Revista Diario

Camila.

Publicado el 27 marzo 2013 por Mariaelenatijeras @ElenaTijeras
 
Camila.
"Ilusiones, esperanzas…  todo estaba roto en millones de pequeños trocitos que ahora, en la  ducha, se iban por el desagüe, de donde ya no volvería a recuperarlos”.                                                                            Acomódate para leer una historia del corazón
 El sol comenzaba a entrar a raudales en la habitación de Camila. Era temprano aún, pero los grandes ventanales de pared a pared consentían esa invasión. A veces mal recibida por ella. Esa mañana, Camila, al igual que otras muchas que le precedieron, albergaba síntomas de no haber descansado bien. Le costaba muchísimo conciliar el sueño y cuando lo hacía se despertaba en mitad de la noche envuelta en terribles pesadillas. Su vida no iba bien, lo sabía, pero por el momento no podía hacer nada, salvo esperar.  Y confiar en que el tiempo le devolviera la añorada serenidad y la alegría de otros tiempos más felices. Cada mañana despertaba de un sueño inquieto. Una y otra vez las crueles e lacerantes palabras con las que Servando rompió su sueño retumbaban en su mente. La persona con la que creía compartir una vida, permitió que su relación se hundiera en un abismo insalvable. —Camila, quiero que te marches de la casa. Desde hace tiempo vivo amargado por tu culpa  —le dijo impertérrito. La sorpresa la invadió en ese momento a pesar  de que desde hacía tiempo preveía un final. Su felicidad, ilusiones, sueños… todo quedó roto en millones de pequeños trocitos que ahora, con el agua de la ducha, se iban por el desagüe. Ya no volvería a recuperarlos.—Como tú quieras…—respondió con frialdad—, pero  ¿sabes una cosa? Yo, a diferencia de ti, tengo un sitio a donde ir. ¿Puedes decir tú lo mismo?Con dolor, rememoraba la salida de lo que creía iba a ser su hogar. En un hombro colgaba una bolsa de viaje con algunas de sus pertenencias, lo imprescindible por el momento. Ya pasaría a recoger el resto cuando él no estuviera allí. Y en el otro brazo, aún dormida, cobijaba a su hija de tan sólo quince meses. Mientras por su mejilla resbalaba una  dolorosa lágrima de cristal, una pregunta retumbaba sin descanso en su mente: ¿Por qué? No halló la respuesta. Antes de salir volvió la vista atrás por última vez para comprobar cómo Servando, indolente, se ocupaba en ver la televisión tirado en el sofá. No hubo despedidas. Recordó  cómo aquello, lejos de doblegarla, provocó que secara la lágrima antes vertida y levantase la cabeza con orgullo, para no volver a agacharla jamás. Sonrió a su muñequita diciéndole: —Preciosa, comenzaremos tú y yo juntas, unidas en todo lo que la vida nos quiera enviar. Sortearemos los grandes obstáculos que preveo, estarán en nuestro camino, pero jamás nos rendiremos. Aquí cerramos esta puerta, pero abriremos la  que nos conduzca a la felicidad verdadera.
Camila acercó su rostro al cristal de la ventana desde la que se observaba toda la belleza de la bahía, iluminada ahora por los indómitos retazos de sol que anunciaban un nuevo amanecer. Mientras paladeaba con agrado una taza de humeante café, contempló con deleite el acerado mar en calma. Los recuerdos impregnados de evocadora nostalgia se agolpaban en su mente dibujando una sonrisa en sus labios. Con los primeros vestigios de sol emanaban renovadas y vibrantes sensaciones. Brotaban salvajes y libres como tan solo los amantes del mar saben disfrutar. Olas de espuma blanca acudían a su memoria al mismo tiempo que rompían en la orilla refrescando sus pies, a su lado, inocente y tierna, su dulce pequeña gateaba despacio intentando evitar que sus manos se hundieran en la arena.  Pero no podía evitar que otros pensamientos, no tan buenos, golpearan su mente.  Se había propuesto desecharlos. No volver a recordarlos nunca más. Pensar en ellos minaba su férrea voluntad de seguir adelante. Ahora estaba con su hija, y dedicaría a ella su existencia. Sus tiernos abrazos, sus dulces besos y sus torpes palabras, aún mal pronunciadas, arrancaban su sonrisa más  profunda. Conseguía hacer que olvidara sus penas y dejara a un lado lo que cada noche, en la soledad de su cama, le martilleaba a bocajarro  sin piedad. Pero ahora tenía que ser ella la que lograra extinguirlos de su vida para siempre. Se lo debía a sí  misma y a su hija. Volvió a la realidad. El sol ya había iniciado la marcha hacía su punto álgido y desde esa ventana  atisbaba los purpúreos tonos del cielo obligando a que Camila  iniciase su rutina. Tenía que ir a trabajar. Pero antes de salir se paró en la habitación de Salomé. Entró muy despacio, sin hacer ruido y acercándose a la cuna le dio un suave beso en sus apretadas mejillas.  —Duerme bonita  —le dijo, arropándola con cariño.Y salió del dormitorio. Caminaba con calma por la acera. Había salido con tiempo de casa.  Le gustaba ir paseando, por lo que pudo darse cuenta de cómo el invierno comenzaba poco a poco a languidecer para ir dando paso a la alegre y rutilante primavera. Los árboles de las calles,  con británica  puntualidad, mostraban ya los primeros vestigios de esa renovación perpetua  de la naturaleza. Permitían, como cada año, sentir ese armónico palpitar que da origen a la vida. Los pájaros, con escandaloso trinar, no querían ser menos protagonistas y se sumaban así a la fiesta de luz y color.Desde hacía varios años, Camila, se dedicaba a la organización de eventos. Había conseguidos excelentes resultados para  su empresa, en la que estaba bien considerada. Su último proyecto era la organización de un congreso médico de Cardiología para el mes de septiembre en Barcelona, donde los últimos avances  médicos serían dados a conocer por expertos de renombre internacional.
Del potente automóvil que acababa de llegar al aparcamiento del aeropuerto de Barcelona-El Prat, descendió un hombre joven de aspecto atlético, de unos treinta y cinco años.  Pequeños rizos ensortijados poblaban su cabeza sin sobrepasar la nuca, unas gafas de sol ocultaban unos profundos ojos oscuros. Sus labios finos enmarcados por  un recortado bigote y una delgada perilla bien cuidada, atribuían a su rostro una belleza que obligaba a muchas mujeres  a mirar con descaro  y a girar la cabeza para evitar perderle de vista. Un atuendo informal pero muy escogido destacaba su apariencia elegante. Desde megafonía escuchó lo que, anhelante, esperaba oír.  A través de las grandes paredes de cristal, podía contemplar la llegada de la aeronave.—¡Por fin! —dijo, elevando las manos por encima de su cabeza,  mientras se dirigía a la puerta de llegada correspondiente a ese vuelo.  Tras unos instantes,  los pasajeros empezaron a salir atropelladamente, después de recoger sus maletas de la cinta transportadora.  No era capaz de discernir entre tanto personal  la descripción que, desde la agencia, le habían facilitado para poder reconocer a la persona que compartirá con él la organización del  prestigioso  proyecto que elevaría a la más alta de las cimas a aquel que fuera capaz de llevarlo a término con éxito. Poco a poco el vacío fue ocupando el espacio libre que iban dejando los viajeros. Al fondo, una chica luchaba enconadamente con su equipaje. Mientras agarraba un trolley con una mano, en el hombro contrario intentaba colgarse el maletín del portátil al tiempo que sujetaba un portafolios en la otra.  Una vez todo colocado recobró la compostura y empezó a andar hacia la salida.  Pelo largo, rizado y moreno acompañaban sus ojos verdes. Su delgada nariz recta se deslizaba hasta el estrecho valle  que la separaba  de unos labios jugosos. Un maquillaje delicado conseguía  que su rostro resplandeciera. Su indumentaria, una falda negra  por encima de la rodilla, camisa roja entallada con algunos botones desabrochados a causa del calor y zapatos de tacón no muy alto, delataban, a ojos de Marcos,  una belleza  como pocas.  No se atrevía a preguntarle si era ella la persona que estaba esperando porque, desde luego, no coincidía en absoluto, con la descripción que le había dado su compañera. Pero no le quedaba otra opción, ya que era la última persona de ese vuelo.—Disculpe, ¿es usted Camila Palacios? —preguntó al fin, acercándose a ella. —Sí, soy yo —sorprendida giró la cabeza hacia la persona que se le aproximaba por la derecha.—Soy Marcos Guerrero —saludó, mientras estiraba la mano hacia ella—. Me envían desde la agencia para recogerla y llevarla hasta su hotel. Trabajaremos juntos en la organización del  Congreso Médico de Cardiología —Camila  soltó la maleta  que llevaba en una mano, para poder  darle el obligado apretón de manos de una presentación formal. —Encantada, Marcos. Desconocía que vendría alguien a recogerme. Pensaba que nos conoceríamos en la delegación. —No se preocupe, pero si quiere,  puede llamar a su oficina y consultarlo —intentaba tranquilizarla. —No importa —dijo ella recelosa—. Creo que me alojo en… Dejo la maleta en el suelo para  consultar  la documentación que llevaba junto a su billete de vuelo, sin lograr encontrar la reserva del hotel.—Hotel Rey Juan Carlos I —comentó él—, muy cercano al congreso. Si me lo permite, puedo ayudarle a llevar su equipaje, veo que va un poco saturada. Mientras alargaba los brazos para agarrar la maleta rodante de ella, la miró de frente a los ojos esperando una respuesta. Advirtió que  era muy directa y algo desconfiada. Mantuvo su mirada y tras breves segundos, aflojó su intensidad aceptando su ayuda.—Si, por favor —dijo acercándole la maleta del suelo—. No es muy pesado lo que llevo, pero son demasiados bártulos para tan sólo dos manos. Muchas gracias.—De nada, es un placer —Marcos cogió la maleta y señaló con la otra mano hacia la puerta de salida del aeropuerto—. He dejado el coche en el parking, si lo desea puede esperarme en la puerta, mientras lo acerco. —De acuerdo. Una vez acomodadas las maletas en el maletero del coche, se dirigieron hacia el hotel donde Camila pasaría su estancia en Barcelona. Cuando llegaron, Marcos la acompañó hasta la puerta de su habitación donde  dejó el equipaje.—Bueno Camila, aquí me despido —dijo él—, acomódate, descansa y mañana te recogeré para empezar la jornada. —Muy bien —contestó ella, mientras contemplaba fascinaba la habitación—. Mañana nos vemos. Gracias por acompañarme hasta la misma puerta, todo un detalle de tu parte, Marcos. —No tiene importancia, con la cantidad de cosa que traes, no podía dejar que subieras tú sola —dijo él, guiñándole un ojo. Tras su salida, Camila cerró a su espalda. Desde la puerta contempló la espaciosa habitación que contaba con todos los detalles. Maravillada miraba atentamente en derredor, nada de todo aquello se parecía en lo más mínimo a los hoteles que había visitado demasiados años atrás. Se dirigió hacia el baño, deseaba darse un caprichito para relajarse,  antes de empezar con el duro trabajo al día siguiente. Abrió el grifo y empezó a quitarse la ropa, que bien doblada, la colocó encima del lavabo.  Cuando ya estuvo llena, se sumergió despacio dejando escapar un tímido suspiro de satisfacción. Tumbada con las piernas estiradas y la cabeza apoyada en el lado contrario al grifo, con una toalla enrollada debajo, no pudo evitar  recordar momentos de su vida en los que una bañera le aportó  uno de los placeres más intensos que había vivido, en la época en la que solo la felicidad culminaba su existencia. Un mal sueño la atormentó durante la noche; su pequeña gritaba angustiada al final de un pasillo larguísimo mientras llamaba a su madre entre sollozos desgarradores.  No podía alcanzarla, cuanto más corría más se alejaba y más intensos eran los lamentos de su hija.  Sabía que era una horrible pesadilla, en otras ocasiones se había repetido, pero esta vez el dolor que la embargaba era más intenso que las anteriores. Cuanto más intentaba abrir los ojos, con desesperación ansiaba volver a la realidad, más se hundía en la atroz sensación de no poder llegar hasta su hija y calmarla entre sus brazos.   De repente algo la llevó a la ansiada realidad. El sonido de la alarma  del móvil  hizo que despertara empapada en sudor, su respiración era entrecortada, agitada.  Las sábanas de la cama estaban revueltas, dejando al descubierto el colchón. Cuando al fin recordó donde estaba, logró calmarse y, apoyándose sobre los codos, pudo levantar medio cuerpo. Comprobó que todo estaba tranquilo. Se fue directa a la  ducha. Esperaba poder borrar  con el agua los malos sueños que la habían amedrentado sin piedad.  No lograba entender por qué  los sufría, por qué en esta ocasión fue más fuerte la sensación de impotencia y rabia. No quería saber el motivo real, sólo deseaba  acabar con esos sueños que una y otra vez amenazaban su estabilidad emocional.Se dirigió hacia la maleta. La noche anterior no la había deshecho, así que se vistió con lo primero que encontró. Con un poco de maquillaje intentó tapar las huellas  que la mala noche pasada había dejado en su rostro.  Una vez arreglada, bajó a la cafetería del hotel. Al entrar, buscó a Marcos. Lo localizó al instante sentado en una mesa en el fondo del comedor leyendo el periódico. Pudo comprobar que todavía no le habían servido el desayuno. La estaba esperando. —Buenos días, Marcos, ¿qué tal? —dijo al acercarse a la mesa plasmando en su cara una sonrisa que aunque pretendía que fuera lo más natural posible no lo consiguió. —Buenos días, Camila —levantó la mirada del periódico depositándola en los ojos de ella—. ¿Te encuentras bien?, ¿has pasado mala noche?Le sorprendió que su cara no fuera la misma que la de la tarde anterior, cuando la dejó en la habitación. —No he dormido bien, —respondió al ver la expresión de preocupación de Marcos— Creo que el cambio de cama, y otro sitio distinto al de siempre han impedido que descanse.—Bueno,  pronto te amoldarás.Se había dado cuenta  de que lo que le había dicho no era toda la verdad. Sin  duda había pasado mala noche y la explicación no era la auténtica razón.
Durante las semanas siguientes trabajaron juntos.  El tiempo iba pasando y era necesario finalizar el proyecto. Desde Almería pedían informes, casi a diario, de los avances  que se llevaban a cabo. Era imprescindible terminar con premura y todo debía de quedar,  no solo bien, sino perfecto.  Ambos compartían muchas horas lo que provocaba que surgiera una relación cada vez más estrecha. Las miradas furtivas iban cobrando fuerza. Interminables veladas  donde las risas e inocentes roces, a veces provocados, otorgaban magia a cada uno de los encuentros que disfrutaban.  Entonces, dejaban  de ser compañeros profesionales, para convertirse en  un hombre  y  una mujer que empiezan a conocerse.  Deseaban  con todas sus fuerzas que las manecillas del  reloj se detuvieran   y con ellas el tiempo.  No podían negar, lo que entre ellos empezaba a surgir.  Pero, para ella, no todo era como quería que fuese. Las mariposas de su estómago revoloteaban sin que encontrara la forma de hacerlas salir.  Permitir que la vida empezara de nuevo era utópico. No conseguía hallar la fórmula para recomponer los trocitos rotos de su corazón. Le resultaba muy difícil volver a entregarse a unos sentimientos que, contradictorios, batallaban en una lucha difícil e incesante. Casi agónicos por triunfar uno sobre otro. El combate no tenía fin y sin una tregua, más que necesaria, el alma de Camila no hallaba  luz para emprender un nuevo comienzo.  Desde su interior una voz gritaba: “¡Adelante!”.  Pero  desde su pensamiento más profundo solo podía escuchar: “¿qué haces? ¿Hasta dónde quieres caer esta vez? ¿No tienes  suficiente con lo que llevas a cuestas?” Era más fácil sucumbir en esa guerra que luchar para sobrevivir.  No iba a dejar que volviera pasar lo mismo. Estar siempre alerta, por si acaso, no era lo que necesitaba para recomponer  su interior. Buscaría la forma de dejar de sentir, para centrarse en lo que de verdad importaba. Su adorada Salomé.
Los fulgurantes rayos de sol comenzaban a entrar por la ventana de la habitación del hotel con toda su fuerza. Las  sábanas revueltas  de la cama volvían  a ser testigo del fiero combate que, una noche más, le había impedido conciliar el sueño. Las pesadillas se sucedían con más frecuencia que nunca, mermando su equilibrio en  cada episodio. Los tentáculos que, desde el cielo, acariciaban su rostro le hicieron despertar de tan horrible sensación  provocando en ella la furia necesaria para decir basta.  No quería sentir más la angustia que, durante tanto tiempo, había estado manejando su existencia y guiando su vida por caminos no deseados. A partir de ese nuevo amanecer  que,  desde la cama,  observaba abrazada a sus rodillas, decidió tomar de nuevo las riendas de su vida.  Una serie de golpes armónicos procedentes de la puerta la avisaron de que Marcos ya estaba allí para recogerla. Terminó de acicalarse delante del espejo y con paso decidido abrió. —Buenos días. ¿Qué tal? Camila dejó la puerta abierta y se dio la vuelta para coger su bolso.—Buenos días —contestó Marcos—. No deberías abrir la puerta tan alegremente sin asegurarte de quién es primero. —Pero… si sabía que eras tú. —¿Y eso quién te lo dijo? —contestó él algo intrigado por su respuesta. —Tú forma de tocar. —Aunque así fuera, no soy el único que sabe dar esos golpes. Así que la próxima vez asegúrate primero ¿vale?—Vale, papá —rió ella, ante su tono de preocupación que, en otro tiempo, había escuchado tantas  veces. Recogió su bolso del sillón donde lo dejó la noche anterior y salieron juntos. Llegaron al  Palau de Congresos. Desde la sala de exposición donde tendría lugar el evento se divisaban los jardines donde estaban dispuestas las carpas para los almuerzos de los invitados al congreso.  Camila observó, desde lo alto, como Marcos daba brazadas  al aire y pequeños saltos  para  llamar su atención. Por más que quiso evitarlo, no pudo reprimir la carcajada al contemplar semejante imagen proveniente desde el jardín.  Él hizo un ademán con la mano indicándole que bajara. Ella asintió y acudió a su llamada.  Un par de horas más tarde finalizaron  los preparativos para la inauguración.Desde  uno de los extremos de la piscina del hotel se zambullía en el agua para aliviar el intenso calor que, a plomo, caía esa tarde sobre Barcelona. Marcos, mientras se acercaba hasta ella, sonreía al observar como nadaba. No podía evitar reconocer que empezaba a albergar profundos sentimientos hacia ella. La visión de Camila, en bañador mientras ascendía por las escalerillas, provocó que algo más que su corazón reaccionara.  Las relaciones que había tenido con anterioridad, si bien no habían sido sólo por compartir un rato de cama,  no fueron lo bastante serias para llegar a un compromiso estable. Pero con Camila las tornas estaban cambiando. Tenía pánico a descubrir que en su corazón ella era importante para él. Todos los momentos, que durante esas semanas habían compartido, almuerzos precipitados repletos  de sonrisas cargadas de exagerada  sensualidad, cenas caprichosas entre furtivos roces que escondían, a veces no tan inocuas, caricias provocadas. Las miradas directas hablaban por sí solas, sin necesidad de pronunciar palabras. Anunciaban que ella sentía algo por él, pero al final terminaba por levantar una muralla que los separaba.  Llegó hasta la tumbona donde ella estaba y saludó. —Muy buenas, ¿qué tal está el agua? —Estupenda! Me ha sentado genial el baño, no te puedes hacer una idea del calor que tenía antes de darme el chapuzón. —¿Y si esta noche cenamos juntos? —dobló las rodillas para poder estar a la altura de los ojos de ella—. Me gustaría ir a un buen restaurante y después enseñarte algo de Barcelona. En las últimas semanas apenas has salido del tour Palau-hotel-Palau. ¿Qué te parece? Algo en el plan nocturno  puso a Camila en alerta, pero no podía negarse. —Claro ¿por qué no? Estará bien variar un poco —lo miró directamente a los ojos aunque las gafas  de sol que él llevaba puestas, impedían que pudiera leer en ellos algo más de lo que decían sus palabras. Fantástico, te recogeré sobre las ocho y media. Así cenaremos temprano.Muy bien. Por mí,  perfecto. Así quedamos entonces Se levantó y se dio la vuelta para marcharse Hasta luego.Adéuuu, bona tardarespondió Camila a su despedida.Muy bueno tu catalán rió sorprendido pero tienes que mejorar el acento.Contestó sin volverse del todo y ambos rompieron en una carcajadaAdéu, preciosa mevamusitó él  confiando en que no lo oyera desde la distancia.
Un manto de centelleantes estrellas cubría el cielo de la ciudad. La fresca y suave brisa nocturna los acompañaba en un tranquilo paseo. Desde la lejanía, podían parecer dos como enamorados. Ambos reacios a demostrarlo. Él, nervioso,  buscaba la forma de acercarse a ella. Quería contarle lo que estaba sintiendo y necesitaba sacarlo a la luz, no podía ocultarlo por más tiempo. Sabía que ella  volvería de nuevo a casa, a casi mil kilómetros de distancia y no habría mejor ocasión que esa para hacerlo.  Caminaban despacio contemplando los fantásticos jardines de Montjuic. Casi pegados el uno al otro, se aproximaron a la Font Mágica que, a esas horas ofrecía un espectáculo de agua y luz, idílico para los enamorados. Muy despacio intentó cogerle la mano. Rozó levemente sus dedos. Quería ver su reacción pero no obtuvo respuesta.  Cogió aire y sacando valor  de dentro,  entrelazó sus dedos con los de ella, que sorprendida le miró con expresión ceñuda. Sin embargo no los retiró.  En ese momento Marcos, empezó a  hablar. Camila, no sé por dónde empezar se colocó delante de ella, muy cerca de su cara. No puedo tenerlo escondido dentro de mí por más tiempo. Sé que cuando se inaugure el congreso volverás a Almería, pero tengo miedo de que lo hagas. No quiero dejar de verte.  Eres un regalo que algún ser divino ha querido enviarme. Ella lo miró inexpresiva, sabía lo que iba a decirle.Creo que estas confundido ella sentía lo mismo que él, pero  no pensaba demostrarlo.Me gustaría muchísimo que te quedaras aquí, en Barcelona. Quiero conocer todo de ti. Me estoy liando, no sé como contarte todo esto  y que me entiendas. Déjalo Marcos. No sigas. Entiendo perfectamente lo que intentas decirme, aunque no seas capaz de ponerle orden a tus pensamientos los dos se miraban directamente a los ojos, estaban tan cerca que podían notar el aliento del otro al hablar. Pero tengo que decirte que, hace mucho tiempo, tomé una decisión   y la mantendré.  No me digas eso apesadumbrado movía la cabeza de una lado para otro, esas palabras no eran las que él esperaba oír.  Ignoro lo que cada noche interfiere en tus sueños para que cada amanecer tu rostro refleje el tormento padecido en lugar de la belleza con la que te  conocí.  Dame la oportunidad de demostrarte que en esta vida es posible ser feliz. Intentó atraerla… la estrechaba aún más a su cuerpo.En estos momentos tengo que retomar las riendas de mi vida. Hacerme fuerte y volver a comenzar. No sé si podré hacerlo y  mi pilar más importante, en el que me apoyo, es mi hija. ¿Tienes una hija? sorprendido por esa confesión, se retiró escasos centímetros de ella para poder observarla.Sí,  es una preciosa niña de casi dos añitos. ¿Ahora tus sentimientos han cambiado? replicó al escuchar su pregunta. Por supuesto que no. No la conozco, pero te aseguro que quiero hacerlo. Es parte de ti pegó su frente contra la de ella, cerrando los ojos. Camila, soltó sus manos y agachando la cabeza le pidió que la llevara de vuelta al hotel. Al sentir como ella  se retiraba de esa proximidad que le estaba quemando, giró la cabeza hacia el otro lado, estaba dolido.  Aquellas palabras pronunciadas desde el miedo por Camila eran contradictorias a lo que él contemplaba en sus ojos.  No le negó que ella sintiera algo especial por él. Sólo le dijo que pasaba por una mala etapa en su vida. Eso le dio esperanzas para no decaer. Pero conseguir que ella no le cerrara la puerta iba a ser trabajo duro. Lo único que deseaba en aquellos momentos era que permaneciera abierta para él y demostrarle que una vida mejor era posible a su lado. Siempre juntos. En la misma puerta del hotel, Camila se despidió de él.  Pero antes de marcharse Marcos se acercó a ella, le rodeo la cara con sus manos y muy tiernamente rozó aquellos labios que cada día había  deseado. Al día siguiente Camila voló a Almería. Necesitaba reunirse con su hija, llevaba mucho tiempo sin verla, y aunque llamaba a casa todos los días, echaba de menos los abrazos, besos y ternuras que su hija le prodigaba cada momento que compartían juntas.  Madre e hija estaban unidas por un  vínculo muy fuerte y tan especial que por duras adversidades que pasaran, sería inquebrantable de por vida.¡¡Mamá!! gritó Salomé al verla en la puerta de casa.  Llegó por sorpresa, nadie la esperaba. Huyó de, tal vez, algo bonito que podría haber llegado a su vida. Reina, ya estoy aquí con el tierno abrazo brotó una lágrima. Demasiado tiempo lejos de la estrella que le daba su luz. A pocos días de la inauguración del congreso en Barcelona, la rutina se instaló otra vez en su vida. El trabajo volvió a ser el refugio de su mente. En él, conseguía volcarse al doscientos por cien y espantar los pensamientos que, convertidos en sentimientos golpeaban, con fuerza y sin tregua, en su  ya maltrecho alma.  Poco a poco iba saliendo de su agujero sin fondo, pero necesitaba algo más que coraje para escapar de él.  Esa tarde decidió salir temprano  para ir a la playa y disfrutar de unas horas con su bebé. Durante el paseo hacia la playa, cantaba canciones para amenizar el camino. Salomé la imitaba lanzando pequeños sonidos guturales, levantaba la cabeza para mirarla y arrugaba la nariz mientras reía, arrancándole grandes carcajadas a su madre. A medio camino, se cruzaron con un joven que leyendo una revista, se acercaba hasta ellas. No dijo nada, sólo siguió su camino tras mirar de frente a la pequeña y evitar el tropezón: Servando. Otra puñalada más que encajar.  Camila solo pudo reaccionar de una manera;  levantando la barbilla al cielo y proseguir su camino. No, no dejaría que aquello ensombreciera lo que tenía planeado para esa tarde. Su hija y ella disfrutarían de su mutua compañía.  Aquel hombre por padre que fuera, era meritorio de la mayor de las indiferencias, y era lo único que obtendría de ellas. Bajo un cielo deliciosamente azul con algunos cirros, que con delicadeza imitaban los cuerpos de algunos animales, el horizonte se topaba con montañas rocosas que perfilaban las bellas costas almerienses. Anclada en la blanca arena de una de sus calas, una sombrilla las protegía del sofocante calor. Salomé,  siempre vivaracha, siempre juguetona, retozaba en la arena. Diversos juguetes playeros componían su arsenal, con todos ellos disfrutaba echando arena en el cubo, aunque caía más sobre las piernas de Camila que en el recipiente destinado para ello. Entre pequeños gritos de júbilo, al conseguir realizar las proezas que ella misma se marcaba, la pequeña se divertía de lo lindo en una jornada donde sólo estaban ellas dos. —Venga preciosa —dijo Camila, levantando a la niña que, entre galimatías, se dirigía a la orilla dando pequeños pasos—.  Vamos al agua,  que tenemos que refrescarnos. Hace un calor abrasador. Entre juegos, risas y chapoteos pasaron la tarde. Lentamente el atardecer fue cayendo sobre la bahía. Abrazadas, observaban el maravilloso espectáculo que el sol brindaba en el incesante camino hacia su lecho. Absortas en la exhibición que el  majestuoso astro obsequiaba, no se percataron que en aquella playa no estaban tan solas como imaginaban. Desde un poco más allá, oculto entre las rocas para no ser visto, alguien observaba la delicada estampa.La ligera brisa fresca que amenizaba la noche traía a su mente imágenes de otra vida. Se esfumó la melancolía, arrastrando con ella la pesada nostalgia. Aquella época, por fin, quedó atrás para Camila. Logró comprender que el pasado debía quedar  en ese tiempo verbal sin inundar su presente para desbaratar su futuro. Su hija,  necesitaba una madre atenta y servil para ella, de la que pudiera recibir todo el amor del mundo, sin resentimientos, amarguras  ni pesares que empañaran su felicidad. Sentada  delante de su ordenador, entró en su correo electrónico y en la bandeja de entrada encontró  uno sorprendente.  Su remitente: Marcos Guerrero.  Al abrirlo leyó con atención.
“Quisiera poder decirte que mi vida es perfecta desde que te fuiste de Barcelona pero eso es tan fácil como tapar el sol con un dedo. Por increíble que parezca, has cambiado mi mundo, mi existencia. Te necesito cerca. No soy capaz de seguir el día a día  al saberte tan lejos. Dame la oportunidad de  descubrir para ti un  nuevo amanecer.    Te echo de menos.”
De su interior brotaban torbellinos de agradables sensaciones que ya creía perdidas. Y sin poder evitarlo  un esbozo de jovial sonrisa se dibujó en su rostro. Enseguida comprendió que esa media luna era el preludio de que algo mucho mejor estaba por llegar. Aquella noche no hubo pesadillas, tampoco malos despertares. Su sueño fue profundo y sereno. Empezaba, por fin, a emerger de aquella oscuridad en la que, durante demasiado tiempo, estuvo inmersa. Arrancaba una nueva mañana. Caprichosas nubes grises impedían que los rayos del sol incidieran sobre la ciudad. Desde las montañas del oeste  asomaban amenazantes grandes masas oscuras, casi negras, dispuestas a descargar una intensa tormenta de verano. En su camino hacia la oficina, ráfagas de viento fresco acariciaban su rostro, anunciando la proximidad del chaparrón. El intenso calor del verano, parecía dar una tregua, sin embargo, todavía quedaba mucho calor por sentir. Todavía era temprano para empezar la jornada. Entró en una cafetería cercana para desayunar.  Ocupó una mesa pegada a una pared de cristal. Al levantar la vista para llamar al camarero, sus ojos se toparon de bruces con los de él. No podía dar crédito a la imagen que proyectaban sus ojos en el cerebro.  Marcos, estaba delante de ella.—¡Oh,  Dios mío! —exclamó— ¿Qué haces aquí? Se levantó sin esperar una respuesta. Le rodeó el cuello con sus brazos en un emotivo abrazo. —Te echaba de menos —le dijo suavemente al oído, estrechándola  por la cintura— Barcelona no es lo mismo sin ti. He venido a buscarte. Quiero formar parte de tu vida, de tu mundo. Camila hablaba sin saber que decía. De sus labios solo salían palabras ininteligibles.—Shhh! no digas nada —posó su dedo índice sobre los labios de ella—.  Siempre pensé  que si anhelas un deseo  con todo tu corazón, acabará por pasar algo maravilloso. Y mi maravilla eres tú.  Cuando al fin se separaron sus caras quedaron casi unidas.—Te advierto que mi carácter es un poco complicado —le dijo en voz baja. Era la forma de controlar sus nervios. —Pero si eres un amor, Camila —replicó él con una sonrisa—Eso no te funcionará como excusa, ¿eh?—¡Ah! ¿No? —No —aseveró Marcos.Los labios de los dos se iban aproximando cada vez más, cediendo al deseo de estar unidos, fundiéndose en un apasionado beso cargado de ternura.  Las gotas de lluvia empezaban a estrellarse contra los cristales de la cafetería, al mismo tiempo que el estruendo de un  trueno se dejaba oír desde la distancia.  Aquella tormenta de  verano no sólo trajo algo de sosiego a las sofocantes temperaturas de la estación  estival, sino una oleada de viento fresco en la vida de Camila.

Volver a la Portada de Logo Paperblog