Revista Literatura

Caudillos y granos

Publicado el 21 septiembre 2010 por House
Los medios de comunicación nos están embadurnando hasta los tuétanos del ya demasiado manido caso ‘Gürtel’; para que nos entendamos, de ‘Alí Babá’ a lo valenciano.
Mientras la opinión pública gira la cabeza hacia la tierra de las paellas, en otras regiones el patio está muy revuelto, y en determinados partidos andan a la gresca. De manera discreta, en algunos lares andan a palos entre ellos. Se aferran al sillón y temen que se les acabe el pesebre. Pero la verdad es que ya huele. Desde el año 1987 ya llovió y, tras casi un cuarto de siglo de aborregamiento institucional y aburguesado, creo que lo oportuno sería marcharse a casa. Hay faena si cuidamos los caballos a diario. No me sirve de nada el hecho de que la metrópoli brillé como los chorros del oro. Si es la obligación de cualquier prócer. No hacen nada que no estén obligados a ello. Las milongas, que se las cuenten a otro. Pero una persona no se puede adulterar en soledad. Necesita a sus lazarillos. A ser posible, que uno de ellos sea una mujer. Cualquier pandillero que se precie de tal, necesita a sus acólitos. Igual que el pastor alemán echa mano de los suyos para pregonar a los cuatro vientos que hay que ser buenos porque de lo contrario Dios nos castigará.
El caudillo ha sido inteligente. Al primero le dio un caramelo con la condición de que sería él quién mangonearía el cotarro. A la otra le dio otra dádiva similar y en condiciones parecidas. Se quedará en la playa para tomar el sol y broncearse, pero sin olvidarse nunca de quién es el dueño del cortijo.
Los tres hicieron un triunvirato a su imagen y semejanza convirtiendo el territorio no sólo en un principado de taifas, sino en un cortijo en el que uno manda; los clérigos pregonan las órdenes de su señor, y el resto calla y otorga.
Pero lo que no imaginaban nunca era que iban a tener exámenes. Ha empezado el curso, naturalmente, y hay que convocar exámenes para comprobar que se ha estudiado y se ha aprendido la lección. Y con ellos, llegaron los problemas.
Lo peor que le puede pasar a una persona es que le aparezca un grano en determinada parte de su cuerpo. Y los protagonistas de esta película no escaparon a esta realidad. El grano pica, molesta, incordia. Lo prudente es atajarlo de raíz. Dicen en Aragón que ‘muerto el perro, muerta la rabia’. Lo mismo pasa con los granos. Pero con éste no pueden. Intentan curarlo y que cicatrice, pero no lo consiguen. Procuran pócimas milagrosas, pero resultan insípidas. Oran a sus señores para que les quiten esa almorrana, pero son desoídos. Aunque hace mucho tiempo que no sufrieran esta insistente molestia, que llevaba mucho tiempo sin aparecerles, lo cierto es que ha aparecido y está mostrando la mejor y más bravía de sus fauces; tragaderas, por otro lado, que vienen apadrinadas y bendecidas desde el Olimpo.  Poco podrán hacer si trae las bendiciones divinas. Pero tampoco es normal que los granos aparezcan tras mucho tiempo de sequía, distancia y oquedad. Así las cosas se convierten en desconocidos que se transforman en tumores, difíciles de extirpar, que terminan adueñándose el organismo y dando paso, en ocasiones, a una metástasis.
Como diría Labordeta, ¡A la mierda, hombre, a la mierda!

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