Revista Talentos

Cartas desde el otro barrio

Publicado el 18 enero 2014 por Soniavaliente @soniavaliente_

Hay personas que se comportan como si vivieran en una canción, una película, un poema. Y todo lo que ocurre a su alrededor tiene que ser grave, una tragedia, un drama. Son imprescindibles porque ellos son el centro. Y planifican su día a día para que todo sea complicado y ellos la solución. Porque todo gira a su alrededor. Son Helios, el dios del sol. Lo recordaba al ver por enésima vez un vídeo que fue la estrella de estas Navidades y del que seguro que ustedes también habrán oído hablar. Debe de ser rarita porque el vídeo de marras le parece aterrador cuando al resto de sus amigas le parece de una ternura increíble.

Les pone en antecedentes. Un marido pierde a su esposa. El hombre arrastra los pies y hace lo que puede con su pena y su ausencia, con ese dolor sordo que actúa como una manta de soledad y tristeza, una manta invisible pero pesada que sólo conocen –conocemos- los que hemos perdido a ésa persona clave en nuestras vidas. La vida sigue. Transcurren dos años lentos. O rápidos. Eso no importa. Y chico conoce a chica. Se enamoran. Se prometen –no les había comentado que el cuento de Navidad ocurría en EEUU- y, de repente, el viudo recibe una llamada de una emisora local diciéndole que tiene una carta… de su difunta esposa. Dos años después.

Cartas desde el otro barrio

Un plan maniqueo, perverso, para venir a perturbar la maltrecha paz de su marido y su nueva pareja. La esposa desaparecida le había entregado la carta a su mejor amiga para que, en el momento que su santo rehiciera su vida, le hiciera llegar la misiva para bendecir la nueva unión y desearles  lo mejor. Por supuesto, el programa radiofónico documentó las lágrimas y el dolor fue viralizado en segundos. ¿Era realmente necesario?

Imagínense que les pasa a ustedes. Que son el viudo. Que son la prometida. Que son la esposa. Este tipo de argumentos inquietantes son maravillosos en la soberbia “Mi vida sin mí”, de Coixet, por ejemplo. Pero se teme que en la vida real dan auténticos escalofríos. Porque si ya es difícil competir con un recuerdo, imagínense con una esposa muerta que envía misivas desde el extrarradio. Afortunadamente la vida no es ni un poema, ni una película, ni un bolero. Asúmanlo.


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