrado!-me gritó.   No le contesté, sólo le hice un juego demiradas amedrentadoras y esta se atemorizó tanto que fue a darle la alarma comouna perra faldera a su jefa.   Permanecí en mi posición sin flaquear, sóloaguardando a mi hermosa doncella de la oscuridad. En tan sólo un leve espaciodel tiempo, la mujer angelical apareció ante mi persona y parló.   -Señor… ¿qué es lo que desea?-su voz no erala de una mujer, sino que era la de un ángel.   -Nada… sólo quería apreciar a una mujer tanbella como usted-se lo había dicho, no lo podía creer, le había dicho eso a talmusa. Pero cuando lo hice a pesar de tener un oscuro y amedrentador ser, lohice con voz trémula. Algo de lo que ella se había percatado y algo que legustó mucho, yo diría que demasiado.    -Gracias por el cumplido-me dijo con vozengatusadora-Si quieres, puedes esperar a que se vayan todos, así podremoscharlar con más privacidad.    -Pues… claro-le seguí el juego.   Pasaron unos segundos y todos los empleadosse habían retirado del lugar, para volver a sus dignos hogares.   Ahora, por fin había tiempo para mí y para lamujer angelical. Después de un intercambio de palabras, nos conocimos muyprofundamente y créanme que jamás en mi vida me había sentido tan bien sinhaber visto una gota de sangre.   Nunca le comenté de mi hermoso pasatiempo.Y ella por alguna razón tampoco hablaba de sus tiempos libres. Algo que llamómucho mi atención.    Cuando parloteamos lo suficiente, seentregó fácilmente ante mí. Y sin dar muchas explicaciones nos tiramos al sueloy nos dejamos llevar como dos animales en celo. Una vez llegamos al coito deplacer, yo, me quedé acostado en el frío y húmedo suelo, por otro lado ella medijo que me tenía una sorpresa. Y se retiró hacia unas estanterías, dejando suatrapante aroma de hembra divina.   Cuando me habló de sorpresa, sin dudas erauna “sorpresa”. Puesto que emergiódesde las estanterías del mercado con un revólver de un calibre considerable yme disparó tres veces. Uno de los balazos fue al pecho, otro en una pierna y elque cambió rotundamente mi vida fue a la cabeza.  Después de aquel hermoso día jamás volví a matar gente. Ella, por otrolado, pensó que yo había muerto y se suicidó poniendo el mismo revólver con elque me disparó, en su boca. Revólver que le voló todos sus divinos sesos.   Jamás comprendí por qué lo hizo,seguramente tenía sus propias razones como yo tenía las mías. Pero de lo que síestaré siempre seguro es qué toda la maldad que irradiaba hacia la sociedad mevolvió, como si fuera un boomerang cargado de almas pérdidas y atormentadashaciendo justicia contra mi ser.   En momentos actuales, me encuentrointernado en un hospital de la zona (aúntratando de pensar como sobreviví ante un disparo en la cabeza). Con uncastigo lo bastante apropiado hacia mi persona. Estoy en estado corporal muerto,tan sólo puedo mover unos dedos de mi mano izquierda y usar mi cerebro parapensar. Y gracias a ellopude escribir esta nota. Sin olvidar la incondicional ayuda de mi radianteenfermera. Que por lo visto, ansía seguir mis tiernos planes por mucho tiempo,con una sed de sangre mucha más indómita que la mía.
FIN

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