Revista Literatura

Borges y el dibujo (VO)

Publicado el 14 octubre 2012 por Humbertodib
Borges y el dibujo (VO)
Miguel decía que Borges lo visitaba en sueños.Afirmaba que todas las noches, mientras dormía, el escritor Jorge Luis Borges iba a buscarlo a su departamento para llevarlo (nunca aclaró cómo) hasta una vieja casona de Palermo. Una vez allí, el maestro lo conducía por un estrecho y oscuro pasillo que terminaba en una habitación atestada de libros. Todo el ambiente parecía estar cubierto por una capa de polvo y olía a humedad. Precedido por un sinfín de movimientos ceremoniosos, Borges abría una vitrina y sacaba de allí una hoja amarillenta en la que se veía un dibujo bastante extraño. Era así como lo describía Miguel: un dibujo bastante extraño. Después de mostrarle el dibujo, Borges le insistía que se lo llevara porque… Entonces Miguel se despertaba angustiado.Yo lo conocía de la escuela primaria, ya de chico era un poco raro, pero nunca había hecho nada grave, sólo que era muy callado y no se llevaba bien con ningún grupo, por eso lo fui acoplando a los míos. Estuvo en el del club, el de la secundaria, el de la servicio militar y, finalmente, el del bar, que era un poco el rejunte de todos los grupos anteriores. Algunos ya lo conocían, los demás tuvieron que tragárselo. Nos juntábamos siempre en el bar del Gallego, era allí donde nos reuníamos a tomar esos cafés infinitos de muchachos de barrio, mientras hablábamos de fútbol y de minas lindas. Cada tanto Miguel detenía cualquier conversación para contarnos esa historia que todos escuchábamos cada vez con menos paciencia. A ninguno le extrañaba la idea de que Borges lo visitara en sueños -cosa bastante común si es que se trata de sueños-, sino que quisiera regalarle una ilustración. Miguel afirmaba que el escritor era muy amable con él, aunque le hablaba poco, que siempre le daba unas palmaditas en la espalda para que entrase en la casona, que lo acompañaba con una sonrisa paternal hasta ese cuarto y que no cejaba en el intento de convencerlo para que se llevase aquel dibujo.-Pero, al final, viejo, ¿qué hay en el dibujo?- siempre se impacientaba alguno. Entonces Miguel se levantaba y salía del bar como si lo hubiéramos ofendido vilmente.-Vos tenés la culpa, Pablo, vos lo trajiste al bar- me reclamaba alguno de mis amigos.
               -Ustedes ya saben que Miguel es un bicho raro, no lo voy a cambiar yo.Por fin, sin que nadie se lo pidiera, una tarde nos reveló el secreto. Hizo que acercáramos las cabezas hacia el centro de la mesa, como si tramáramos alguna acción siniestra, y en voz muy baja nos dijo que en el dibujo se veía una figura femenina desde la cintura hacia arriba, muy delgada, apenas tapada por una túnica transparente que dejaba a la vista sus pequeños aunque hermosos pechos, pero que el torso remataba en una cabeza de cabra adornada con una corona de flores rojas y una trenza que le caía sobre el hombro izquierdo. No lo pudimos evitar, nos matamos de la risa. -Sí, es una mujer hermosa, muy hermosa, ¿qué hay?- dijo, alzando la voz.-Pero, ¿tiene cabeza de cabra, Migue?- pregunté yo para restar importancia a todo lo demás.-¿Qué, no me creen?- gritó y esa vez se fue más enojado que nunca.Por dos semanas no supimos nada de él, nadie quería llamarlo o ir a buscarlo hasta la pensión donde vivía, nos imaginamos que él solito volvería. Y así fue. Se lo veía abatido y desalineado, parecía haber disputado una cruenta batalla consigo mismo. Arrastró la silla como si no tuviera fuerzas para levantarla y se sentó, no decía una palabra, sin embargo todos lo escuchábamos con los ojos. Poco a poco, fue soltándonos más detalles. Con aires de estar confesando -y liberándose con la confesión- dijo que Borges le había revelado que esa figura femenina era una representación alegórica de su primera esposa, Elsa Astete Millán, y que la había realizada una artista catalana. Ninguno de los que estábamos allí sabía que Borges hubiera tenido otra mujer que no fuera la -para muchos- controvertida María Kodama. Y menos que aquella predecesora se hubiera parecido a una cabra. Lo cierto es que después de largarlo todo de una vez, se irguió y se fue abatido, barriendo el piso sucio del bar con los zapatos.Hasta ese momento, no pasaba de ser el sueño recurrente de un tipo bastante tocadito, pero un día Miguel se apareció por el bar con una hoja vieja y enrollada. Presa de una feroz excitación nos contó -casi a los gritos- que finalmente había aceptado el dibujo, pero que por nada del mundo iba a permitir que lo viésemos o lo tocásemos. Según nos contó, Borges le había ordenado -así dijo: ordenado- que lo llevase hasta el sótano de una antigua casa de la calle Defensa al 600, en San Telmo, ahora convertida en un moderno bistró. Una vez allí, tenía que colocarlo exactamente en ese punto que contiene todos los puntos del universo. Si lograba hacer todo de la manera y en el lugar que correspondía -aseveraba-, Jorge Luis Borges volvería a la vida. ¿Qué le íbamos a decir?, nos quedamos en silencio y luego seguimos hablando, ya con la seguridad de que nuestro amigo había soportado una vida demasiado dura y que la soledad lo había llevado al límite de la razón.Pero Miguel cumplió con el rito al pie de la letra, lo supimos una tarde que estábamos en el bar, en el televisor apareció una placa roja con letras blancas que anunciaba que un enajenado -mirá, Pablo, el tipo de la tele es tu amigo, mirá-, después de pelearse con los encargados de un restaurante y herir de gravedad a uno con un cuchillo, acabó encerrándose en el subsuelo para hacer no se sabía qué cosa.
        Por suerte, lo soltaron enseguida: artículo 34 del Código Penal. Inimputable, sentenció el juez.
          Miguel sigue viniendo al bar cada vez que nos juntamos, pero nunca más pudo hablar. Lo sentamos en su silla, a veces, para alegrarlo le decimos que algunas personas vieron a Borges caminando por los pasillos de la Biblioteca Nacional o por las calles de Palermo, pero él ni escucha, está siempre allí, como una fantasma inofensivo que testifica nuestras charlas de fútbol y de minas lindas.
Algunos dicen que Borges alcanzó la única inmortalidad posible: la simbólica. Hasta donde yo sé, no hay otra, pero no podría asegurarlo.
Gracias Sara Sánchez Alonso: http://sarasanchez-arte.blogspot.com.ar/

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