Revista Talentos

Bienvenidos a Folkloristán

Publicado el 17 marzo 2014 por Perropuka

Bienvenidos a Folkloristán  Como ustedes saben, de un tiempo a esta parte sin que lo sepamos-como reza una canción folk-, el folklorismo se ha convertido en la religión predominante de los bolivianos. Ir a misa ya está pasado de moda, así como confesarse. Sumarse a alguna grey o parroquia sólo es para jóvenes anticuados como los católicos carismáticos. Los viejos curas parece que están preocupados porque la gente prefiere rezarle a la Virgencita que presida alguna fiesta con peregrinación que encomendarse al mismísimo Señor. Además, sale mejor, aunque sea mucho más caro, enrolarse a alguna fraternidad que nos hará ver más pintudos y con la autoestima por las nubes cuanto más hagamos sonar los cascabeles. 
De ahí que no es extraño que prácticamente en todo el territorio nacional las fiestas folklóricas dominen el paisaje todo el año. Según estudios de investigadores, no es exagerada la idea de que en Bolivia hay fiesta todos los días, a un ritmo promedio de dos por día, y que solo en el departamento de La Paz se producen alrededor de 400 de estas celebraciones multitudinarias en honor de algún santo o advocaciones de la virgen María.  Así que cuando uno viaja por carretera, es casi normal que la vía esté interrumpida por unas horas en beneficio de los bailarines de algún pueblo atravesado y que los viajeros y trasportistas sean desviados por la mano de Dios. Estos comportamientos aberrantes forman parte del ADN cultural boliviano. Primero están los jolgorios y la idolatría en los santos que el trabajo y otras actividades de sentido común.
Esta pasión desenfrenada por el folklore se ha convertido en el nuevo opio del pueblo. Huelga decir que ni siquiera las catástrofes naturales tienen el poder de detenerlas, si acaso postergarlas. Hasta los campeonatos de fútbol profesional se tienen que adecuar a las fechas festivas de esta índole, porque nadie iría al estadio. En las escuelas lo primero que se enseña a los chiquilines, aun de forma torpe, son estos bailes costumbristas para que se exhiban en las horas cívicas. En la subalcaldía de mi barrio hace poco pude divisar unos carteles oficiales con cursos gratuitos de danzas folclóricas y no así para oficios técnicos u otras capacitaciones. En la televisión son innumerables los programas donde se exalta “el mejor folclore del mundo”, al tiempo que se agita la bandera tricolor en un rincón de la pantalla. Es obligado que los grupos de música nacional tengan que incluir alguna Morenada, Tinkus o Diablada entre sus canciones o de lo contrario no venden sus discos, ni las autoridades los convocan a ninguna de sus verbenas en aniversarios patrióticos. Tenemos folk hasta en la sopa.
En este ambiente imperante, hasta el gobierno utiliza la veta del folklore para sus políticas demagógicas. No hay delegación extranjera que no sea agasajada con una muestra de baile. El caudillo y sus invitados saborean los potajes en algún hotel de lujo mientras un grupo o ballet folclórico les alegra la velada. Los corredores del Dakar fueron recibidos con azafatas disfrazadas de diablesas, morenas o cholitas de caporal. Hay que valorizar nuestras danzas, dicen, al extremo de frivolizarlas.
Tal es el fanatismo por estas prácticas y circunstancias que rodean al folklore que nadie tiene derecho a meterse con él, ni siquiera criticar sus excesos y tergiversaciones. Señalar sus defectos equivale a insultar al patrimonio cultural boliviano. El que no aplaude a ciertos artistas, idolatrados por la mayoría, es poco menos que marciano. Bajo el manto de fiesta cultural se cobijan todo tipo de conductas abusivas con la minoría que no se suma al festejo, empezando por restringirle el derecho a la libre circulación.
Como en Bolivia cada ciudad pugna por ser la capital de algo, Oruro se ha ganado merecidamente el título de Capital del Folklore. Esa ciudad vive y respira folklore, lo cual en sí no es criticable, considerando que se desvive trabajando todo el año para ofrecer a los visitantes el mejor espectáculo posible. Es sorprendente el tesón y ahínco de los involucrados que quizás con auténtica fe se entregan a la causa, empezando por las bandas de música, las fraternidades de danzarines y los artesanos bordadores de los disfraces que a veces resultan en bellas muestras de arte. 
Pero desde que la Unesco otorgó al Carnaval de Oruro el título de Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, allá por el año 2001, da la impresión de que los orureños se han dormido en sus laureles, descuidando la organización, sobre todo en lo que atañe a la seguridad y la oferta de servicios adecuados. Esta falsa percepción de excelencia ha llevado a los organizadores –y por contagio a los demás orureños- a sentirse intocables por cualquier observación o crítica externa. Cualquier argumento que señale un defecto de esa “majestuosa entrada” folklórica es tildado al instante de ignorancia, discriminación u ofensa a todos los orureños. Como claro ejemplo, una coqueta presentadora de televisión fue llevada a los estrados judicialespor afirmar que la ciudad apestaba. Aunque posteriormente la joven pidió perdón públicamente, no obstante, los fundamentalistas querían cortar su cabeza.
Este ambiente de intolerancia se consolida lamentablemente. Ay de aquel que atente a “los derechos culturales, porque el carnaval es una fiesta cultural, trascendental, universal” según una autoridad local. Así las cosas, de atentado a la dignidad y el honor de los orureños fue acusada una publicación del diario La Razón que mostraba una caricatura irónica (imagen arriba) con respecto al último carnaval cuando se produjo el gravísimo accidente que mató a cinco personas por el desplome de una pasarela. Al instante llovieron los pronunciamientos de indignación de moros y cristianos. Unos dirigentes mineros promovieron la quema de algunos ejemplares e impidieron la venta apostándose en las oficinas del mencionado periódico. Un diputado nacional dirigió una carta a la directora del matutino exigiendo una disculpa pública y a nivel nacional. Este claro intento de coartar la libertad de expresión hace recuerdo al caso del humorista danés que se atrevió a dibujar una broma sobre Mahoma. 
En Oruro, se vivió estas semanas circunstancia parecida.Tanto autoridades como organizadores deslindan responsabilidades y se acusan mutuamente del accidente. Ninguno tuvo la hidalguía de hacer autocrítica ni mea culpa por la tragedia. Eso sí, militantemente se ensañaron contra el dibujante caricaturista como si fuera el gran culpable de provocar dolor en los deudos de las víctimas. Curioso es el razonamiento de la Defensora del Pueblo local, a quien le parece de lo más irresponsable e insensible una publicación que el hecho de haberse dado continuidad al cronograma del día del accidente, porque era más importante “la responsabilidad que tiene el pueblo, debido a que se realiza una inversión para cada Carnaval, puesto que en muchos casos se trabaja incluso casi un año en todo lado y de varias formas para la fiesta devocional”. Así que ya saben, importa más la devoción a una imagen de yeso y el retorno de los inversionistas que la vida misma de cualquier infortunado.

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