Revista Literatura

Cabalgata

Publicado el 06 mayo 2011 por Quiquec
Con voz anciana y profunda la adivina lee la predicción, “Hombre solitario montado en caballos de cristal, ardiente golpeteo de cascos mezclado con existencia irreal. Cabalgando llegas a la vida y cabalgando te irás”.-¿Cabalgando dice?-Dicen las cartas, querido- corrige la adivina, con condescendencia fingida.
Las palabras de la anciana parecen vacías, efectivamente oídas, pero no escuchadas. El viajero, quien se encuentra totalmente ensimismado, lentamente gira su mirada abajo al costado, permanece así un momento extenso, como si no hubiese nadie más bajo el techo de esa carpa gitana. Su rostro inexpresivo está escondido entre el polvo del camino y sus cabellos despeinados, él tiene la mirada perdida en lo infinito, a pesar de estar ahí presente, el viajero se desvanece de la existencia. Sobrevienen delicados minutos atemporales, de silencio incómodo, de recuerdos. La anciana no dice nada, sabiendo que el verdadero vacío no se puede rellenar con palabras, sabiendo que así como se fue, volverá.El regreso es brusco, el viajero reacciona agitado, temeroso de su propia desaparición. La anciana le observa calmada, paciente, por su parte el viajero la encara bruscamente, la mira desafiante.-¿Cuándo moriré adivina?- Pregunta el hombre, con voz grave.-Quizás hoy o quizás mañana, tal vez debió morir ayer o tal vez no. Todos morimos muy lentamente viajero, ¿por qué le interesa tanto?- Pregunta la gitana.
Los ecos de producidos por la voz de la anciana quedan flotando en el aire, no hay respuesta. El hombre permanece estático, ausente. Se ha ido nuevamente, su cuerpo aun está presente, pero su mente está divagando.La anciana sabe que él se ha desvanecido, sus pupilas dilatadas le venden, si sus ojos no observan nada allí, solo puede ser porque están en otro lugar o quizás en otro tiempo. Sin darse cuenta el viajero queda sumergido en el pasado.
… los pajarracos arremolinados en la pradera le indican donde debe ir, en cierta manera también le advierten con qué puede encontrarse a su llegada. Él asegura bien su montura, acaricia a su caballo con intención de tranquilizarle, en realidad para tranquilizarse ambos. El jinete se acerca poco a poco al lugar señalado, el olor del ambiente le confirma lo que ya temía, él nunca vio un cadáver pero sabe como huele la muerte, de algún modo espera que eso le prepare para encontrarse por primera vez con aquella realidad temida, con la que inevitablemente se encontrará en su último instante. Llegar allí es un deber repudiado, pero ineludible. Eventualmente el jinete está lo suficientemente cerca como para observarlo todo detalladamente. Ahí está el cuerpo, tendido en la tierra, carcomido por los cuervos, es maloliente y asqueroso, pero aun así, familiar.La única reacción a la que atina el hombre es cerrar los ojos, ya no necesita ver más de eso, está muerto y no le queda más que aceptar los hechos. El aire apesta, hace calor, la respiración del jinete se torna cada vez más rápida, una debilidad abrasadora nace de su propio interior e inunda sus sentidos, al mismo tiempo un zumbido, que se hace cada vez más fuerte, nubla a todo sonido. A pesar de permanecer con los ojos cerrados la visión del jinete se torna blanquecina, el hombre, se siente mareado, se inclina al frente de forma involuntaria, pero aun queda montado, abrazando el cuello de su caballo.   El jinete está en el limbo de la inconsciencia, pero aún permanece despierto, observando todo como si fuese irreal. La imagen monstruosa de su padre siendo devorado por los cuervos todavía está allí, lastimándolo a cada atisbo. El hombre, a punto de desfallecer, es auxiliado, algo evita que caiga desmayado, es un gentil bramido que lo rescata. El caballo, al mismo tiempo que produce suaves sonidos está dando vuelta, alejándose lentamente de aquel lugar, el corcel está asistiendo al hombre, tranquilizándolo, salvándole del horror del que él no puede escapar solo. Se supone que el jinete debía cuidar al caballo, pero él agradece que en esa ocasión las cosas se hayan dado al revés.En el último instante, mientras el caballo se aleja suavemente, el jinete, con los ojos húmedos y entrecerrados, alcanza a ver un cuervo repulsivo, que le grita con voz ronca, como una afrenta, “¡Morirás cabalgando!, Jinete”…
Un instante después el hombre vuelve en sí, le toma unos segundos volver a situarse en el presente, permanece pensativo, quizás cuestionado cual es el momento en el que se encuentra realmente, después toma un gran trago de aire y encara a la gitana.-¿Cuándo moriré anciana?- Pregunta nuevamente el viajero.-Lo dice la baraja y lo dice un ave, lo sabe usted y yo lo sé. Morirá cabalgando, nadie sabe cuándo jinete, y a los dioses no les importa eso- responde la vieja-A mí me importa, dígamelo de una vez, dígame lo que quiero escuchar – Exige el viajero, con tono impositivo. -¡Morirá cabalgando! Jinete…- Grita la anciana, con voz ronca, con una sonrisa macabra dibujada en su rostro.
El viajero queda petrificado de inmediato, aquellas son las misma palabras del cuervo, ella lo sabe. Lo que ella no sabe es que, por un breve instante, ha sido poseída.
-¡Morirá cabalgando!... ¡Morirá cabalgando!... ¡Morirá cabalgando!- Repite la anciana frenéticamente.
Para el hombre en la carpa es obvio que ya no está hablando con la vieja, conocedor de antiguas tradiciones, sabe que frente a él está el espíritu cuervo gritándole, riéndose. Él lo sabe, tiene miedo, quiere escapar, duda de sí mismo, pero a pesar de todo ha tomado la decisión de permanecer, de arrostrar la adversidad. La mano izquierda del viajero tiembla, acaricia su revólver como un acto reflejo. El hombre de la carpa escucha a su propia conciencia, que le dice “Dispara, mátala a ella antes que ella te mate a ti”, pero el viajero hace caso omiso. De algún modo aquel hombre sabe que disparar es otra forma de huir, aun si matase a la vieja el espíritu cuervo volvería a buscarlo, la única forma de detenerlo es enfrentarlo, demostrándole que no tiene miedo, ni al cuervo, ni a su propia muerte.  El hombre permanece, su pequeñez esta allí, acompañándole. Frente a él se planta el cuervo, con su inmenso poderío, con su terrible imagen materializándose en las sombras y en los negros ojos de la gitana, ahí está el cuervo mostrando toda su grandeza sin tapujos. El hombre permanece, sigue siendo débil, sigue siendo frágil, fugaz, humano, por si solo incapaz de hacer frente al esplendoroso cuervo, pero aun así, enfrentándolo.  El hombre permanece, pero su voluntad trasciende.La vieja solo se detiene en su desquiciado frenesí cuando encuentra su mirada con la del viajero, quien la observa de manera penetrante, solo después de ese instante la gitana es capaz de controlarse nuevamente, esta vez es ella la que no entiende que ha sucedido.El viajero hace una mueca, lanza unos centavos a la mesa y se da vuelta con brusquedad sin decir nada más. Una vez afuera, el viajero camina enredado en movimiento humano, todo alrededor es dinámico, está en una ciudad viva. El hombre, se dirige con determinación a las caballerizas, totalmente ciego a las presencias que le rodean, enfocando sus ojos y su mente en un solo pensamiento, su caballo fiel.En las cabellerizas, después de alistar la montura, el viajero acaricia a su corcel, le habla suavemente mientras el animal brama y mueve las orejas. Existe entre ambos un cálido momento, una comprensión inexpresable está allí,  acompañando al jinete y su caballo. Camufladas entre pensamientos escapan algunas palabras de la boca del viajero. -Siempre confiare en tí más que en el cuervo, sobre eso no es necesario decir nada más. Te agradezco, te agradezco por salvarme aquella vez, por salvarme del miedo. ¿Sabes amigo?, ya no va ser necesario que lo hagas de nuevo.Nos vamos, cabalgando, porque así es como me gusta viajar…
El jinete abandona el pueblo montando, ignorante de su destino, sin saber si pasará el siguiente risco o sobrevivirá la siguiente jornada, no le importa, quizás lo haga o quizás no. Él transita un camino polvoriento bajo el sol, escuchando el golpeteo de cascos que su corcel produce, sabiendo que siempre vivió su vida como escogió vivirla y siempre fue feliz.  

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