Revista Literatura

Capítulo 8 - Los Dos Fuegos

Publicado el 29 agosto 2010 por Descalzo
Capítulo 8 - Los Dos Fuegos


Las antiguas leyendas afirman que el Fuego Hembra y el Fuego Macho se dividieron cuando el hálito creador flotaba sobre la tierra unida a las aguas en aquel remoto y primordial Caos del que surgieron todas las cosas. Desde ese lejano nacimiento y cuando se siente solo, una intensa melancolía invade las venas del Fuego Macho y corre por ellas como un humor acuoso y repleto de veneno. Desesperado, el masculino fuego se lanza a las llanuras cuando la luna brilla, y arroja círculos de luz a los bosques solitarios. A veces se detiene, llora y aúlla, y sus gritos estremecen a las criaturas de la noche.

El Fuego Hembra, escondido durante el día como un cúmulo de chispas entre los pastizales, lo sigue y espera que, agotado por su dolor, se tienda sobre la breve hierba. Entonces se acerca a él y sosteniendo su cabeza, canta suavemente. Luego extiende su cuerpo como una manta y el sufriente Fuego Macho desaparece bajo su amada que deshace con su brillo las tinieblas. El Fuego Hembra penetra hasta el fondo de su cuerpo, conociendo en detalle sus venas y entrañas. Los amantes abrazados esperarán la aurora y con los primeros rayos del sol, el fuego femenino ascenderá en la atmósfera. Su amante tratará de retenerla, hasta que el calor y la disolución convocarán a las Llamas Universales, las que se elevan sin sexo y sin origen, y los enamorados arderán en esa pasión, que habrá durado una noche y cuyo origen se oculta en el fondo de los siglos.

Este relato encabeza el manuscrito que Steiner tradujera del celta y que transcribe en el apéndice de la biografía de Erick el Rojo. La enigmática parábola, inspirada en los antiguos alquimistas, hace referencia a elementos y operaciones químicas que se gobiernan por un amor similar al humano.

Steiner explica que el relato haría referencia a la unión del azufre — transformado en femenino al convertirlo en disulfuro — y el fósforo blanco, de naturaleza claramente masculina. Es así que cuando el disulfuro se evapora con el sol, el fósforo blanco arde y quema el aspecto femenino del azufre.

La secta Eire, formada por los guerreros sacerdotes que operaban en la Ciudad de las Descalzas, no participó en el arrebato místico que conmoviera a Erick el Rojo, pero se mantuvo fiel a su líder y organizó la resistencia contra el ejército regular. Ocultos entre los escarpados montes que rodeaban el refugio, muchos de ellos encontraron la forma de acceder al ejército y a sus pertrechos. Steiner afirma que, además de la impregnación con la mezcla inflamable, los insurrectos utilizaron en sus ataques mangas repletas de fósforo blanco con un sistema de ignición a base de sílex que se accionaba en el momento de golpear contra el objetivo: rudimentarias granadas de fósforo, que se adelantaban en un siglo a su utilización en la Segunda Guerra Mundial.

El plan original era untar armas, pertrechos y elementos del ejército con la mezcla inflamable, esperando que el sol produzca la ignición del fósforo, pero los celtas no calcularon que el incendio de los bosques haría innecesaria la llegada del amanecer.

Se pregunta el biógrafo, cómo pudieron los sacerdotes infiltrarse en el ejército y embadurnar las embarcaciones que permanecían bajo estricta vigilancia. La respuesta estaría en el propio manuscrito; uno de los párrafos afirma que los “… futuros hijos de la Galia habrían conquistado el don de la invisibilidad. Steiner investiga esta condición y concluye que el anular la opacidad del cuerpo humano, no es una noción fantástica. Cita textos de la antigua literatura japonesa recibida en Europa, así como aspectos de la mitología de la India expuesta por algunos autores ingleses que vinculan el convertirse en invisible con la perfección de los guerreros. . Los celtas de la Ciudad de las Descalzas, habrían logrado mover sus cuerpos con tanta celeridad que sus gestos fueron más rápidos que la vista y a pegarse a la espalda de sus enemigos, permaneciendo fuera del campo visual o camuflándose en los paisajes o en las multitudes.

Rudolf, el otro biógrafo de Erick el Rojo, desechará esta teoría. Afirmará que al preparar la ofensiva contra Erick el Rojo, el ejército encargó a un grupo de civiles pintar los pertrechos con una nueva sustancia impermeable que les daría un tono mate para evitar los brillos. Dicha pintura contendría en su fórmula una mezcla con fósforo blanco y disulfuro, que habría sido desconocida por el alto mando. El investigador admite que fueron los propios sacerdotes druidas a través de representantes laicos, quienes elaboraron la pintura y la ofrecieron al ejército. Según testimonios de sobrevivientes, los guerreros celtas guardaban sus orines en grandes alambiques anexos a las viviendas. Una vez al mes lo secaban y calcificaban, obteniendo de ese modo el material inflamable.

Brenda y Magdalena cruzaron la suave hierba, iluminadas apenas por el cuarto creciente. Los pies desnudos de ambas, que tantas veces habían recorrido aquel terreno, apenas podían reconocerlo ahora; astillas, vidrios rotos y balas que no habían estallado, cubrían el suelo , de modo que las mujeres debían adivinar los destellos del cristal o el perímetro oscuro de la madera, para no tropezar ni dañarse.

Avanzaron con más facilidad al llegar a los bosques que rodeaban a la casa central. Desde allí, vieron a unos pocos soldados que vigilaban en las cercanías. Era evidente que el ejército había concentrado los efectivos en la zona del río.

Brenda y Magdalena no sabían que el ejército tenía como orden central buscar a Erick el Rojo. El misterioso comandante de la operación que protegiera a las mujeres impidiendo su fusilamiento, había afirmado que en caso de estar muerto quería su cadáver, y si aún seguía vivo le daría un castigo público y ejemplar.

La luna iluminó el rostro de un soldado y ambas mujeres lo vieron pálido, tenso; quizá pensara en su familia, preguntándose si alguna vez podría escapar de esa trampa fatal en la que habían caído.

Brenda y Magdalena advirtieron que el sector izquierdo de la casa no tenía custodia y la luna iluminaba suavemente el sendero solitario, el tramo de tierra plana y finalmente al corredor pedregoso que conducía a un desfiladero entre las montañas. Si lograban atravesarlo y llegar a Alemania les bastaba acercarse a una iglesia para conectarse con la familia de Brenda a través del clero.

Tomadas de la mano, cruzaron el espacio entre el bosque y la casa y protegidas por la sombra del edificio, corrieron hacia los límites del campamento. Se detuvieron jadeando frente al sendero de piedras.

¡No nos vieron…! — murmuró atropelladamente Magdalena. En ese momento la luna volvió a asomar iluminando dos hileras de arbustos de hojas duras. El sendero avanzaba hasta hundirse en las sombras y a lo lejos brillaban las montañas.

¡No hay soldados; por aquí no hay soldados! — susurró Magdalena con entusiasmo y volvió a tomar la mano de Brenda.

Encandiladas por la súbita libertad que se abría ante ellas, las mujeres no advirtieron un par de sombras que parecieron armarse entre las brumas del bosque hasta tomar la forma de un par de figuras encapuchadas, deslizándose sin que sus pies tocaran el suelo. De pronto, ambas sintieron un par de manos enguantadas que tapaban sus bocas mientras las sostenían por los brazos y las inmovilizaban por completo.

En la casa de la señora Brenda, los criados se retirarán a sus habitaciones. El dueño de la mansión, habrá construido en un tramo del jardín, la vivienda de la servidumbre. El edificio brillará en la noche, iluminado por las lámparas de aceite alineadas en la habitación de abajo, donde los criados comerán noche tras noche. El dueño de casa prohibirá el licor, pero los mozos venderán por un alto precio clandestinas petacas de aguardiente a los mayordomos quienes las distribuirán a los mozos de cuadra.

A través de los vidrios, Terencia, con sus manos apoyadas en la ventana a modo de pantalla, adivinará el murmullo de ese mundo sensual, provocativo; observará fascinada el correr de las figuras; las sombras agrandándose bajo el reflejo de las lámparas y los gestos sugiriendo amenazas de golpes, besos apasionados y algunos movimientos de danza.

En diciembre, la helada vibrará en el aire de la noche, depositándose con suavidad en la hierba y los techos. Un criado enorme, negro y también descalzo, traerá nuevos troncos para alimentar el fuego del hogar.

Brenda se cambiará de vestido y lucirá una falda amplia con volados y botas; un atuendo diseñado en Alemania especialmente para ella.

Hay algo que no entiendo, Brenda — comentará su amiga — Si perteneces a la Cofradía de Mujeres Descalzas, ¿por qué cubres tus pies? Recuerdo aquel campamento de damas al que fuimos hace cinco años; usaste un calzado liviano y ni siquiera te lo quitaste en los baños.

Querida Terencia, yo formo parte de los niveles más elevados de la Cofradía. Me tienen por una fundadora a pesar de no haber participado de sus comienzos.

Entonces con más razón, debieras desnudar tus pies si los tienes en alta consideración

Eso es posible tan sólo entre las mujeres que tienen mi nivel. Si tú, querida amiga, sin recibir la iniciación, vieras mis plantas desnudas, podrías enceguecerte por su brillo y enfermarías por no estar preparada.

Quiere decir que tu esposo no te ha visto con los pies desnudos.

En contadas ocasiones, cuando lo someto a un determinado ritual.

¿Y no puedo someterme yo a ese ritual?

No lo adviertes, pero este relato de mis penurias produce en ti una preparación.

¿Una preparación? ¿Qué quieres decir?

No te das cuenta, Terencia, pero esta historia actúa en distintas etapas de tu mente y de tu cuerpo; te va transformando sin que lo percibas. Quizá adviertas vagamente un vértigo que sube por tus plantas, recorre tus piernas y llega a tu bajo vientre… Ese era el sentido originario de las novelas: eran escritas para un lector, a lo sumo dos. Con el paso de los siglos esto se olvidó y actualmente sólo sirve para entretenimiento.

Sugestión, querida Brenda, sugestión. Recuerda que yo he estado vinculada desde siempre a Mesmer y a su escuela, que él, aún desde la muerte sigue guiando y confortando a quienes somos sus discípulos…

Eso significa que también admites el contacto con los muertos

No como lo plantean los espiritas

Para ser espirita te basta reconocer la posibilidad.

Brenda, ya en 1888, las hermanas Fox han confesado que lo de ellas fue un fraude.

Como ocurre con los movimientos espiritualistas, querida Terencia; el fraude convive siempre con la verdad. A veces se busca fomentarla mediante la invención de circunstancias falsas para promover las verdaderas… Si te informas bien, a lo largo de toda Europa los muertos se comunican con los vivos en las casas de la burguesía más encumbrada, donde los concurrentes se sientan alrededor de una mesa redonda, se toman de las manos mientras una médium invoca los espíritus que se hallan presentes. Aquí mismo, esta noche y entre nosotras se encuentra un fantasma. Como verás, la casa es muy antigua; existe desde la Guerra de los Treinta Años y en sus sótanos, los suecos torturaban a los franceses. Podrías escuchar gemidos, arrastrar cadenas, ver largas sombras que se desplazan… Es algo que siempre ha existido, Terencia. Vivimos en un siglo que se inicia bajo las luces del intelecto, entonces no se puede negar que la presencia de los espíritus sea un hecho positivo, algo comprobable por la estadística, la cantidad y en suma, verificable por la ciencia. Aquí están de más los prejuicios religiosos.

Brenda, reconozco que me interesa el tema de la Cofradía de las Mujeres Descalzas; si quisieras prepararme, como dices, podrías hablarme sobre ella, informarme de qué se trata.

Recuerda que me has dejado sola en la noche, en medio de la batalla con mi amiga Magdalena, a merced de influencias misteriosas…

Siempre dices lo mismo. Siempre te refieres a tu relato y pospones mi pregunta.

Querida Terencia, la existencia nos fue dada para vivirla con dramatismo. La iglesia nos promete el cielo, pero en la eterna visión beatífica no hay interés, al menos desde nuestra vida, . ¿Sabes por qué no es interesante contemplar eternamente el rostro de nuestro Señor?

Dime por qué

Porque no hay conflicto; no hay incertidumbre acerca de las cosas que pueden pasar o dejar de ocurrir. Sólo como humanos podemos sentir interés por ellas; fíjate que ya han pasado más de doce horas que estamos juntas y tú, venciendo el sueño y el cansancio, sigues atenta al desarrollo de mi relato.


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