Revista Literatura

Cazadores de sombras 2. Ciudad de Ceniza de Cassandra Clare

Publicado el 18 septiembre 2010 por Polaquita

Pagina 166

La primera impresión de Clary fue que se encontraba al aire libre;

la segunda, que la sala estaba llena de gente. Sonaba una extraña música suave, afeada por notas agridulces, una especie de equivalente auditivo de miel mezclada con zumo de limón, y había un círculo de hadas bailando al son de la música, con los pies apenas rozando el suelo. Sus cabellos —azules, negros, castaños y escarlatas, dorados metálico y blancos hielo— ondeaban como estandartes.

Pudo ver por qué les llamaban también los seres bellos, pues realmente eran muy bellos con sus preciosos rostros pálidos, las alas color lila, dorado y azul; ¿cómo podía haber creído a Jace cuando había dicho que su intención era hacerles daño? La música, que al principio la había enervado, sonaba sólo melodiosa, y Clary sintió el impulso de agitar los cabellos y mover los pies al compás de la danza. La música le decía que si lo hacía, también ella sería tan ligera que sus pies apenas tocarían el suelo. Dio un paso al frente...

Y una mano le agarró por el brazo y tiró violentamente de ella hacia atrás. Jace la miraba iracundo, con los ojos dorados brillantes como los de un gato.

—Si bailas con ellos —dijo en una voz queda—, bailarás hasta morir.

Clary le miró pestañeando. Se sentía como si la hubiesen arrancado de un sueño, atontada y despierta a medias. Arrastró la voz al hablar.

—¿Queeé?

Jace emitió un ruido impaciente. Sostenía su estela en la mano; ella no le había visto sacarla. El muchacho le agarró la muñeca y grabó una veloz Marca punzante sobre la piel de la parte interior del brazo.

—Ahora mira.

Ella volvió a mirar... y se quedó helada. Los rostros que le habían parecido tan bellos seguían siendo bellos, sin embargo bajo ellos acechaba algo vulpino, casi salvaje. La muchacha de las alas rosas y azules la llamó con una seña, y Clary vio que sus dedos eran ramitas cubiertas de hojas cerradas. Tenía los ojos totalmente negros, sin iris [...]

 

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Simón dijo algo, enfadado, pero Clary no le oyó: los oídos le zumbaban como si tuviera un enjambre de abejas enfurecidas dentro de la cabeza. Simón la miró, con expresión furiosa.

—No tienes que hacerlo, Clary, es un truco... —dijo.

—Un truco no —aseguró Jace—. Una prueba.

—Bueno, yo no sé tú, Simón —intervino Isabelle en un tono impaciente—, pero a mí me gustaría sacar a Clary de aquí.

—Como si tú fueras a besar a Alee —replicó él—, sólo porque la reina de la corte seelie te lo pidiera.

—Claro que lo haría. —Isabelle parecía molesta—. Si la otra opción fuese quedarme atrapada en la corte seelie para siempre. ¿A quién le importa, de todos modos? Es sólo un beso.

—Es cierto. —Era Jace. Clary le vio, por el rabillo del ojo, mientras iba hacia ella y le ponía una mano sobre el hombro para hacerla volverse de cara a él—. No es más que un beso —repitió el muchacho, y aunque el tono era áspero, las manos eran inexplicablemente delicadas.

Clary dejó que la moviera y alzó la mirada hacia él. Los ojos de Jace estaban muy oscuros, tal vez porque había poca luz en la corte, tal vez por otro motivo. Clary vio su reflejo en ambas pupilas dilatadas, una imagen diminuta de sí misma dentro de los ojos de Jace.

—Puedes cerrar los ojos y pensar en Inglaterra, si quieres —sugirió él.

—Nunca he estado en Inglaterra —repuso ella, pero bajó los párpados.

Sintió la húmeda pesadez de las propias ropas, frías y picantes contra la piel; el empalagoso aire dulce de la cueva, más frío aún, y el peso de las manos de Jace sobre los hombros, lo único que resultaba cálido. Y entonces él la besó.

Clary notó la caricia de sus labios, leve al principio, y luego los suyos se abrieron automáticamente bajo la presión. Casi contra su voluntad sintió que se tornaba dúctil, estirándose hacia arriba para rodearle el cuello con los brazos tal y como un girasol busca la luz. Los brazos de Jace se deslizaron a su alrededor, las manos anudándose en sus cabellos, y el beso dejó de ser delicado y se convirtió en fiero, todo en un único momento como la chispa convirtiéndose en llama. Clary oyó un sonido parecido a un suspiro extendiéndose raudo por la corte como una ola, en torno a ella. Pero no significó nada, se perdió en el violento discurrir de la sangre por sus venas, en la mareante sensación de ingravidez del cuerpo.

Las manos de Jace se apartaron de sus cabellos y le resbalaron por la espalda; sintió la fuerte presión de las palmas del muchacho contra los omoplatos... y a continuación él se apartó, soltándose con suavidad, retirando las manos de la joven de su cuello y retrocediendo. Por un momento, Clary pensó que iba a caer; sintió como si le hubiesen arrancado algo esencial, un brazo o una pierna, y se quedó mirando a Jace con confuso asombro; ¿qué sentía él?, ¿no sentía nada? No creía que pudiera soportar que él no sintiera nada.

Él le devolvió la mirada, y cuando la muchacha vio la expresión de su rostro, reconoció los ojos que había visto en Renwick, cuando él había contemplado cómo el Portal que le separaba de su hogar se rompía en mil pedazos. Él le sostuvo la mirada por una fracción de segundo, luego apartó los ojos de ella mientras los músculos de su garganta se movían. Tenía los puños pegados a los costados.

—¿Ha sido eso lo bastante bueno? —inquirió, volviendo la cabeza para mirar a la reina y a los cortesanos situados tras ella—. ¿Os ha divertido?

La reina tenía una mano sobre la boca, medio ocultando una sonrisa.

—Mucho —respondió—. Pero no creo que tanto como a vosotros dos.

[...]

 

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[...]

Clary se puso en pie. No podía mirarle a los ojos, así que fijó la mirada en la delgada cicatriz en forma de estrella del hombro derecho del muchacho, un recuerdo de alguna vieja herida. «Esta vida de cicatrices y matanzas —había dicho Hodge en una ocasión—. No formas parte de ella.»

—Jace —dijo—. ¿Por qué me haces esto?

—Porque me estás mintiendo. Y porque te estás mintiendo a ti misma.

Los ojos de Jace llameaban, y a pesar de que él tenía las manos metidas en los bolsillos, Clary pudo ver que apretaba los puños con fuerza.

Algo dentro de Clary se rompió, y las palabras salieron en tropel.

—¿Y qué quieres que te diga? ¿La verdad? ¡La verdad es que quiero a Simón como debería quererte a ti, y desearía que él fuese mi hermano y tú no lo fueses, pero no puedo hacer nada al respecto y tampoco puedes tú! ¿O es que tienes alguna idea, puesto que eres tan condenadamente listo?

Jace inspiró con fuerza, y Clary comprendió que él jamás había esperado que ella le dijera lo que acababa de decir, ni en un millón de años. La expresión del rostro de Jace lo dejaba bien claro.

Clary hizo un esfuerzo por recuperar la serenidad.

—Jace, lo siento, no era mi intención...

—No. No lo sientes. No lo sientas.

Avanzó hacia ella, casi tropezándose con sus propios pies; Jace, que jamás daba un traspié con nada, que jamás efectuaba un movimiento desgarbado. Las manos del joven se alzaron para sostenerle el rostro. Clary sintió la calidez de las yemas de los dedos, a milímetros de su piel; supo que debería apartarse, pero se quedó paralizada, con la mirada clavada en él.

—No lo comprendes —farfulló Jace, y la voz le tembló—, nunca he sentido algo así por nadie. No creía que pudiera. Pensaba... por el modo en que crecí... mi padre...

—Amar es destruir —repuso ella como aturdida—. Lo recuerdo bien.

—Pensaba que parte de mi corazón estaba roto —continuó él, y había una expresión en su rostro como si le sorprendiera oírse decir tales palabras, decir «mi corazón»—. Para siempre. Pero tú...

—Jace. No. —Alzó las manos y cubrió la mano del joven con la suya, doblando sus dedos dentro de los suyos—. No conduce a nada.

—Eso no es cierto. —Había desesperación en su voz—. Si los dos sentimos lo mismo...

—No importa lo que sintamos. No hay nada que podamos hacer. —Oyó su voz como si hablara una desconocida: distante, abatida—. ¿Adonde iríamos para estar juntos? ¿Cómo podríamos vivir?

—Podríamos mantenerlo en secreto.

—La gente lo descubriría. Y yo no quiero mentir a mi familia, ¿lo quieres tú?

La respuesta de Jace fue amarga.

—¿Qué familia? Los Lightwood me odian de todos modos.

—No, no es cierto. Y yo jamás podría decírselo a Luke. Y mi madre, y si despierta, ¿qué le diríamos? Esto, lo que queremos, resultaría inaceptable para todos aquellos que nos importan...

—¿Inaceptable? —Jace dejó caer las manos del rostro de Clary como si ella le hubiese apartado de un empujón; parecía anonadado—. Lo que sentimos... lo que yo siento... ¿te resulta inadmisible?

Ella contuvo la respiración ante la mirada en su rostro.

—A lo mejor —dijo en un susurro—. No lo sé.

—Entonces deberías haber dicho eso desde un principio.

—Jace...

Pero se había alejado de ella, con la expresión cerrada con llave igual que una puerta. Resultaba difícil creer que la hubiese mirado nunca de otro modo.

—Entonces, lamento haber dicho nada. —La voz era distante, formal—. No volveré a besarte. Puedes contar con eso.

[...]

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[...]

En el sueño, contemplaba agua reluciente, extendida bajo ella como un espejo interminable que reflejaba el cielo nocturno. Y como un espejo, era sólida y dura, y ella podía andar por encima. Anduvo, oliendo el aire nocturno, las hojas húmedas y el olor de la ciudad, que centelleaba a lo lejos como un castillo de hadas cubierto de luces; y por donde andaba, grietas en forma de telaraña se abrían a partir de sus pasos y astillas de cristal chapoteaban igual que agua.

El cielo empezó a brillar. Estaba iluminado por puntos llameantes, como cabezas de cerillas encendidas. Entonces cayeron, como una lluvia de carbones ardientes procedentes del cielo, y ella se encogió asustada, alzando los brazos. Uno cayó justo frente a ella, una hoguera precipitándose a toda velocidad, pero cuando golpeó el suelo se convirtió en un muchacho: era Jace, todo él oro llameante con sus ojos dorados y cabellos dorados; unas alas de oro blanco le brotaron de la espalda, más anchas y más densamente cubiertas de plumas que las de cualquier ave.

Él sonrió como un gato y señaló detrás de ella, y Clary volvió la cabeza y vio que un muchacho de cabellos oscuros —¿era Simón?—

estaba de pie allí, y también de su espalda se extendían unas alas con plumas negras como la medianoche, y cada pluma tenía sangre en la punta.

[...]

Pagina 197

[...]

El grito no emitió ningún sonido. Clary sintió que las rodillas se le doblaban y habría cañido al suelo si Jase no la hubiera estado sosteniendo.

-No mieres- le dijo él al oído-. Por el amor de Dios, no mieres.

Pero ella no podía evitar mirar la sangre que apelmazaba los cabello castaños de Simon,

[...]

—¿Qué le has hecho a Simón?

En ese instante, su voz clara y autoritaria sonó exactamente igual a su madre.

—Aún no ha muerto —dijo Raphael, en una voz monótona e impasible, y depositó a Simón en el suelo casi a los pies de Clary, con sorprendente delicadeza.

La muchacha había olvidado lo fuerte que debía de ser, pues poseía la fuerza inhumana de un vampiro, a pesar de su delgadez.

A la luz de las velas, que se derramaba a través de la entrada, Clary pudo ver que la camiseta de Simón tenía la parte delantera empapada de sangre.

—Has dicho que... —empezó.

—No está muerto —repitió Jace, sujetándola con más fuerza—. No está muerto.

[...]

—Simón —musitó, tocándole el rostro; las gafas habían desaparecido—. Simón, soy yo.

—No puede oírte —dijo Raphael—. Se está muriendo.

La cabeza de Clary se alzó de golpe.

—Pero has dicho...

—He dicho que no está muerto aún —respondió él—. Pero en unos pocos minutos, diez quizá, su corazón empezará a ir más despacio y se detendrá. Ya ha alcanzado un punto en el que ni ve ni oye nada.

[...]

—Tenemos que llevarle a un hospital... o llamar a Magnus.

—No pueden hacer nada por él —dijo Raphael—. No lo entendéis.

—No —intervino Jace, la voz suave como seda guarnecida de puntas afiladas como agujas—. No te entendemos. Y tal vez deberías explicarte. Porque de lo contrario voy a pensar que eres un delincuente chupasangre, y te arrancaré el corazón. Como debería haber hecho la última vez que nos encontramos.

Raphael le sonrió sin humor.

—Juraste no hacerme daño, cazador de sombras. ¿Lo has olvidado?

—Yo no lo hice —replicó Isabelle, [...]

.... En cualquier caso, entró un poco de mi sangre en su boca cuando lo hizo. Ya sabes que es el modo en que nos pasamos nuestros poderes unos a otros. A través de la sangre.

[...]

—¿Ahora qué? —preguntó Isabelle, con un duro deje en la voz—. ¿Ahora morirá?

—Y volverá a alzarse. Ahora será un vampiro.

El candelabro se inclinó al frente mientras los ojos de Isabelle se abrían de par en par por la impresión.

-¿Qué?

Jace atrapó la improvisada arma antes de que golpeara el suelo. Cuando se volvió hacia Raphael, sus ojos eran sombríos.

—Mientes.

—Aguarda y lo verás —respondió éste—. Morirá y volverá a alzarse como uno de los Hijos de la Noche. Eso es también por lo que he venido. Simón es uno de los míos ahora.

[...]

—¿No puede hacer nada? ¿Ningún modo de invertir el proceso? —exigió saber Isabelle, con el pánico tiñéndole la voz. [....]

—Le podríais cortar la cabeza y quemar su corazón en una hoguera, pero dudo que hagáis eso.

—¡No! —Los brazos de Clary se apretaron más alrededor de Simón—. No te atrevas a hacerle daño.

—Yo no tengo ninguna necesidad —repuso Raphael.

—No hablaba contigo. —Clary no alzó la mirada—. Ni siquiera lo pienses, Jace. Ni pensarlo.

Se hizo el silencio. Clary pudo oír la preocupada inhalación de Isabelle, y Raphael, por supuesto, no respiraba en absoluto. Jace vaciló un momento antes de decir:

—Clary, ¿qué querría Simón? ¿Es esto lo que querría para sí mismo? [...]

—¡Apártate de nosotros! —chilló de improviso, tan alto que vio a las distantes figuras que caminaban por la avenida frente a la catedral volverse y mirar a su espalda, como si las hubiese sobresaltado el ruido. [...]

—Clary, no pensarás... —comenzó.[...]

—¿... y ahora qué se supone que tenemos que hacer? —chilló Isabelle.

—Enterrarle —respondió Raphael.

El candelabro volvió a balancearse hacia arriba en la mano de Jace.

—Eso no tiene gracia.

—No pretendía que la tuviese —replicó el vampiro sin inmutarse—. Así es como somos creados. Se nos quita toda la sangre y se nos entierra. Cuando alguien se desentierra a sí mismo, es cuando nace un vampiro.

[...]

Pagina 218

—Clary, te estoy diciendo que él tomó sus propias decisiones. Por lo que tú te estás culpando es por ser lo que eres. Y eso no es culpa de nadie ni algo que puedas cambiar. Le contaste la verdad, y él decidió lo que quería hacer al respecto. Todo el mundo puede elegir en algún momento; nadie tiene derecho a quitarnos esas elecciones. Ni siquiera por amor.

—Pero es justamente eso —replicó Clary—. Cuando quieres a alguien, no tienes elección. —Pensó en el modo en que el corazón se le había encogido cuando Isabelle la había llamado para decirle que Jace había desaparecido. Había abandonado la casa sin pensárselo, sin un titubeo—. ELamor te arrebata la posibilidad de elegir.

—Es muchísimo mejor que la alternativa.

[...]

Pagina 295

Clary le miró fijamente. " Fui a dar un paseo", había dicho él.

Pero eso no significaba nada. Quizá realemnte hibiera ido a dar un paseo.

Sin embargo, ella tenía una sensación de náusea en el corazón

y en el estómago . " ¿ Sabes cua´l es el peor sentimiento que se puede experimentar?- había dicho Simon-. No confiar en la persona que amas más que a nada en el mundo".

[...]

Pagina 326

Clary presionó la tecla para volver a llamar a Simon, pero el teléfono pasó

directamente al buzón de voz. Lágrimas ardientes le cayeron por las mejillas y arrojó el teléfono al salpicadero

-Maldita sea, maldita sea...

-Casi estamos ahñi- dijo Luke.

[....]

-¿Qué significa eso ? ¿" Ahora los tengo a todos "?- preguntó Clary.

....

-Me temo que significa que ahora tiene a Simon y, será mejor que nos enfrentemos a ello, tembién a Maia. Significa que tiene todo lo que necesita para el Ritual de Conversión.

[....]

Pagina 367

[...]

—Encontrarás a Simón por mí —dijo ella—. Sé que lo harás.

—Clary... —Ella pudo ver el agua que les rodeaba reflejada en los ojos de Jace—. Puede que esté... quiero decir, puede ser que...

—No. —Su tono no dejaba lugar a la duda—. Estará bien. Tiene que estarlo.

Jace suspiró. Sus iris ondularon con agua azul oscuro... como si fuesen lágrimas, se dijo Clary, pero no eran lágrimas, sólo reflejos.

—Hay algo que quiero preguntarte —dijo él—. Temía preguntarlo antes. Pero ahora no temo a nada.

Cubrió la mejilla de Clary con la mano, la palma cálida sobre la piel fría, y ella descubrió que su propio miedo había desaparecido, tomo si él pudiera traspasarle el poder de la runa que impedía sentir miedo a través del tacto.

[...]

Pagina 391

[...]

—¿Crees que no he visto cómo os miráis? ¿El modo en que el pronuncia tu nombre? Quizá creas que yo no puedo sentir, pero eso no significa que no pueda ver sentimientos en otros. —El tono de Valentine era frío, cada palabra una astilla de hielo apuñalándole los oídos—. Supongo que sólo podemos culparnos a nosotros misinos, tu madre y yo; habiéndoos mantenido separados tanto tiempo jamas desarrollasteis la relación hacia el otro que habría sido más natural entre hermanos.

—No sé a qué te refieres. —A Clary le castañeaban los dientes.

—Creo que me explico perfectamente. —Se había apartado de la luz y su rostro era un estudio en sombras—. Vi a Jonathan después de que se enfrentara al demonio del miedo, ¿sabes? Se mostró a él bajo tu aspecto. Eso me dijo todo lo que necesitaba saber. El mayor miedo de Jonathan es el amor que siente por su hermana.

[...]

Pagina 430

`[...]

La Clave siempre sigue adelante —repuso Jace—. Eso es todo lo que sabe hacer. —Volvió el rostro hacia el horizonte—. El sol está saliendo.

Simón se quedó rígido. Por un momento, Clary le contempló con sorpresa y luego con espanto. Se volvió para seguir la mirada de Jace. Tenía razón; el horizonte oriental era una mancha de color rojo sangre que se extendía desde un disco dorado. Clary pudo ver el primer reborde del sol tiñendo el agua con sobrenaturales tonalidades de verde, escarlata y dorado.

—¡No! —musitó.

Jace la miró con sorpresa, y luego a Simón, que estaba sentado totalmente inmóvil, contemplando fijamente el sol que se alzaba igual que un ratón atrapado mirando a un gato. .....

—Tiene que haber algo —dijo a Simón.

No podía creer que en menos de cinco minutos hubiese pasado del alivio incrédulo al terror incrédulo.

—Podríamos taparte, tal vez, con nuestras ropas...

Simón seguía con la vista fija en el sol, lívido.

—Un montón de andrajos no servirá —contestó—. Raphael me lo explicó; hacen falta paredes para protegernos de la luz del sol. Penetra a través de la tela.

—Pero tiene que haber algo...

—Clary. —La joven pudo verle con claridad, en la luz gris que precede al amanecer. Simón le tendió las manos—. Ven aquí.

Se dejó caer junto a él, intentando cubrir tanto de su cuerpo como podía con el suyo propio. Sabía que era inútil. Cuando el sol le tocara, se convertiría en cenizas.

Permanecieron sentados durante un momento en total inmovilidad, abrazados. Clary podía sentir cómo ascendía y descendía el pecho de su amigo; lo hacía debido a la costumbre, se recordó, no por necesidad. Quizá ya no respiraba, pero todavía podía morir.

—No te dejaré morir —afirmó ella.

—No creo que tengas elección. —Clary notó que él sonreía—. No pensaba que pudiera volver a ver el sol otra vez —siguió él—. Supongo que me equivocaba.

—Simón...

....

—Te amo —dijo Simón—. Jamás he amado a nadie excepto a ti.

Hilos de oro surcaron el cielo rosado como vetas doradas en un mármol caro.

......

—¡Simón! —chilló Clary.

......

—Clary, mira. Mira.

—¡No!

Se llevó las manos a la cara a toda velocidad y notó el gusto

amargo del agua del suelo de la plataforma de la furgoneta en las

palmas. Era salado, como las lágrimas...

- No quiero mirar. No quiero...

-Clary

.....

- Mira.

Miró. Y oyó como su propia respiración le silbaba áspera en los pulmones al lanzar un grito ahogador. Simon estaba sentado muy

erguido en la parte trasera de la furgonesta, en una zona bañada por

la luz del sol, boquiabierto y contemplando con asombro.

....

No se había consumido ni convertido en cenizas, sino que permanecía sentado baho la luz solar, y la pálida piel de l rostro, de los brazos y de las manos estaba totalmente indemne.

Pagina 450

—Llevo días queriendo hablar contigo...

—Nunca lo habría dicho. —La voz de Jace era anormalmente aguda—. Siempre que te llamaba, Luke me decía que estabas enferma. Supuse que me estabas evitando. Otra vez.

—No era eso. —Le pareció que había un gran espacio vacío entre ellos, aunque el reservado no era tan grande y no estaban sentados tan separados—. Sí que quería hablar contigo. He estado pensando en ti todo el tiempo.

Él profirió un ruidito sorprendido y puso la mano sobre la mesa. Ella se la cogió, sintiendo que la invadía una oleada de alivio.

—Yo también he estado pensando en ti.

La mano del joven le resultaba cálida y reconfortante; Clary recordó cómo le había abrazado en Renwick, mientras él sostenía desconsolado el ensangrentado fragmento de Portal, que era todo lo que le quedaba de su antigua vida.

—Es verdad que estaba enferma —afirmó ella—. Lo juro. Casi me muero en el barco, ya lo sabes.

Él le soltó la mano, pero se la quedó mirando con fijeza, como si quisiera memorizar su rostro.

—Lo sé perfectamente —dijo—. Siempre que tú casi te mueres, yo casi me muero.

Esas palabras provocaron que el corazón de Clary le vibrara dentro del pecho como si se hubiese tragado una cucharada entera de cafeína pura.

—Jace, he venida a decirte que...

—Aguarda. Déjame hablar primero. —Alzó las manos como para contener las palabras de la muchacha—. Antes de que digas nada, quisiera disculparme.

—¿Disculparte? ¿Por qué?

—Por no escucharte. —Jace se echó los cabellos hacia atrás con ambas manos, y ella reparó en una pequeña cicatriz en el lado de la garganta, una diminuta línea plateada, que no había estado allí antes—. Tú no hacías más que decirme que no podía tener lo que quería de ti, y yo seguía insistiendo e insistiendo sin escucharte. Te quería a ti y no me importaba lo que dijera nadie. Ni siquiera tú.

A Clary se le quedó la boca seca, pero antes de que pudiese decir nada, Kaelie llegó a la mesa con los boniatos fritos de Jace y varios platos para Clary. Ésta se quedó mirando lo que había pedido. Un batido de leche verde, lo que parecía una hamburguesa de carne cruda y una bandeja de grillos bañados en chocolate. Tampoco le importaba; tenía un nudo demasiado grande en el estómago para pensar siquiera en comer.

—Jace —comenzó, en cuanto la camarera marchó—, no hii islc nada malo. Tú...

—No. Déjame terminar. —Jace contemplaba los boni.ilos lulo:. como si contuvieran los secretos del universo—. Clary, tengo que decirlo ahora o... o no lo diré. —Las palabras brotaron en tropel- : Pensaba que había perdido a mi familia. Y no me refiero a Valentine.

Me refiero a los Lightwood. Pensaba que habían terminado conmigo. Pensaba que no me quedaba nada en el mundo aparte de ti. Estaba. .. enloquecido por la sensación de pérdida y me desquité contigo y lo siento. Tenías razón.

—No. He sido una estúpida. He sido cruel contigo...

—Tenías todo el derecho a serlo.

Alzó los ojos para mirarla, y de repente, Clary recordó una vez, cuando tenía cuatro años, que estaba en la playa llorando porque se había levantado viento y le había derribado el castillo que había hecho. Su madre le había dicho que podía hacer otro si quería, pero eso no le había hecho parar de llorar porque había descubierto que lo que había pensado que era permanente no lo era, sino que estaba hecho de arena que se deshacía al contacto con el viento o el agua.

—Lo que dijiste era cierto— continuó Jace—. No vivimos ni amamos en un vacío. Hay personas que se preocupan por nosotros y que resultarían heridas, quizá destruidas, si nos permitiésemos sentir lo que pudiésemos querer sentir. Ser tan egoístas significaría... significaría ser como Valentine.

Pronunció el nombre de su padre con tal irrevocabilidad que Clary lo sintió como una puerta cerrándosele en la cara.

—A partir de ahora seré sólo tu hermano —concluyó él, mirándola con la esperanza de que se sentiría complacida. Clary quiso chillar que le estaba haciendo trizas el corazón y que parara—. Es lo que tú querías, ¿verdad?

Le llevó un largo rato responder, y cuando lo hizo, su propia voz le sonó como un eco que le llegaba de muy lejos.

—Sí —repuso, y fue como si las olas le llenaran los oídos, y agua salada le escociera los ojos—. Es lo que quería.

[...]

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