Cartas de amor

Nunca pude escribir una carta de amor.
Digo, una carta que trascienda como un hechizo. Que tenga poder.
Nunca supe eso de escribir una carta de amor y que al otro le llegue al corazón. que se le adhieran las palabras a las venas como la estampilla al sobre. 
Que se le tatúen en el alma las palabras.
Nunca logré que el papel oliera a fresias, a canela y vainilla o a especias exóticas traídas de Oriente.
Que tuviera los puntos resaltados en color rojo, y los acentos como estrellitas fugaces cayendo de un renglón a otro. Que tuviera tu nombre con purpurina y el mío al final, con tus ganas de repetirlo aunque sea una vez y en voz alta.

Nunca escribí una carta de amor que quisiera ser leída y releída hasta memorizala, tanto que ni el alzheimer alcanzaría a desfigurarla.
Nunca supe cómo escribir una carta de amor que convenza, que vuele.
Si, esas cartas que cuando las dejás sobre el cobertor de la cama salen volando en círculos por la habitación, con vida propia; y luego, al dormirse el receptor, se posan al lado de la almohada, para respirar en la misma frecuencia.
Nunca supe escribir una carta de amor que fuera cobijo, calor, candor, caricia. Que dieran ganas de comerla, de beberla o de hacerle el amor.
Esas cartas que aunque fuera invierno y tu vida estuviera escarchada nunca tirarías al fuego.
Una carta de amor que aunque tu vida estuviera en peligro en un callejón sin salida no entregarías ni vivo ni muerto ni loco.
Sí, nunca escribí una carta que vuelva loco a nadie, que lo maree, o que dejara en estado vegetativo las fibras ópticas de la mente que nublan al corazón.
Nunca supe escribir una carta de esas.
Al parecer todo lo he escrito sobre el agua.
Patricia Lohin

Anuncios