Revista Literatura

Capítulo 10 - Los desmesurados pies de Magdalena

Publicado el 20 noviembre 2010 por Descalzo
Capítulo 10 - Los desmesurados pies de Magdalena

Las biografías de Erick el Rojo, fueron desechadas por la cultura oficial del siglo XX, ya que sus autores habrían sostenido afirmaciones que el pensamiento científico demostraría como falsas. Sin embargo, hacia la década del treinta, Steiner y Rudolf serían exaltados como voceros de una tradición primordial común a la humanidad por René Guénon, el célebre escritor francés,

En el año en que el ejército atacó el refugio de Erick el Rojo, los libros fueron un éxito en Europa y América; la demanda exigió sucesivas reediciones, pero el interés del público se desvió hacia acontecimientos políticos, guerras y la creciente novedad en vestidos, hábitos, costumbres que en pocos años se conocería como moda. La quinta edición de la obra fue un fracaso y unos años después sólo quedaban pocos ejemplares en colecciones privadas y en oscuros anaqueles de anticuarios. Pasados los años, el olvido de Erick el Rojo se trató en la Cámara de los Lores. Los Laboristas afirmaron que sus enemigos políticos habían saboteado la difusión de los libros, intentando hundir la memoria de un imperio que en su momento puso en jaque a las grandes potencias del mundo y fue dirigido por un proletario,

Los científicos afirmaron que los primeros capítulos se ajustaban a un enfoque histórico, pero cuando llegaban a la noche del ataque final contra la Ciudad de las Descalzas, los autores recurrían a nociones supersticiosas y oscurantistas. Fueron pocos y apenas escuchados, quienes intentaron justificarlos. El principal argumento a su favor fue que algunos pensadores considerados padres del pensamiento contemporáneo, tuvieron deslices irracionales y citaban la firme creencia de Rousseau en los vampiros.

René Guénon, en uno de sus artículos póstumos, comparará el relato del ataque del ejército a la Ciudad de las Descalzas, a la ascensión del profeta Mohamed a los cielos o la noche en la que Cristo resucitara: una oscuridad llena de misterios; un momento en que el cielo ha logrado unirse con la tierra y anticipa un cambio profundo en la historia humana y en el planeta. En la Ciudad de las Descalzas se produjo la última victoria de la civilización originada en Tula. Con la resistencia y el ataque de los sacerdotes guerreros, esta cultura se habría enfrentado al mundo moderno y su olvido de la cultura primordial — afirmará el pensador francés.

Según evidencia de datos astronómicos y testimonios de lugareños recopilados por Steiner, aquella noche se prolongó más de lo habitual y las sombras se mantuvieron hasta el mediodía. Campesinos y obreros consultados, asegurarían que las fuerzas del cielo protegían a las huestes de Erick el Rojo. En mitad de la noche, un grupo de figuras cubiertas por mantos negros, sin manos y sin pies, surgirían de la nada para disparar hábilmente flechas de madera y cada una de ellas encontraría un cuerpo. A esto se sumarían las rudimentarias pero efectivas granadas de fósforo blanco que al estallar, producirían grandes daños en puntos vitales del ejército.

A pesar del caos, los comandantes lograron reunirse y discutir acerca de posibles tácticas. Todas requerían la luz del sol que pondría en evidencia a los enemigos, pero un designio misterioso hacía que el día no llegara.

En esa noche del futuro, quienes mantengan en sus lenguas el sabor de la victoria, serán destruidos, mientras que aquellos destinados a la derrota, encenderán las lámparas del triunfo, enfatizaba la profecía contenida en el antiguo manuscrito citado por Steiner

En la fría mazmorra, las antorchas habían perdido su luz y los muros, las argollas, la arcada y la puerta que daba al exterior, emergían de una niebla naranja En un futuro, las pocas veces que Brenda narre la experiencia, repetirá con las manos crispadas y los ojos muy abiertos : … esa noche el mundo se había convertido en un enorme espectro”.

Luego de acusar a su amiga de haber matado a Erick el Rojo, Magdalena se sentó con las piernas cruzadas; pasados unos minutos, su espalda se encorvó, sus cabellos se volvieron blancos y los pies aumentaron de tamaño, latiendo y vibrando con un suave murmullo, mientras en su interior crecía un resplandor que compensaba la falta de luz de las antorchas.

Brenda abrazó a la posadera y habló junto a su oído.

No sólo maté a Erick, Magdalena. También lo hice con mi novio; al encontrarme con él para alistar nuestra boda, le clavé un estilete en el corazón. Cuando asesino, me siento un fantasma… o mejor: los demás se convierten en fantasmas y yo soy la única viva. Reconozco que la muerte de Erick es la más grave; asesiné al hombre que amaba, al que me entregué por primera vez. No estoy arrepentida; iban a encerrarlo en una jaula para burlarse de él y al matarlo, sentí el mismo júbilo que la tarde en que lo volví a la vida. La muerte y la resurrección son iguales; en ambas el cielo y la tierra se sacuden y el vértigo me llena por completo y dura días. Lo que sentí cuando asesiné a Erick ahora me sigue dando fuerzas.

Magdalena la miró con tristeza, y contestó con voz débil.

Te buscarán Brenda, te buscarán y te encontrarán. Ellos saben que fuiste tú. Escucharon las palabras del cadáver…

¿Quiénes son los que me buscarán, Magdalena…?

La posadera no contestó; tuvo un ataque de tos y una sombra creciente cubrió sus rasgos. En los pies, las luces aumentaron hasta iluminar todo el lugar.

La mansión se levantará en el norte de Europa, sobre una colina en los suburbios de la ciudad. Esa zona siempre habrá estado sometida a las inclemencias de los vientos del norte, pero al adquirir el solar, el marido de Brenda ordenará plantar cantidad de árboles y construir altas barreras en torno al terreno para evitar el viento y la lluvia. Con esto modelaría un clima propio, acotado al perímetro de la residencia. Los residentes y los invitados, se asombrarán de la luminosidad de los días y del maravilloso sol brillando en medio de un cielo despejado, mientras que un par de millas más allá, el viento y la llovizna acoquinarían a los habitantes de la ciudad. A este microclima se añadirán tres granjas que brindarán a la residencia alimentos frescos, por lo que no será necesario acudir a las proveedurías; además, la extensión del predio, permitirá que se levanten una escuela, una iglesia y un pequeño cementerio para los empleados de la mansión y sus familias.

Algunos periódicos locales definirán al lugar como “un pequeño paraíso”, pero un grupo de clérigos y parlamentarios, acusarán al dueño de casa de montar un feudo aislado de la realidad; los hombres de la mansión no votarán por las autoridades y serán ajenos a los hechos políticos que sacudirán a Europa en esos años. La única vez que el esposo de Brenda responderá a estos ataques, será luego de una lectura de Tarot, en la que una anciana famosa como adivina, profetizará las terribles guerras a desatarse en el continente. En estos años vivimos en una burbuja — dirá el dueño de la casa en una de las sesiones del parlamento donde fuera invitado — Nuestros nietos recordarán de esta época la armonía que precediera a la tragedia. Les aconsejo a todos, enemigos y amigos, que no me critiquen; que también construyan pequeños paraísos y los disfruten, aunque su fin esté próximo.

En aquella lectura de Tarot, la anciana se referirá al futuro político y militar del continente, pero nadie sabrá si en sus revelaciones habría mencionado el devenir de Brenda y de su familia; las enfermedades; la muerte prematura de uno de los hijos; las deudas crecientes y el proyecto estatal de confiscar la finca y repartirla en lotes para ampliar la planta urbana de la ciudad.

En aquellos días de principios del siglo XX, Brenda y su familia vivirán felices, lejos aún de los sufrimientos de la enfermedad y la muerte, que según las lecturas orientales de la dueña de casa, serían calamidades inherentes a la existencia.

Aquella mañana, poco después de despertar, Terencia y Brenda desfrutarán del pacífico sol que atravesará los imponentes vitrales construidos por expertos artesanos, desertores de la Iglesia. Ambas mujeres se diferenciarán de las damas de su clase por las lecturas y hablarán como si recitaran lo aprendido en libros portadores de doctrinas clandestinas, destinadas a desatar el pensamiento de las mujeres y apartarlo de la tradición y la familia.

Terencia, debes comer huevo. Quien lo haga estará introduciendo dentro de sí el germen del nuevo mundo; consumiendo uno por día, lograrás que tu cuerpo se convierta en un Arca de Noé viviente, portadora de las semillas del futuro.

Brenda, eso es falso. Te bastaría razonar un poco. El huevo es el producto de la gallina y comer uno diariamente, no me convertiría en arca de Noé, sino en un gallinero ambulante. De ser como dices, el nuevo mundo, estaría poblado por gallinas y gallos

Ese universo avícola no sería tan terrible. La humildad de las gallinas es propia de los pueblos elegidos. Sus silencios, sus cloqueos son expresión de vidas sencillas por reducir al mínimo las necesidades. En un mundo poblado por aves, terminarían las guerras y la violencia en todas sus formas… pero no entiendes mis palabras, Terencia. Si lograras comprender el sentido simbólico de los huevos, ellos saltarían a una atalaya universal. La condición sería que medites en cada uno antes de masticarlo; que lo contemples, que te concentres en su cáscara, su clara, su yema; que al saborearlo sientas que tú misma eres un enorme huevo, no de una especie en particular, sino el propio germen del mundo.

Brenda Haces una petición de principios. Hablas del pensamiento positivo, lo citas a Augusto Comte, a Alan Kardeck y finalmente te refieres a una realidad simbólica, desconocida por la ciencia. Un huevo es un huevo, te dirían esos pensadores; cáscara, clara y yema. El embrión de un pollo. No hay en él una fuerza que se pueda medir y que lo convierta en el origen del mundo o en algo parecido.

Hay muchas cosas en las doctrinas de Mesmer que no puedes probar por el método experimental, Terencia…

En ese momento, el enorme sirviente negro y descalzo entrará a la habitación, portando una bandeja con huevos confitados: los dulces preferidos en la corte de Nicolás II . Los recubrirá una capa de azúcar debajo de la cual palpitarán delicadas yemas sometidas a una laboriosa cocción almibarada.

Te estremeciste al ver a Eustaquio — comentará Brenda.

¿Qué dices? No te entiendo

Eustaquio es nuestro criado. Sé que anoche soñaste con él, que eras su amante. Que lo deseabas

Con la boca llena de dulce, Terencia tragará con dificultad el bocado y toserá largamente antes de hablar.

¡Brenda! Eres una bruja…

La vivienda de Brenda y su familia será lo opuesto a las mansiones góticas de moda en la época. En ellas el sol decrecería al tropezar con arcos pronunciados, ventanales oscuros y gruesas cortinas, creando ambientes fríos hundidos en una constante semipenumbra. Las mejillas rojas y los ojos brillantes de los habitantes de la mansión, también serán lo opuesto a esos rostros blancos, enfermizos, con grandes ojeras de la cultura gótica. El esposo de Brenda contratará los servicios de un arquitecto que en los primeros diez años del siglo XX ganará cierta notoriedad en París. Le Corbusier, como será su humorístico seudónimo, diseñará la casa con enormes ventanales para que pase el sol y en algún momento, los notables de la ciudad también criticarán la vivienda, señalando su parecido con un solárium o un hospital de tuberculosos.

Poco antes del amanecer, los criados recibirán la orden de abrir las ventanas, permitiendo al sol, al viento y a todas las fuerzas de la naturaleza inundar las habitaciones por donde las aves podrán volar libremente; en una de las salas del piso superior se habrán colocado un par de recipientes de plata, con agua y comida para ellas.

El dueño de casa, de acuerdo con la sugerencia del arquitecto, construirá en la sección norte un cuarto repleto de piezas sólidas de cristal, traídas de los lejanos desiertos de Mongolia. Desde el amanecer reflejarán la luz del sol y pasado el mediodía, cuando el resplandor del astro cubra los ventanales, la habitación brillará hasta encandilar. Sillas, mesas, cómodos canapés, adornos, percheros, todo estará cubierto de aquel cristal elaborado por lejanos artesanos de oriente y que durante muchos siglos habrá sido el regalo predilecto de los emperadores.

En esa habitación, en medio de la luz casi sólida que subirá y bajará como un extraño animal por sus vestidos blancos, Brenda y Terencia conversarán colocando las manos en los rostros a modo de pantallas para evitar que los reflejos las encandilen.

Querida Terencia, me has contado un sueño lúbrico que enrojecería a un mozo de cuadra. ¡Así que con un criado de esta casa…! nunca lo hubiera pensado.

Brenda te pedí que no te burlaras. No importa el contenido del sueño; en esta casa debe existir un fuerte campo magnético preparado para anular el entrenamiento que me brindaran los propios alumnos de Mesmer. Es la primera vez en cinco años que un sueño me deglute.

¿Qué quieres decir?

Un sueño deglute al soñador cuando no logra mantener la lucidez en el estado onírico. Formo parte del ambiente, como si estuviera en vigilia y no lo puedo modificar

Así es como sueña todo el mundo.

Yo no, Brenda. Durante tres años logré mantener una total conciencia y en dos noches en esta mansión, la he perdido.

Quizá hayan sido los pasteles de la repostería de París. Un estómago lleno…

Sabes de lo que hablo. Mis habilidades psíquicas me dicen que hay algo en esta casa que funciona como un enorme imán y que tiende a desequilibrarme de mi centro, de mi absoluta lucidez.

Querida Terencia, si estuvieras en Viena, el Dr. Freud hubiera dicho que siempre has querido tener el control de todo. Que vives las pulsiones de tu inconsciente como una horda de sombras furiosas; como una manada de caballos cuando se desbocan; como un enjambre de langostas hambrientas dispuestas a abalanzarse sobre el campo de trigo…

Basta, Brenda. Ya entendí la idea.

No creo que la hayas entendido, así como no entiendes el mensaje detrás de mi historia. Las anécdotas sobre lo ocurrido, a veces pueden parecer obvias, pero hay lenguajes ocultos en mi relato y debieras estar atenta a ellos.

Mira, Brenda: me interesa lo que cuentas, pero el relato no avanza. Ayer te concentraste en lo que pasó esa noche, describiendo tus diálogos con Magdalena, pasando de una prisión a otra. La historia está empantanada. Eso no lo puedes negar.

Si esto fuera una invención, cuidaría los detalles y quizá llamara a un escritor, pero aquí me limito a contar lo que pasó

No sabía que los pies de una persona pueden crecer hasta tener el tamaño de niños pequeños.

Así fue y así es. “Entre el cielo y la tierra hay más cosas que las que enseña tu filosofía…” Si sabes escuchar mi relato, será la mejor forma de acercarte a la Cofradía de Mujeres Descalzas…

Dos criados entrarán a la habitación de los cristales con un pastel de hojaldre relleno de dulce de manzanas que la noche anterior las sirvientas habrán preparado laboriosamente. Terencia tratará de mantener los modales, pero no se controlará y se llenará la boca con la pasta dulce y crocante. Al atragantarse, Brenda le alcanzará una taza de té y con una sonrisa, llamará al criado negro y descalzo para que golpee su espalda. Terencia volverá a sonrojarse.

— Esta gula no es propia de mí; en esta casa hay un centro magnetizado — repetirá jadeando con los ojos muy abiertos y llenos de lágrimas, una vez calmada la tos,— Alguien manipula mis emociones y me aparta cruelmente del entrenamiento que tuve.

Brenda la mirará sonriendo y beberá unos tragos de su propio té.

Sabes que eso no es así. Tu integridad emocional, tu aparente serenidad, el pretendido armazón dogmático que se centra en las teorías de Mesmer, todo eso se derrumba y pones la culpa en los otros, en los que te amenazan, los que destruyen tu centro utilizando el magnetismo.

Terencia mirará a su amiga con expresión extraña, cercana al odio; recordará otras situaciones en que por palabras mucho más suaves, se habría ofendido; pero el hojaldre estará demasiado apetitoso y las luces reflejadas por los cristales mongoles, no sólo despertarán su hambre, sino que la llenarán de una suave modorra. Por un momento pensará que el gigantesco imán dirigido contra ella no tendrá importancia y sentirá el placer del dulce deslizándose por su garganta como una serpiente roja y suave.

Momento a momento, los pies de Magdalena se hicieron más brillantes y trasparentes. Convertidos en enormes lentes de aumento, Brenda pudo ver a través de ellos las vetas del piso de la celda, las motas de polvo grandes como guijarros y los gigantescos y amenazantes insectos. Tiempo atrás, la propia posadera había explicado a Brenda qué significaba esa transformación.

los pies traslúcidos son la señal que su dueño ha muerto; que el cuerpo aún perdura como forma vacía, como espectro, aunque lo escuches hablar y reír…

Magdalena tenía los ojos cerrados y respiraba regularmente, pero sus mejillas estaban hundidas y por primera vez los formidables cabellos negros, mostraba mechones blancos y resecos. Hacía frío; Brenda la abrazó y trató de darle calor hasta advertir que estaba dormida; entonces se inclinó para acariciar los pies, súbitamente helados y quebradizos. Luego, apoyó la cabeza sobre el hombro de la posadera y ella misma dormitó; soñó con un ejército de enanos armados con estiletes que la perseguía para hundirlos en su corazón. Un homúnculo, con el vientre abultado, la hizo caer, se arrojó sobre ella, levantó el brazo y clavó con furia el arma; cuando el acero entró en el pecho, un rosal creció vertiginosamente desde el esternón.

Al despertar, Magdalena seguía durmiendo, pero sus pies habían crecido todavía más y a través de los empeines se advertía un vapor gris, como si contuvieran un cielo nublado y turbio. Brenda volvió a tocarlos y su mano pasó a través de la piel. En ese momento la posadera abrió los ojos.

Brenda… ayúdame.

— Magdalena, debo enviarte lejos otra vez. Te pido que no regreses; tarde o temprano nos encontraremos, pero si vuelves aquí, morirás.

Se recostó en el piso, colocó sus plantas a ambos lados de las caderas de su amiga y sintió la fuerza en piernas y tobillos, pero la posadera no se desvaneció. La muchacha volvió a probar; la fuerza atravesó el vientre de la mujer como un rayo azul y caliente. Brenda se detuvo al comprobar que los intentos aumentaban el tamaño de los pies. Ahora llegaban hasta el pecho de la muchacha. El cuerpo de Magdalena estaba más delgado y pequeño, como si alimentara el crecimiento de las plantas, cuya piel mantenía la trasparencia; en el magma brillante que los llenaba, Brenda observó figuras humanas que nadaban ágilmente

En aquel año, Magdalena había explicado en la Cofradía de las Mujeres Descalzas, todos los detalles del pie humano: desde sus enfermedades hasta cambios de color y textura; cualquier alteración indicaba transformaciones espirituales y del cuerpo, pero nunca había mencionado un caso como aquel en que un par de plantas crecían sin límites. Ahora mantenía los ojos cerrados y su garganta se agitaba en un estertor; los pies ya eran más altos que Brenda y la muchacha no se atrevió a intentar enviarla otra vez a la nebulosa donde la esperaban Hortensia, la joroba y el cadáver de Erick el Rojo; aparentemente esa maniobra había aumentado el tamaño de los pies. Intentó asir el derecho, pero su mano atravesó rápidamente la membrana. En el interior, una humedad tibia, ligeramente más fría que la piel, acarició su mano como una corriente de aire Acercó el rostro a la planta: delgadas simbiosis de seres humanos y peces, se agitaban con movimientos vibrátiles. La muchacha respiró profundamente y metió la cabeza en el pie. Rodeada por la niebla azul verdosa, comprobó que podía respirar; vio a pocos pasos uno de aquellos seres que la miró por un momento y siguió nadando en dirección a los tobillos. Sintió vértigo, y al retirar la cabeza, descubrió que una espesa gelatina cubría sus cabellos y bajaba hacia el cuello en gruesos goterones.

Los pies de la posadera siguieron creciendo. Superaron el tamaño de Brenda y rozaron el lejano y oscuro techo de la mazmorra. El cuerpo de la mujer, se convirtió en un apéndice de las enormes plantas; sus rasgos eran irreconocibles y sus cabellos habían caído dejando el cráneo brillante.

Al poco rato, las plantas habían llenado el lugar y Brenda debió retroceder hasta la pared del fondo; las antorchas se quebraron y apagaron, pero las luces que llegaban de los pies, iluminaban hasta encandilar. Finalmente, la carne granulosa del talón de uno de ellos, atravesó la abertura que servía de puerta y avanzó amenazante hacia Brenda. Detrás de la membrana azul, la muchacha vio otros tantos pies desnudos separados del cuerpo, que caminaban a uno y otro lado; que a veces presionaban la piel intentando romperla. Detrás de la membrana trasparente, surgió el rostro de Magdalena deformado por el odio. La muchacha pudo escuchar el tono duro, las palabras de reproche.

…. Siempre te agitarás como el viento. No importa que regreses con tu familia; no importa que vistas con elegancia y que te cases por conveniencia. ... Nunca habrá calma para ti…

Detrás de la membrana, la posadera escupió y se mordió el pulgar como maldiciendo. Luego se arrojó hacia atrás y las corrientes del gigantesco pie la arrastraron.

La planta apretó a Brenda contra la pared de la mazmorra y la muchacha sintió en la espalda que las piedras redondas del muro. Su cuerpo atravesó la membrana y entró en el pie. Una serena euforia reemplazó a la inquietud y nadó de un lado al otro, siguiendo a las figuras delgadas y gráciles con serpientes en vez de cabellos.

Salió y entró a la enorme planta una y otra vez. Cuando volvía a la mazmorra, le costaba respirar, ya que el pie apretaba su pecho, pero el sólido muro que quedaba a su espalda, se hundía lentamente, como si las gruesas piedras se transformaran en pasta blanda, maleable. Casi enseguida entraba en el pie, nadaba con placer lo que parecían unos segundos y volvía a ser expulsada y a apretarse contra la pared.

Al contarlo en un futuro, Brenda explicará que el universo se había reducido a ese vaivén de entrar y salir de la gigantesca planta de Magdalena. En ese tiempo sintió que la vida se disolvía; la Ciudad de las Descalzas, la pérdida de la virginidad de sus pies; su madre, su familia; las muertes de su novio y de Erick el Rojo, eran sueños lejanos, visiones fantásticas. Sólo existía ese nadar en la tibia humedad verde; ese salir para hundirse en el muro que momento a momento se hacía más blando y tenue.

Como un recuerdo claro y preciso, se presentaron en su mente los relojes en la sala de su casa de la infancia. Construidos de fina caoba, su familia los apreciaba mucho por la precisión de las maquinarias. Eran cinco, y cada media hora hacían sonar las campanas, pero Brenda evocaba ahora el movimiento de los péndulos a través de vidrio que cubría las cajas.


Podían haber transcurrido milenios, eras completas mientras ella iba del pie al muro; de la luz a la sombra; de lo ácido a lo dulce; de lo áspero a lo suave. Así había sido siempre, antes de su nacimiento. Así sería luego de su muerte, y quizá cuando alcanzara el punto en que su movimiento de vaivén se detuviera, podría saber cómo era la realidad fuera del movimiento pendular.

Lo único que permanecía fijo eran sus propios pies desnudos, lastimados, helados y sangrantes, pero asentados firmes en aquel piso de pedregullo y tierra.

Finalmente, en uno de esos vaivenes, cuando caía hacia el muro negro, vio una enorme luz y aquella argamasa empezó a caer. Luego se recordaría a sí misma cavando con sus uñas, sintiendo el dolor en los dedos a medida que rompía la pared.

Finalmente se encontró con el aire frío de la noche, el olor a pólvora, las explosiones y los gritos cada vez más lejanos. Gimió al sentir el aire en sus pulmones, como si no respirara desde hacía siglos.


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