Revista Literatura

Capítulo 2

Publicado el 11 abril 2011 por Persephone
Parecía que todo se había confabulado en su contra aquel día. Había abandonado una sesión de fotos justo a la mitad porque estaba harto de los manoseos del fotógrafo. Le había dicho muy claro a su agente que, si quería que aquella sesión de fotos se llevase a cabo, debían cambiar al fotógrafo. No pensaba trabajar con aquel tipo nunca más. Él se sentía muy orgulloso de su miembro, pero su orgullo se extendía únicamente a la intimidad y se negaba a posar mostrando sus “encantos”. Y mucho menos consentía los manoseos de alguien que no le interesaba. Nunca  había mezclado negocios y placer y no lo haría ahora.  Y mucho menos cuando su corazón estaba en un lugar muy diferente.  Bueno, su corazón, su cerebro y su libido. Era alarmante el modo en el que su vida sexual se había reducido a nada en los dos últimos años. No podía decir que hubiese sido un hombre promiscuo, al menos no como otros hombres, pero sí había tenido sus escarceos. Ahora, ni siquiera prestaba atención a quienes se acercaban a él.  Y ahora, tras abandonar la sesión de fotos, haber tomado dos aviones, haber esperado dos horas y media por un taxi en el aeropuerto de Mykonos y haber perdido el regalo  para Alexander que había comprado en el aeropuerto de Moscú, estaba en la recepción del hotel, mirando con cara de cachorrito abandonado al recepcionista, que acababa de decirle que no quedaban habitaciones en aquel hotel. Era el tercero que visitaba aquella noche y le parecía imposible que no hubiese una sola habitación libre en la isla. Aunque estaba demasiado cansado como para hacer otra cosa que apoyarse contra la pared, derrotado. Una pareja  gay se detuvo frente a él para coger la llave de su habitación y los miró con odio. Ni siquiera fue consciente de la belleza del más alto, con su cabello negro y los ojos verdes. En otras circunstancias no le habría pasado desapercibido. Pero ahora mismo sólo podía pensar en Sakis y en una buena cama para descansar. Porque estaba tan cansado que aunque su amigo se le ofreciese completamente desnudo, no tendría fuerzas para hacer lo que llevaba años deseando. Suspiró con resignación y sacó el móvil del bolsillo. Sólo había una cosa que pudiese hacer: llamar a Sakis y pedirle alojamiento aquella noche. Esperaba encontrar una habitación al día siguiente. No tuvo que esperar mucho a que Sakis respondiese al teléfono.  Su corazón siempre daba un vuelco cuando escuchaba su voz. Era injusto estar enamorado de alguien que ni siquiera sabía que existía. Y que, además, no sabía con certeza si era gay. Lo sospechaba, pero no quería aventurarse a hacer conjeturas. Él no poseía un  “radar gay” tan eficiente como sus amigos, porque siempre iba a caer con algún hetero.  No pudo evitar alegrarse por razones diferentes a las de tener una cama donde dormir cuando Sakis le dijo que no había problema, que la cama sería lo suficientemente grande para los dos. De hecho, cabían al menos cuatro personas, según le dijo. Su mente conjuró todo tipo de imágenes eróticas que estuvieron a punto de avergonzarlo frente a una mujer de mediana edad que lo miraba, sin duda reconociéndolo por la portada de la revista que llevaba en la mano. Huyó hacia el ascensor antes de que le sucediese lo de siempre: que le recriminase que no fuese tan guapo como en las revistas. ¿Y qué podía hacer si usaban Photoshop para mejorar su imagen? Él sabía que no era feo, aunque le habría gustado poseer las facciones de Sakis, en lugar de las suyas. Incluso las del moreno de ojos verdes de la recepción le parecían muy hermosas. Seguro que a él nunca le habían retocado el rostro con Photoshop.  Suspiró cuando el ascensor se detuvo en la planta donde se alojaba Sakis. Estaba nervioso y no sabía bien por qué. Anastasios era encantador. Tenía un carácter afable, sonreía mucho (o al menos solía hacerlo antes de la muerte de Helena), era divertido y un buen conversador. Inteligente y afectuoso, jamás negaría su ayuda a alguien siempre y cuando estuviese en su mano el ayudar.  Sabía que sería muy bien recibido por él, aún estando en compañía de su hijo. Pero aún así, se sentía nervioso. Igual que un adolescente en su primera cita. Lo cierto era que, aunque  hacía dos años que habían iniciado su amistad, aquella sería la primera vez que pasarían tiempo de verdad juntos.  Las agendas de ambos habían impedido esto, limitándolos a algún almuerzo rápido, un café igual de rápido y llamadas de teléfono.  Pero ahora había cancelado todos sus compromisos para estar con él y sabía que su amigo tampoco deseaba estar localizable para nadie. Le halagaba que él se hubiese convertido en la única excepción.Llamó a la puerta y se secó las palmas de las manos en los pantalones. ¡Por amor de Dios! ¡Tenía treinta y dos años, no quince! Hacía mucho tiempo que había dejado todo aquello atrás, pero se sentía exactamente igual que la primera vez que visitó a un chico en su casa. Entonces había sido con obvias intenciones de sexo, ahora su intención era conseguir entrar en la cama de Sakis, pero para dormir. Anastasios abrió la puerta  llevando al niño en brazos. Le dedicó una sonrisa cordial que hizo que su corazón se llenase de una calidez que no debería estar ahí porque Sakis era su amigo y nunca sería otra cosa.  Pero  la imagen de aquel hombre con el pequeño en brazos y una cálida sonrisa en los labios hizo que un anhelo desconocido se instalase en su pecho.  Él nunca había pensado en formar una familia, porque realmente nunca había tenido interés en tener una. Su vida no era la más adecuada para formar una familia: viajes, reuniones, sesiones de fotos, desfiles… No, sin duda aquella no era la vida ideal para convertirse en padre.  Sonrió al ver al pequeño que, aunque seguía sumido en un pertinaz silencio, extendió los brazos hacia él como gesto de reconocimiento. Dejó las dos maletas en el suelo y lo tomó en brazos. Sakis rió y entró el equipaje. Cerró la puerta y dejó las maletas junto al armario, mientras Kostas le hacía carantoñas al niño.-   Le estaba dando la cena. – Dijo guiándolo hasta la amplia terraza.Kostas sonrió al escuchar su propio estómago.-   Tío Kostas también tiene hambre. – Dijo sonriendo avergonzado.-   Pide la cena para los dos mientras acabo de darle la comida a Alex. Le señaló el teléfono en la habitación  y cogió al niño. Kostas suspiró y entró  antes de que su estómago lo dejase en ridículo de nuevo.-   ¿Te apetece algo en particular? – Preguntó a Sakis-   No. No tengo hambre. Cualquier cosa estará bien.Kostas no dijo nada, pero estaba preocupado. Desde la muerte de Helena, Sakis apenas se alimentaba. Habitualmente era un hombre de gran apetito que pasaba hambre para mantenerse delgado, sin embargo desde la muerte de su esposa, apenas picoteaba un poco y ya decía que estaba saciado. Eso no podía ser sano ni para él, ni para el niño. Admiraba su dedicación al pequeño, pero le resultaba del todo insana, igual que  el hecho de que no se cuidase en absoluto.  Suspiró y pidió la cena. Taramasalata como entrante (sabía lo mucho que le gustaba a Sakis),  Kotopulo, que era su plato favorito y, como postre,  bakiaba. Estaba harto de comer ensaladas y comida a la plancha. Le gustaba verse al lado de otros hombres y  que valorasen su cuerpo como solían hacerlo.  Pero a veces pensaba que tanto sacrificio no merecía la pena.Regresó a la terraza, donde Sakis se estaba limpiando una mancha de papilla de la camisa. Al sentir su presencia, alzó la mirada y sonrió, haciendo que su corazón diese un vuelco.  No preguntó qué había pedido y  Kostas tampoco lo informó. Le gustaba que tuviese esa confianza en él. -   Voy a darme una ducha mientras no traen la cena.-   Puedes colocar tu ropa en el armario.  – Dijo chasqueando la lengua con fastidio al ver que la mancha se había extendido.-   No, no quiero molestarte. Mañana buscaré…-   ¡No digas tonterías! – Exclamó Sakis alzando la cabeza y enfrentándolo –  No me molestas en absoluto. Me alegra que estés aquí.-   Pero… dormir contigo…-   ¿Te molesta dormir conmigo? – Preguntó Sakis alzando una ceja.-   No. Pero tú eres hetero y…Ya lo había dicho. No tenía la certeza, pero lo había soltado. Nunca habían hablado de la sexualidad de su amigo, pero aquel le había parecido un momento más que oportuno. La triste sonrisa de Sakis hizo que se sintiese un miserable.-   No te preocupes por eso.No sabía qué había esperado, pero desde luego no aquello. Bueno, sí sabía lo que había esperado: que le dijese que era gay, muy gay.  No había afirmado ser hetero, pero era lo más cercano a una confirmación que había conseguido en dos años.  Sabía que la decepción se había reflejado en su rostro y Sakis desvió la mirada, incómodo. No pretendía crear una situación perturbadora entre ellos, así que le dio las gracias y entró de nuevo en la habitación. Buscó ropa limpia en las maletas y entró en el baño para ducharse.  No quería pensar demasiado en ello, no quería regresar a la terraza decepcionado. No quería hacerle eso a alguien que ya tenía demasiado en que pensar.Sakis, por su parte, se quedó en la terraza con la sensación de ser el más miserable de los hombres. Sabía que debía decirle la verdad a Kostas, pero le costaba hacerlo. No porque no aceptase su propia sexualidad, que lo hacía, sino porque temía que su amistad acabase estropeándose. Sabía de los sentimientos de su amigo aunque éste nunca había hablado sobre ellos.  Había intentado mantener lejos de él su verdadera naturaleza porque temía hacerle daño. Al principio porque Colin todavía ocupaba su corazón y sus pensamientos, pero  cuando éste comenzó a rechazar sus llamadas y la decepción se apoderó de él,  no quiso lastimarlo con su amargura. Todavía tenía que digerir lo sucedido con el irlandés. Pero sabía que debía decirle la verdad a Kostas. Se merecía eso. Y también se merecía ser correspondido, pero eso no podía dárselo.Alex comenzó a bostezar y lo llevó a la cama. Habían pasado el día paseando por la playa, de compras y jugando. No había querido dormir la siesta y se había mostrado incansable. Era la primera vez desde que había salido del hospital que lo había visto alegre. No había reído ni hablado, pero   sus ojos habían sido mucho más expresivos de lo que habrían podido serlo las palabras. Y  aquello lo había hecho feliz. Llevó al niño a la cama, lo desvistió, le puso el pijama y lo arropó amorosamente. Los párpados del pequeño se cerraron pesadamente en cuanto  la rubia cabecita se posó sobre la almohada. La respiración regular le indicó que se había quedado dormido. Lo besó en la frente y fue al armario para cambiar la camisa blanca por una camiseta. Desde allí podía oír el ruido del agua de la ducha al caer. Su mente conjuró imágenes eróticas de Kostas acariciando su propio cuerpo mientras se lavaba y su cuerpo reaccionó  de la forma más inadecuada. Ahogó un gemido de sorpresa y se apoyó en el armario, temeroso de que le fallasen las rodillas. Hacía mucho, mucho tiempo que su cuerpo no lo traicionaba de aquel modo. Pero no había nada mejor para calmar su libido que la visión de su hijo, así que se concentró en él y se quitó la camisa para  cambiarla por la camiseta ajustada que había cogido del armario.La cena llegó justo cuando Kostas salió del baño. La recogió él mismo y la llevó a la terraza tras asegurarse de que el niño no se había despertado. Sakis estaba allí, sentado en una hamaca, mirando el horizonte, sumido en pensamientos que no sabía si quería conocer, absolutamente ignorante de su belleza, del modo en que la camiseta marcaba sus firmes músculos. Había perdido algo de peso, incluso  lucía feas ojeras bajo los ojos, pero a Kostas le parecía muy hermoso.  Se obligó a deshacerse de aquellos pensamientos y dejó la cena frente a él, que se volvió sobresaltado.  Ejerció de anfitrión, sirviendo la cena para ambos. Comieron en silencio y agradeció mentalmente el que Sakis comiese más de lo que había estado  comiendo últimamente. No podía decir que fuese mucho, pero al menos no se había limitado a jugar con la comida en el plato. Una vez saciados, se dejaron caer en sus respectivas tumbonas, mirando las estrellas y escuchando el ruido de las diferentes fiestas que se celebraban en la isla. El silencio que había entre ellos no era, ni mucho menos, incómodo. Esa era una de las cosas que más le gustaban de su amistad con Sakis: no era necesario hablar. Si no había ningún tema interesante que comentar, el silencio era la mejor opción. Rellenarlo con absurdos no resultaba agradable para ninguno.El sueño lo estaba venciendo, así que se levantó para ir al dormitorio, pero la mano de Sakis en su muñeca lo detuvo. Kostas se volvió, sorprendido y se encontró con la mirada firme de su amigo.-   Soy gay. Eso fue todo. Soltó la muñeca, sin dejar de mirarlo. Kostas buscó algún tipo de pudor o negatividad en su expresión, pero no lo había. Era obvio que había asumido perfectamente su sexualidad. Quería hacerle muchas preguntas, pero no sabía si debía hacerlo, porque se sentía demasiado feliz por aquella confesión como para confiar en sí mismo en aquel momento. Se dejó caer de golpe sobre la hamaca en la que había estado sentado y lo miró a los ojos. Sakis no parecía preocupado, sino muy tranquilo.-   Estoy sorprendido.-   Es obvio.-   No debería estarlo.-   No.Sakis sonrió y le arrancó una suave risita a Kostas.-   Lo sospechaba, pero no quería…-   Lo sé.-   ¿Por qué no me lo habías dicho? Quiero decir que nunca…-   Bueno, no creí que fuese necesario hablar sobre mi sexualidad. -   Helena…Pensar que Sakis hubiese podido engañar a una mujer para ocultar su sexualidad lo hacía sentir incómodo.  El rostro de su amigo se transformó en una máscara de dolor y su corazón se encogió al verlo.-   Ella lo sabía. Siempre lo supo.-   Pero se casó contigo. – Sakis asintió - ¿Por qué?-   ¿Por qué se casó conmigo o por qué me casé con ella?-   Ambas. Sakis suspiró y apartó la mirada. Se concentró en algún punto del horizonte y permaneció en silencio tanto tiempo, que pensó que no contestaría a su pregunta.-   Ella se casó conmigo por amor, yo acepté la farsa por interés. Pensar en ello  lastimaba a Sakis más de lo que reconocería ante nadie. Aun después de tanto tiempo era incapaz de encontrar el perdón para sí mismo.  Tendría que haberse negado a aquel matrimonio, pero había pensado que, ya que ella sabía que él era homosexual, había supuesto  que podrían llegar a algún tipo de acuerdo para sobrellevar el matrimonio. Aunque, en realidad, no había pensado demasiado. Ella lo presionaba para casarse, sus padres también y los padres de Helena otro tanto. Las llamadas de Helena eran agobiantes, su propia madre lo agobiaba también con el matrimonio, tras ver como “el capricho irlandés” de su hijo se había ido al traste. Lo curioso de todo aquello era que su madre y la madre de Colin se habían hecho buenas amigas. Pero aún así, estaba feliz por la ruptura. Algo que no entendía, porque  él había sufrido mucho con ella. Había tenido una oportunidad magnífica cuando Helena los encontró en las escaleras de su casa de Agistri, un par de días antes de la boda, pero  ni aún así había roto su compromiso. Lo habría hecho, de no haber sido por la negativa de Colin de volver a Grecia con él. Había hecho su vida en Irlanda y quería que él se instalase allí, lejos de su familia y del control de la misma. Sakis tenía su vida en Grecia y en aquel momento no habría podido dejarlo todo aunque hubiese querido (y quería).  Colin entonces le había dicho que era mejor que siguiesen sus vidas por separado, puesto que  ninguno estaba dispuesto a dejar su vida por el otro y que él no iba a lanzarse de cabeza a una relación a distancia como la que ya habían tenido, puesto que no era eso lo que quería. Y Sakis tampoco deseaba eso, sino que quería tenerlo a su lado constantemente, pero no había podido ser. Así que había seguido adelante con la boda y con todo lo que implicaba.  Pero para desgracia de Helena, había estado tan ocupado con el trabajo y tan pendiente de sí mismo, que no había prestado la atención adecuada a su esposa y el resultado había sido nefasto.Kostas guardaba silencio y  Sakis pensó que, si lo despreciaba, el dolor sería abrumador. No se lo reprochaba, puesto que él mismo se despreciaba, pero pensar en que la única persona que lo había tratado como a un ser humano desde la muerte de Helena lo despreciase, le parecía demasiado amargo.-   Entonces, ¿son ciertos los rumores?Se volvió hacia Kostas, que parecía más confuso que otra cosa.  La pregunta le lastimó y habría gritado de buen grado de haber podido. Pero debía hablar con él con total sinceridad.-   ¿Los que dicen que me encontró en la cama con un hombre? – Su amigo asintió y parecía casi convencido de que era cierto – No. Llevaba algo más de dos años sin acostarme con nadie.  – La mirada de Kostas se desvió al interior de la habitación y Sakis sonrió con tristeza – Fue bastante más frío que eso. Mi semen en un tubito y…-   ¡Ah! – Exclamó sorprendido.Guardaron silencio unos minutos más. Kostas, intentando digerir lo que le había dicho, Sakis preparándose para el desprecio de Kostas y el fin de su amistad.-   ¿Quieres decir que le fuiste fiel a Helena?-   Sí. Al menos después de la boda.-   Pero era un matrimonio de conveniencia.-   Por mi parte, no por la suya. -   ¿Es por eso por lo que te sientes responsable de su muerte?La pregunta lastimó  a Sakis, que tomó aire y lo expulsó lentamente antes de volverse a Kostas, que fruncía el ceño en un gesto de confusión que lo conmovió.-   Me siento culpable por muchas cosas, Kostas. Por no haber estado a la altura, por no haber podido amarla como ella quería, por haberme casado mientras mi corazón estaba con otra persona, por no haberle prestado atención, por no haber visto que la locura …-   ¡Basta! – Le cortó Kostas horrorizado – No es posible que te culpes por eso. Si ella sabía de tu homosexualidad y aceptó casarse contigo, es tan responsable como tú de lo sucedido.-   Yo…-   No. Puedes sentirte culpable de otras cosas, de eso no. Sakis sonrió a su pesar. Era una sonrisa triste, cargada de amargura y Kostas se inclinó hacia él, le tomó el rostro entre las manos y lo obligó a mirarlo a los ojos.-   Cuando aceptes realmente tu sexualidad, te darás cuenta de lo equivocado que estás.-   Yo ya acep…-   No, no lo digas. Nos estarías mintiendo a los dos.-   Kostas, viví con un hombre durante tres años. Aquella información sorprendió al joven, que lo miró incrédulo unos segundos antes de darle una fuerte colleja a Sakis.-   ¿Entonces por qué te casaste, idiota? Sakis no contestó. Se frotó el cuello y miró a Kostas divertido.-   No quiero seguir hablando de eso. Kostas asintió, comprendiendo que no le sacaría nada más esa noche.  -   Me voy a dormir. – Bostezó como para corroborar su cansancio – Mantén tus manos lejos de mí.Sakis rió y se llevó las manos al pecho, fingiéndose dolido.-   ¡No puedes pedirme eso!Kostas rió y entró en la habitación, dejando a Sakis en la terraza. Miró la cama y luego al niño, que dormía plácidamente cerca del armario. Se desvistió, quedándose con los bóxers. No estaba seguro de si debía ponerse algo más o no. Aunque Sakis nunca había mostrado el más mínimo interés en él, se sentía un poco incómodo. Si por él fuse, se lanzaría sobre él y haría lo que deseaba hacer desde que lo había conocido. Pero el hecho de que Sakis hubiese confirmado lo que hacía tiempo sospechaba lo cohibía un poco. Bueno, en realidad toda la situación lo hacía. Sakis era un suculento caramelito que de buen grado se comería. Literalmente. Rozaba el metro noventa de estatura y, a sus cuarenta años, conservaba un magnífico cuerpo de atleta que recordaba su pasado como nadador olímpico. Hasta que lo había abandonado por la fotografía. Las pesas no habían deformado su cuerpo, sino que lo habían mejorado. Kostas sospechaba que se depilaba completamente, pero no estaba seguro. Su cabello negro como el azabache no mostraba ninguna cana. Sospechaba que se teñía, pero no se había fijado tanto como para saberlo con certeza porque sus enormes ojos grises rodeados de negras y espesas pestañas captaban toda su atención. El color de los ojos de Sakis era curioso, puesto que unas motas doradas salpicaban el iris y, en algunas condiciones de luz, sus ojos parecían dorados. Nunca había visto nada semejante y por eso no podía apartar la mirada de ellos. La nariz, que había sido operada, no podía ocultar su clara procedencia griega. No sabía por qué se había operado, porque dudaba que nadie se hubiese fijado en ella teniendo a semejante dios griego frente a él, pero comprendía su necesidad de hacerlo. Los labios de Sakis habían despertado toda serie de fantasías eróticas en Kostas. Labios gruesos, carnosos, siempre sonrientes. Dientes perfectos gracias a un corrector (según le había dicho), despertaban un ansia salvaje en él. Quería sentir aquellos dientes en cada milímetro de su cuerpo. No sabía quién había sido el hombre con el que había compartido su vida, pero sin duda era un estúpido por haberlo dejado marchar. Y no sólo porque Sakis era un dios, sino porque era un buen hombre. La primera vez que había trabajado con él, había pensado que era un imbécil arrogante por llegar dos horas tarde. Ni siquiera su físico imponente o su ropa de diseño lo habían aplacado. Claro que sus asistentes se habían pasado dos horas criticándolo, azuzando su mal humor. No lo conocía personalmente  y se lo había imaginado como un cabrón engreído e insoportable. Alguna vez  lo había  visto en la prensa con la coletilla “el heredero del imperio Chrysomallis”  y había pensado que todo lo que se decía era cierto. Porque la prensa desmerecía sus logros, alegando que había llegado a donde lo había hecho gracias  a la fortuna familiar. Sin embargo, se encontró con un hombre que sabía lo que quería. Había conseguido que las horas que habían pasado trabajando se hiciesen más cortas. Había facilitado su trabajo de tal modo, que había conseguido olvidar que había tenido la descortesía de llegar dos horas tarde. Tenía una  paciencia infinita, explicaba lo que quería con sonrisas, nunca se enfadaba y, si lo hacía, no lo demostraba. Y, lo que era más importante para él, cuando le pedía algo, lo hacía en griego. Sus asistentes eran franceses y rusos y trabajaban en la misma revista que él, pero Sakis le hablaba a cada uno en su idioma con tanta naturalidad, que había fascinado a Kostas. Al acabar la sesión, se había acercado a Sakis y se lo había comentado. El fotógrafo lo había mirado sorprendido. Ni siquiera era consciente de ello. Y, cuando salían del hotel donde habían estado trabajando, supo que se había enamorado de aquel hombre. Sí, algo absurdo, pero lo sentía de aquel modo. Sólo su condición de inalcanzable había impedido que se abalanzase sobre él y le jurase amor eterno.Los pensamientos de Sakis no diferían demasiado de los de Kostas. Recostado en la tumbona, con el sonido del mar y la alegría reinante en la isla retumbando en sus oídos, recordaba su primer encuentro con Kostas. Había llegado imperdonablemente tarde a causa del retraso en el vuelo desde Madrid. No se sentía demasiado feliz con su situación en aquel momento: Colin estaba enamorado de un tipo que no solo se llevaba la mejor parte del irlandés, sino que además decía ser hetero; además, había consentido que lo utilizase de nuevo, como hacía cuando se sentía solo o perdido y eso por no mencionar el hecho de que no se sentía bien consigo mismo por haber engañado a Helena, que debido a su avanzado estado de gestación no había podido acompañarlo. El llegar al hotel donde se llevaría a cabo la sesión de fotos y encontrarse con sus asistentes criticándolo lo había enfurecido, pero había mantenido la compostura, como siempre. Sabía que pocas personas lo tomaban en serio por su condición de heredero del imperio Chrysomallis. No importaba cuanto esfuerzo hubiese puesto en algo o las veces que hubiese demostrado su valía, porque sólo lo veían como un niño de papá encaprichado con algo que lograría gracias al dinero de su familia.  Cuando era nadador había entrando con más ahínco que nadie pero ni siquiera el oro olímpico conseguido le había granjeado las migajas de reconocimiento que sabía que se merecía. Durante un año la prensa griega se había encargado de ensuciar su mayor logro diciendo que su padre había comprado la medalla para él. Había sucedido veinte años atrás y todavía le dolía como entonces. Por eso lo había dejado y se había dedicado a la fotografía. Nunca firmaba sus fotos como Anastasios Chrysomallis, sino como Chris C., así nadie podría ensuciar su trabajo del mismo modo en que habían ensuciado su medalla.  Había comenzado a utilizar su verdadero nombre cuando un paparazzi descubrió quién era el hombre que se escondía tras el  seudónimo. El hecho de utilizar el apellido de su padre le había abierto muchas puertas, pero también venía acompañado de muchas responsabilidades: tenía que ser mejor que los demás, llevar una vida discreta, hacer un trabajo impecable, etc.  Su faceta como fotógrafo de éxito, acompañado del hecho de ser el heredero de un imperio como el que su padre había construido, lo mantuvo durante un tiempo en el punto de mira de la prensa. Criticaban su ropa, su peinado, sus compañías, sus palabras…  y entonces había llegado Colin a su vida y había pensado que realmente podría ser libre. Pero el irlandés nunca había entendido  su actitud. Él, que hacía lo que le daba la gana sin pensar en las consecuencias o en el daño que pudiese hacer a los demás, lo criticaba duramente por pensar siempre en su familia, en los escándalos, en sus responsabilidades, en lugar de anteponerse a sí mismo como hacía él. Y Sakis lo envidiaba por su valor, por su libertad. A pesar de la envidia que sentía, era demasiado consciente de sus obligaciones. Y por eso, cuando había visto al modelo con el que tendría que trabajar, se había visto obligado a contener el deseo que amenazaba con consumirlo y se había limitado a ser amable, ignorando lo que su cuerpo quería, recordando que tenía una esposa embarazada en casa y una horda de periodistas deseosos de un gran escándalo. De haber sido como Colin, se habría lanzado sobre Kostas aquel día, porque el hambre que veía en sus ojos aumentaba su propia hambre. Las posturas explícitamente eróticas en las que posaba (el cliente quería eso) lo volvían loco. En más de una ocasión se había sentido tentado de encerrarse en el baño y aliviar la tensión que se concentraba en su dolorido miembro. Kostas era tan condenadamente sensual, que trabajar con él era una tortura. Deseaba enterrar sus manos en aquellos rizos castaños, acariciar con su lengua los suaves y llenos labios del hombre, introducirla en el interior de aquella boca de dientes casi perfectos y perderse en el profundo marrón de los ojos de Kostas. La tez dorada, herencia de su abuela turca, se le antojaba un manjar delicioso que deseaba recorrer con su lengua. Los músculos perfectos, los hoyuelos que se le formaban al sonreír, su elegancia y sensualidad al moverse y sus rasgos exóticos formaban un coctel demasiado peligroso para él. Su corazón seguía con Colin, por supuesto. Pero su cuerpo parecía más que dispuesto a olvidarlo perdiéndose en la calidez y sensualidad de Kostas.No había sucedido nada, por supuesto. No sólo tenía responsabilidades y conciencia, sino que era un buen fotógrafo y su profesionalidad quedaría en entredicho si se llevase a la cama a uno de sus modelos.Cuando Kostas se había acercado a hablar con él, lo había mirado sorprendido. Le había costado captar sus palabras y, al final, sólo se había quedado con la invitación a tomar una copa. Su cerebro había dicho “no”, pero su boca había dicho “sí” y de ese modo habían iniciado aquella amistad. Nunca más había vuelto a sentir aquel deseo por él, ni aquella necesidad de tocarlo, aún cuando había visto el deseo en sus ojos en más de una ocasión. Pero aquella noche algo había cambiado. No tenía nada que ver con su confesión. Era algo que ya venía de antes. Como si la intimidad que les ofrecía su habitación y la ausencia de Helena hubiese derribado las barreras y restricciones que se había puesto a sí mismo. Sabía que pagaría las consecuencias de tenerlo en su habitación, pero no le importaba. No allí. No en aquel momento. Desde luego, no se lanzaría sobre su amigo. Él no era así. Pero no quería renunciar a lo que estaba sintiendo. Cuando regresase a Atenas tendría que volver a la realidad. Pero ahora estaba lejos, en la isla más maravillosa del mundo.Suspiró y entró en la habitación. Kostas ya estaba dormido. Le había dejado libre el lado cercano a la cama del niño. Sonrió al ver como Alex tanteaba en sueños buscando el chupete. Se despertaría si no lo encontraba, así que lo cogió y se lo dio. La manita guió con precisión el objeto hacia su boca y comenzó a succionar ruidosamente. Acarició su cabello y se desvistió. Se puso el pantalón de pijama que había traído y se lo puso antes de meterse en la cama. Era un gesto de cortesía hacia Kostas, puesto que él casi siempre dormía desnudo.

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revistas