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Barrotes de metal

Publicado el 11 agosto 2010 por Lphant

BARROTES DE METAL

BARROTES DE METAL

Me sentía como si mi cuerpo estuviese desvinculado del suelo, era una sensación nauseabunda, como si tratara de vomitar a mi cerebro. El cansancio se me acumulaba detrás de los párpados.
Aquello era la vida real de nuevo.
En momentos como aquel, en donde dudas de tu propia existencia, únicamente tratas de buscar algo frío o áspero que vuelva a conectar tus sentidos. Desperté en un calabozo.
Aquel lugar era realmente una cueva lúgubre y maloliente. Se trataba de un habitáculo pequeño, envuelto en un grisáceo tono metálico causado por el reflejo lunar sobre los barrotes de aquella celda.
¿Qué había ocurrido, por qué estaba allí? Sentía dolor ¿Dónde estaba ella?
Entonces me percaté de que no estaba sólo, pues una figura oscura descansaba sobre aquel suelo en el centro de la habitación. No se movía en absoluto y rápidamente me angustió la idea de que pudiera tratarse de un cadáver, así que mantuve mi mirada sobre aquel ser y pude comprobar como aún respiraba, lenta y pausadamente, pero lo hacía. Entonces, desee que estuviese muerto, pues en ese estado irrevocable del que no se puede escapar, tanto el ser como su mal se apagan para siempre. No era miedo, sino egoísmo.
Me acerqué a los barrotes y sólo pude soltar el lánguido esbozo del ladrido de un perro malherido.
Maldita sea, no me importaba nada en el mundo más que ella. Lo era todo para mí, la causa que me permitía dormir y me mantenía en vela muchas noches, quién daba sentido a las mañanas y se lo quitaba al resto de mi día sin ella, aquello por lo que enloquecía y al mismo tiempo me hacía mantener los pies en el suelo. Necesitaba encontrarla, encontrar sus ojos y calmar mis nervios, beber de su mirada y sentir el mismo calor que ellos me robaban. Era enfermizo. Pero me permitía querer seguir viviendo.

Al cabo de un par de horas apareció una figura al fondo de la polvorienta sala y avanzó lentamente, transformando aquel pequeño espacio en un enorme pasillo.

Tardo algo más de dos minutos en llegar al borde de aquella celda.

-Oiga, ¿me podría explicar qué le trae por aquí? ¿Y qué les ocurrió?
-Sólo trataba de protegerla. El pueblo estaba desértico y de repente ellos vinieron a acorralarnos.
-¿De quién habla?
-Nos rodearon.
Hubo una pequeña pausa.
-¿Viene de la ciudad?
No respondí.

El hombre presionó suavemente la puerta de barrotes y ésta cedió en el primer intento. Entró en la celda.

-Todo el pueblo se había reunido a las afueras para celebrar una boda. Estábamos disfrutando de la celebración en la campiña, como es tradición.
-Por eso el pueblo estaba desierto -seguí manteniendo fija la vista sobre aquel hombre.
Me rodeaba con la mirada al tiempo que movía su cuerpo de un extremo a otro de la celda.
-Cuando llegamos al pueblo a por más vino y pan estaba usted en el suelo, pálido y con la mano ensangrentada. Su amigo estaba en peor estado, tiritando y con la mirada perdida -dirigió la vista hacia el ser que yacía entre ambos, en el suelo.
-No le conozco.
-¿Qué fue lo que ocurrió?
-Nos atacaron.
-¿Quién? ¡Maldita sea!
Mi silencio se tornó una dura respuesta.
-Por favor, entiendo que pueda estar conmocionado, pero si no nos dice que le ocurrió no podremos ayudarle ¿Había alguien más con ustedes a parte del perro?
-No.
Mentí para protegerla, no sabía aún si estaba hablando o no con el enemigo.
-Entiendo.
-¡Necesito un teléfono!
-Está bien.
Aquel hombre volvió a encajar la puerta de barrotes en su muesca y la cerró tras de sí. No hizo nada más, simplemente se sentó en un viejo escritorio hasta arriba de papeles y carpetas y se sirvió un café.

¿Qué ocurrió? Aquello me parecía una locura, pero no podía pararme a pensar, tenía que encontrarla cuanto antes, tal vez la hubiesen secuestrado o tal vez huyó asustada y vagaba sola por el bosque.


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