Revista Diario

Capítulo dos

Publicado el 09 agosto 2010 por 4nthony192
Capítulo dosEse día decidió caminar de prisa y, de esa manera, se escaparía de sus amigas que la fustigaban con exceso de atención. Desde que Antonio y Lucía se separaron, fueron ellas quienes, haciendo eco de las promesas de amistad que alguna vez firmaron con el corazón, se empeñaron en mitigar el dolor de aquella repentina separación. Pobrecita, debe estar sufriendo harto la pobre, pensaba Tamara, sin duda la más sentimentalona y mejor amiga de Lucía.
La verdad es que Lucía estaba harta de verlas reír como si no pasara nada, como si ponerse tristona y cabizbaja unos cuantos días (o tal vez meses, años, lustros, décadas, en fin: toda la vida, por todos los cielos) sea tan terrible que digamos. Por eso se escapó en cuanto pudo. Aparentemente sin rumbo, pero no. Lucía sabía muy bien lo que hacía. Pasó cerca de un edificio que parecía un enorme espejo y se detuvo por un instante a arreglarse lo mejor que pudo. “Las chicocas”, como Lucía llamaba las llamaba, se habían quedado atrás, encantadas con la ropa de moda en la inmensa galería Pietrick’s.
Bajó de prisa por la avenida Angamos, sin volverse, sin remordimientos. Si las cosas salen bien no necesitaría regresar con ellas. Lucía se había escabullido muy bien entre la multitud del Pietrick’s. No fue muy difícil pasar desapercibida, lo había practicado durante toda su huidiza vida, incluso en la secundaria, nadie notaba su ausencia de las reuniones de la promoción. Sin embargo, ahora las cosas habían cambiado. Desde que Lucía había experimentado el cariño legítimo de la amistad incondicional, su vida había dado un vuelco enorme. Antonio se lo había enseñado cuando aún eran amigos y ella había aprendido a confiar en ese afecto, había aprendido a confiar y a dar confianza a los demás. Por primera vez Lucía se había sentido segura y capaz de alcanzar sus más anhelados propósitos, metas, sueños o lo que fuese aquello que empezaba a divisar. No obstante, la capacidad para esfumarse sin ser percibida todavía formaba parte de sus talentos más preciados.
Doblo en la avenida Comandante Espinar, aminoró el paso. Un par de chicos que pasaban por su costado la piropearon: “Hola mamita” “qué buena estás”. Los odió, porque ella odia a esos galanes de chabacana estampa; pero el odio no demoró en escabullirse por entre las demás emociones que vinieron después. A medida que se acercaba a su destino comenzaba a sentirse insegura y nerviosa. Notó que el coraje que en un principio la había motivado y, prácticamente, empujado a buscarlo, se extinguía y daba paso al terror de verse perdida y sin salida. De pronto cayó en la cuenta de que se hallaba sola y triste; y más sola y más triste que nunca, además. Extrañó a sus amigas, las valoró como a un tesoro incalculable y quiso volver arrepentida al Pietrick’s, pero era demasiado tarde para Lucía. Lo sabía. Finalmente había llegado; queriendo, al principio, y sin querer, al final. Tenía ante sus ojos a la conocida y antiquísima librería Millenium. ...

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