Revista Talentos

Casire, el pueblo de mi padre

Publicado el 10 marzo 2013 por Florencio
Casire, el pueblo de mi padre Por: Néstor Rubén Taype
     - Papito cuéntame pues, ¿Cómo llegaste a Lima?
Mi hijo tendría unos seis años y era como los demás nietos, un engreído de mi padre, quien soltaba libremente sus sentimientos abiertos como salen las palomas a volar.
Esa carcajada y sonrisa negadas a sus hijos, quizás por una actitud de padre severo y disciplinado, ahora se quebraba en risas y deslizaba sus mejores ademanes para satisfacer la curiosidad del pequeño.
Sentado en la orilla de su cama, mi padre miraba a su nieto que jugaba con sus viejos lentes mirando a través de ellos.
- Yo vine a Lima montado en mi burrito llamado Cipriano, con mi poncho, mi chullo de colores y llevaba en mi alforja mucha tuna y melocotones secos de mi tierra llamados “huesillos”
El niño saltaba de alegría con esas frases de su abuelo relatando su arribo a la capital.
- Papito ¿Y dónde está tu chullo y tu poncho, lo guardaste?
- Si hijito, tu mamita lo tiene como recuerdo.
- ¿Y Cipriano papito?
- A Cipriano se lo regalé a mi primo Simeón porque era muy flojo no quería trabajar y solo quería comer y dormir.
- Papito vamos un día a visitarlo, yo quiero conocerlo.
- Ya pasaron muchos años hijito, él regresó a Casire porque estaba enamorado de una burrita llamada Jacinta y allá se quedó con mi hermano Abraham, ya no supe más de él.
Mi padre inventaba historias que seguramente nunca había imaginado contarlas, de no ser por la insistencia de un travieso nieto que lo bombardeaba a preguntas.
- Papito ¿Que es Casire?
- Ah Casire es el nombre de mi pueblo hijo y queda muy lejos, pero muy lejos.
- ¿Como por la China papito?
- Así es hijo tan lejos como la China.
- Y viniste solo en tu burrito o tomaste un avión también.
- No hijito solo en mi burro Cipriano y tuve que cruzar grandísimos cerros llenos de nieve, ríos, lagunas heladas y peligrosas. El cerro más grande se llama Sara Sara, es inmenso hijito.
- ¿Sara Sara? Papito y cuanto te demoraste en venir ¿Cómo un año?
- Así es hijito lindo, me demoré como un año.
- De todas maneras yo quiero ir a tu tierra a conocer a Cipriano, de repente esta todavía vivo papito, cuando se cure tu pie me llevas ¿Ya? - Le decía mi hijo mientras se colgaba de su cuello.
Papá no contaba las cosas de su tierra casi no sabíamos mucho, salvo algunas cosas que mi madre nos decía.
Sin embargo pudimos conocer algo más por medio de una tía llamada Emilia, quien lo había atendido de bebe y sabia todo sobre la familia de mi padre.
Mariano, era el nombre de mi abuelo y Daniela de la abuela, natural de Lampa, nos había dicho la tía que llegaba con mucha frecuencia a visitar a papá. Siempre lo trató como a un niño y recuerdo que lo acariciaba y besaba en su frente, nosotros nos reíamos.
La tía Emilia contaba que el abuelo Mariano era arriero y comercializaba pisco y cañazo por las punas de Ayacucho y Huancavelica.
Mi padre ciertamente nunca simpatizó con el abuelo, decía que era un bebedor que aparte de comercializar pisco, dejaba un amor en cada pueblo.
Cuando insistíamos en saber más del abuelo papá solo mencionaba episodios poco agradables. Contaba que una vez de niño lo acompañó a repartir su producto por las punas de Casire y él iba montado en una de las mulas detrás de su padre. Para su mala suerte en determinado momento se alejó del grupo y cayó del lomo del animal, al parecer se quedó dormido, pasado un buen rato su primo Cosme, quien también iba en la caravana se percató de la ausencia de mi padre.
Apurando el paso de los animales la caravana regresó y encontraron a papá casi helado tirado en el suelo después de casi media hora, según le contaron posteriormente. Papá culpaba al abuelo y decía que por su persistente y terca embriaguez no tuvo el cuidado necesario con él, al parecer nunca le perdonó el incidente.
Nunca regresó a su tierra y jamás supimos la razón, era por naturaleza muy callado y serio, mamá contaba que solo una vez lo vio bailar en una de las pocas fiestas que asistieron.
Nosotros conocíamos a los hermanos de papá, al tío Juan, a la tía Bersa, al tío Abraham y luego al tío Vicente y Felipe.
Salvo Juan y Bersa que siempre llegaban a casa, mi padre no se frecuentaba con los demás hermanos
Un buen día, ya adulto, vi una invitación para mi padre de parte del tío Cosme, quien lo invitaba por sus bodas de oro matrimoniales.
El tío Cosme fue uno de los primeros caserinos exitosos llegados a Lima más o menos en los años cincuenta, quien llegó a ser un reputado y fino sastre que confeccionaba los mejores ternos para una clientela selecta en Miraflores. Obviamente que mi padre no iba ir por lo que le pedí asistir en su lugar, él aceptó gustosamente. Estaba yo entusiasmado porque esa fiesta me permitiría conocer a toda la familia emparentada con mi rama paterna e iba a ser una experiencia inolvidable.
- Papito ¿Y qué hiciste cuando llegaste a Lima?
- Bueno me fui a la casa de un paisano y me puse a trabajar como heladero.
- Y gritabas ¡Helados, helados!!
- Exactamente hijito de mi alma y cuando no me escuchaban me ponía a bailar un huaynito para llamar la atención.
- A ver papito, a ver, párate papito, párate y enséñame como bailabas.
Mi padre haciendo esfuerzos y por darle gusto al nieto se ponía de pie con mucha dificultad, su Parkinson lo tenía muy limitado en sus movimientos pero hacia esfuerzos por mostrarle a mi hijo como bailaba.
Entonces colocándose la palma de la mano en el pecho levantaba el pie derecho una y otra vez y luego haciendo una venia cambiaba el paso con el otro pie.
- ¡Mamita, mamita Tula, mi papito está bailando huaynito ven, ven!!
El viejo caserino introvertido, solitario y reacio a manifestar sus emociones con sus hijos, estaba allí riendo como otro niño.
Mi hijo corrió al lado de su abuelo y abrazó su cintura mientras ambos reían, mi padre echaba su cabeza hacia atrás soltando una carcajada mientras unas lágrimas disimuladamente se recostaban en las orillas de sus ojos, esperando caer en cualquier momento, cargados de felicidad.

 

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