Revista Literatura

Cabeza de lunes y martes

Publicado el 11 febrero 2014 por Sara M. Bernard @saramber

Cabeza de lunes y martes

La sangre helada porque he decapitado al Buda. Pero al de verdad, este es un poco más
de verdad que otros budas; está fabricado por manos tibetanas, traído del Tíbet, entregado por ojos lineales, boca sonriente y cráneo pelón. Una cabeza con menos adornos que esta que agoniza, desnuda de cuerpo. Faltan trozos minúsculos cuando el pegamento hace su trabajo. No se puede arreglar.

Le he arrancado la cabeza a Siddharta.

Él me la arrancaría a mí, si viera que me preocupo por una figurita.

Llaman otra vez, mismo número. Para ser comercial de la marca (la competencia de la que anuncia ahora la cantante Chenoa). Sin horario, sin contrato, la promoción corre de tu cuenta (
Ya estoy despierta a primerísima hora para retocar hojas de vida. Hay datos y empresas recientes que se me olvidó añadir. Llaman -tono y medio- sin que pueda cogerlo. El número de móvil, puesto en Google, dice que es un señora-empresaria que distribuye productos cosméticos de una marca por catálogo. Facebook lleno de .jpgs motivadores con frases de Coelho o similar.
hazte tu página de Facebook, es fácil) y, sobre todo, comprar lo que vendes. Seudo-empresaria-de-algo. La tía de Silvia estuvo en esa movida y sale más a cuenta montarte una empresa real. No recuerdo haberme apuntado a esa oferta. Rechazo la propuesta.
Llaman. Una entrevista mañana, para captadora de socios en otra ONG. A esta oferta sí me había apuntado. Voy a agotar el cupo de ONGs disponibles para ser captadora, no lo entiendo.
Llaman. Son las tres de la tarde, mientras pongo las patatas fritas en el plato y no me da tiempo a cogerlo. Devuelvo llamada y salta el contestador, es de una agencia de promotoras. A esta también me he apuntado.

Intento terminar (o hacer, o empezar) un comentario de
Última temporada. Demasiadas cosas, demasiadas ideas que no terminan de ordenarse. Coinciden pocas -o muy pocas- con los reseñistas que he leído. Para qué los leo. Para qué el trago, digo, si no sé hacer reseñas.


Rebusco libros electrónicos (y gratis) en Amazon. Rápido, barato, aquí, ahora, YA. Porque ahora viene mal salir hasta la biblioteca.

Sigo sin entender por qué que no existe la categoría
Literatura >No-ficción a secas en Amazon España. Y los libros gratis son una porquería, todo clásicos (la mayoría leídos). Comentario unánime, sea cual sea el autor: esto ha sido pasado a Kindle por un mono, cuántas erratas, cuántos fallos.

Llaman. Acaba de nacer un primo segundo, o un sobrino segundo o lo que carajo sea el parentesco ese.

A última hora, la empresa ha leído su curriculum y su candidatura ha sido descartada del proceso. Audiovisual, redactor de contenidos, community manager, dinamizador de redes, generador de contenidos, marketing y redacción.

Mierda, se me ha olvidado comprar una libreta nueva. Mañana. Escribo por los márgenes.

Un libro bueno, de un autor bueno y reconocido, con dos años de trabajo mínimo, vale 4€ en oferta digital. Un pantalón vale 40€, con un coste de producción de 40 céntimos en China. Productos, rentabilidad, utilidad social. También hay pantalones que cuestan 400€ por llevar un logo y nada más que eso.


Todo es encantador y maravilloso y solidario. Está hecho. He visto ese brillo en los ojos, creo. Espero haberme confundido. Que me haga autónoma. Re-pagan y recontrapagan el IVA, el IRPF y no sé cuántas historias más.

Vuelvo andando de la entrevista. Estoy asqueada y sé que voy a pasar por delante de una librería. Y entro. Miro todos los estantes. Salinger. Mallo. Muchas fajas de muchos colores. Salgo.

Voy a FNAC. Pero a mirar, otra vez, el precio de una impresora que sería de más utilidad como autónoma. Para estar en la calle vendiendo cosas, prefiero que sean cosas que, además, hago con mis manos, para sentirme menos inútil.

Por detrás está la zona de libros. Paseo. Es flipante tanto cartel y que, sin embargo, estén los títulos tan desordenados. Lo hacen aposta para que tengas que preguntarles a Veo ellos.
La trabajadora de Elvira Navarro. Casi voy a llorar por el precioso color magenta/morado/mezcla de la faja. Sí señor, las fajas rojas dan puto dolor de ojos.
Y las verdes.
Y las verdes que ponen "¡Nosotros la hemos descubierto! Nuevo talento FNAC".


Hago una mueca muy rara porque el libro parece anórexico. La costumbre Mondadori, supongo, letras gordas Impact, más de 200 páginas...

También hago trampas. Leo
Germán [...]. Leo ella es teleoperadora y [...]. Leo muchas cursivas, corchetes y cursivas entre corchetes. Me encantan las cursivas. Aparece el dependiente gordo y lo miro de frente. Viene a controlarme porque he puesto esa cara raruna de que me leo viva allí mismo las ciento y poco páginas.

En realidad, a él sí se le puede llamar grueso. Mide como dos metros y está "fuerte", que no gordo. Aparece por las esquinas siempre que voy. El otro dependiente no, que es justo al que tengo que pedirle siempre las cosas. El otro es clavado a Steve Jobs en sus últimos tiempos, gafas, nariz, barbita, delgadez, todo.


Regreso con las manos vacías, porque así no está bien. Nada bien. Es un mecanismo peligroso, como el de los ludópatas, el de los compradores compulsivos, el de...

Me deprimo/cabreo al mismo tiempo, por ofertas de empleo sin continuidad, y me largo a por algún libro que quería leer hace tiempo. Ñeg.

Vuelven a llamar de la agencia perdida de promotoras. Que era para vender termomixes hasta julio, cuatro días a la semana, unos 450€/mes.

Calculo la rentabilidad según el tiempo que restará para escribir a la semana (3 días completos y medias jornadas) y no del porcentaje euros/hora. No sé por qué coño pienso las cosas de esa manera en el primer impulso.


Que la inspiración te pille trabajando.



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