Revista Literatura

Capítulo dos (segunda parte)

Publicado el 11 agosto 2010 por 4nthony192
Capítulo dos (segunda parte)“Antonio solía pasar todas las tardes en esta librería”, pensó. Recordó también con denotada nostalgia, eso sí, las incontables veces que él la había invitado a conocer a sus amigotes que atendían allí y, de pasadita, echarle un vistazo a los novísimos libros que se exhibían en las vitrinas, unas cuantas lecturas reconforantes, no faltaba más, y listo. Lucía las había rechazado de inmediato, todas y cada una de las invitaciones. Para ella, era una invitación a aburrirse o, mejor dicho, al aburrimiento, al martirio. “Como si no tuviera nada mejor que hacer”, pensaba.
En una ocasión le dijo:
­-Por si no lo has notado, Toñito, a mí eso de pasarme el día leyendo no me cuadra muy bien. La verdad es que no le encuentro el chiste; y no me pongas esa carita de gatito de Shrek porque los libros y yo somos prácticamente enemigos, al menos los libros que tú lees, amor. Con las justas leo lo que escribes y eso, qué remedio, pues. No me queda de otra tampoco.
A todo esto, Antonio callaba, según él, sabiamente, mejor dicho: se las guardaba, porque su padre le dijo una vez: con las mujeres, mejor te defiendes callado. Antonio bajaba la cabeza y aceptaba (al estilo de papá) otras ofertas de diversión a las que él, Antonio Bardales, sólo accedía por amor, porque de divertido un carajo, más aburrido que escuchar una partida de ajedrez por radio. Sólo por amor, que conste, y sólo porque la amaba muchísimo, hasta el cielo, cielito lindo, cielito mío, hasta la mismísima presencia de Dios ida y vuelta, contigo hasta el fin del mundo, aseguraba cursilísimo su Toñito.
En realidad Antonio prefería ver una buena película tirado boca abajo, como un reptil, en su camita, comiéndose un sándwich de pavo del Liguria, la mejor de todas las panaderías de Lima, con todas las cremas habidas y por haber pero sin ají, que pasear por toda Lima viendo ropa y más ropa y probándose y sacándose de todo. Rosándose literalmente, para colmo de males, con media Lima sur, si iban a Jockey Plaza, o con media Lima norte, si iban a Mega Plaza. Lo único que a Antonio lo aliviaba en gran manera de aquellas salidas chapuceras, era el hecho de que nadie, absolutamente nadie, lo reconozca por las calles como escritor, porque en Lima, señores, muy pocos leen, y los que leen no leen las blasfemias literarias, como el mismo Antonio llamaba a sus libros de cuentos, sino a algún escritor de verdad, los que publican novelas, nada de mariconadas.
Lamentablemente Lucía siempre se había negado a acompañarlo al Millenium. Lo lamentaba ella, porque, últimamente, desde que Lucía comenzó a darse cuenta que la relación entre ellos no andaba bien, sucedió lo que jamás pensó que podía pasar. Antonio no quería que Lucía vaya a verlo al Millenium, ni que se apareciera de sorpresa ni nada. Ahora era ella quien le insistía en visitarlo por las tardes, pero él prefería ir a otro lugar. Por supuesto que le dolía en el alma a la pobre Lucía; además, aquél fue tan solo uno de sus tantos actos desesperados por reconquistar a su Toñito, ahora ausente y lejano. “Esta librería”, le explicó en aquella oportunidad, “es mi espacio, ¿entiendes?”. ...

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