Revista Literatura

Capítulo III

Publicado el 10 abril 2009 por Jordan
Capítulo III
Al llegar a casa, Erik fue directamente a la parte de atrás, comprobó que los cachorros estaban en su caseta y después se dirigió hacia los establos. La granja de la familia de Erik era la más grande del pueblo. Cuando Árkhelan dejó el ejército gastó gran parte de sus ahorros en ella. Además de los típicos animales de granja, Árkhelan también criaba caballos y los domaba. Era un magnífico jinete y los conocía muy bien, por esta razón, muchos de los caballos que usaban los oficiales del ejército habían sido criados por él.
Cuando Erik llegó al picadero, vio a Robert, su hermano pequeño, montado a caballo y a su padre junto a él enseñándole. Erik sonrió recordando cuando su padre le enseñó a montar. Al principio sintió bastante miedo al verse en lo alto de ese gran animal, pero Árkhelan estuvo en todo momento junto a él, como hacía ahora con Robert. En pocos días Erik fue capaz de montar sólo y ahora casi igualaba en destreza a su padre.
Algunos meses atrás, a principios de verano, Erik cumplió quince años y ese día Árkhelan le regaló un caballo, un magnífico ejemplar de color negro azabache. Erik había presenciado su nacimiento, tres años antes, y desde entonces había cuidado de él con muchísimo cariño. Se llamaba Darko y, pese a ser todavía bastante joven, era un animal de gran fuerza y velocidad que obedecía la menor insinuación de su amo, pareciendo adivinar sus pensamientos. Erik lo montaba a diario, le gustaba salir a galopar por el valle soltando las riendas y permitiendo que fuera Darko quien eligiera el camino.
-Hola, Erik –saludó Robert desde lo alto del caballo- ¿Has visto cómo monto?
-Lo haces muy bien, pronto podremos salir juntos a dar una vuelta –respondió Erik sonriendo.
-Es cierto –intervino Árkhelan- lo único que te falta, Robert, es un poco de confianza para ir más relajado, pero pronto perderás el miedo y llegarás a ser un gran jinete.
-¿Cómo tú? –Preguntó Robert con sencillez.
-Mejor que yo, espero –respondió Árkhelan.
-Pero si tú montas muy bien –insistió Robert.
-Es cierto –reconoció Árkhelan- pero mi ilusión es que mis hijos sean en todo mejores que yo, y sus hijos mejores que ellos.
-Y así sucesivamente hasta el final de los tiempos –bromeó Erik-. ¿Os queda mucho rato?
-No, ya es hora de ir recogiendo, está empezando a oscurecer.
Erik ayudó a su padre y a su hermano a llevar los caballos a los establos y a guardar al resto de animales en sus jaulas. Después entraron en casa donde Nela trajinaba, acabando de preparar la cena.
Nela, sólo un año menor que Erik, era una chica alegre y responsable que había adoptado el papel de mujer de la casa desde el fallecimiento de su madre. Trabajaba muchísimo y cuidaba de sus hermanos pequeños con la misma dedicación que si fueran hijos suyos. Erik la trataba siempre con delicadeza, cariño y agradecimiento, consciente de las muchas privaciones a las que se sometía por el bien de la familia.
-¿Te ayudo en algo, Nela? –Preguntó Erik acercándose a su hermana.
-Sí, podrías ir poniendo la mesa porque la cena ya está casi lista. ¡Robert, no toques la comida con las manos sucias!
-Pero si no me las he manchado –protestó el aludido mientras se dirigía a obedecer la orden de su hermana.
Robert, un muchacho de pelo moreno y revoltoso, tenía tres años cuando murió su madre, así que sólo conservaba un vago recuerdo de ella. En su rostro infantil, se adivinaban los rasgos fuertes propios de su familia. Sus ojos, grandes y azules, contrastaban con la palidez de su cara y la iluminaban cuando los abría desmesuradamente, como hacía siempre que algo llamaba su atención. Para él, Nela era más una madre que una hermana y procuraba hacerle caso en todo, por el cariño que le tenía y para evitar que le regañara. Porque si era cierto que Nela era muy cariñosa, no lo era menos que tenía un carácter enérgico y que era mejor no provocar su enfado.
Mientras Erik ponía los cubiertos y los platos, apareció su hermana pequeña, Bera, una criaturilla de cuatro años de ojos verdes y melena rubia, que no paraba de hablar con su lengua de trapo y un gran desparpajo. Enseguida se agarró a la pierna de Erik para que éste la tomara en brazos.
-¿Cómo estás bichejo? –le dijo Erik mientras le daba un beso.
-¡Muy bien! Hemos estado jugando con la nieve.
-Aprovecha porque ya queda poco para que se derrita, de hecho debería haberse derretido ya. ¿Me ayudas con los cubiertos?
-¡Sí!
Ya en la mesa, la familia charlaba animadamente comentando los diferentes acontecimientos del día. Nela estaba pendiente de que no faltara nada, y su padre tenía que insistirle para que no se levantara y cenara con tranquilidad.
-Hoy hemos ido a visitar a Markus –dijo Erik-. Le he pedido que nos ayude a amaestrar a los cachorros.
-¿Markus, el cetrero? –Preguntó Nela con cierto asombro.
-El mismo –respondió Erik mientras miraba a su padre intentando descubrir alguna reacción.
-¿Y qué os ha dicho? –Preguntó Árkhelan al fin.
-Que sí, que nos ayudará –Erik no pudo resistir la curiosidad por más tiempo y continuó hablando-. No sabía que era amigo tuyo.
-No nos vemos mucho últimamente –comentó Árkhelan con una sencillez que desarmó a Erik-. ¿Te ha dicho algo especial?
-Bueno, no sé. Cuando llegamos nos miró con un poco de desconfianza, hasta que me reconoció. Entonces nos dijo que os había conocido a ti y a mamá hace muchos años, antes de que os casarais.
-Es cierto, Markus y yo servimos juntos en el ejército.
-¿Y por qué no nos habías hablado nunca de él? –Preguntó Erik con cierto temor a ser demasiado indiscreto.
-Como te he dicho, hace bastante tiempo que no nos vemos. Cuando dejé el ejército, me dediqué por entero a la granja. Markus se había instalado aquí algunos años antes y estaba muy ocupado con sus animales. Siempre ha sido un poco excéntrico y…
-¿Qué quiere decir excéntrico, papá? –Interrumpió Bera.
-Loco –respondió Robert.
-No –corrigió Árkhelan-, no quiere decir loco, si no un poco especial. Markus es un gran cetrero y un buen soldado, pero no es fácil tratar con él porque nunca sabes cómo va a reaccionar. No hay duda de que es un hombre de honor y muy trabajador pero…
-Está loco.
-¡Robert! –Intervino Nela sin poder reprimir una sonrisa.
-Bueno, quizá un poco –concedió Árkhelan- pero no es una locura peligrosa, en el fondo es un buen hombre, lo que pasa es que el pobre ha sufrido mucho y por eso es un poco desconfiado.
-¿Qué le pasó? –Preguntó Bera.
-Eso no es asunto vuestro, hay que saber respetar la intimidad de las personas –respondió Árkhelan.
-Mañana le llevaré los cachorros para que los vea y para que me diga qué tengo que hacer –dijo Erik retomando el hilo de la conversación-. Espero que él pueda ayudarme.
-No te preocupes, Erik –le tranquilizó Árkhelan-, si alguien sabe de animales, ese es Markus. Dale recuerdos cuando lo veas y dile que me pasaré a saludarle uno de estos días.

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