Revista Talentos

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Publicado el 14 julio 2017 por Aidadelpozo

Siento cierta pena por la gente que cree tener la razón absoluta en todo. Podrían exasperarme esta clase de personas, pues además de "listillas", son narcisistas y, por regla general, nocivas; pero no lo hacen y os confesaré el porqué.

Reconozco que tiempo atrás sí lograban sacarme de mis casillas, pero ahora lo que me transmiten es tristeza. Debe ser una pesada carga para cualquiera tener que luchar contra la realidad: que la razón tiene colores y gamas de tonalidades y que fluctúa y se mueve dentro del espectro de millones de individuos dueños de su verdad, sus motivos y sus razones, tan válidas y loables como las de cualquiera.

No ser tolerante, que su vida gire en torno a ellos exclusivamente, que no quieran progresar y aprender, que se pongan de uñas ante cualquiera que haga valer su verdad y que, pese a que digan empatizar con los demás, desconozcan el significado de esa palabra; debe suponer para este tipo de personas un desgaste mental y emocional importante.

Ahora que la privacidad es algo en desuso, que se airea y se publica en las redes sociales -entono el mea culpa porque al escribir novelas y ser dueña de TORMENTAS, suelo desnudar el alma frente a mis lectores- de igual modo que se sube una foto o se cuelga el enlace a una canción de YouTube; este tipo de individuos también se dedican a infravalorar al resto de la gente en un alarde de prepotencia y vanidad que, hasta ahora, me había sido imposible aceptar que existiera.

Lo bueno, si podemos sacar algo de esto y vemos el vaso medio lleno, es que quienes son un poquito psicólogos y poseen cierta intuición -aclaro, amigos lectores, que no me atribuyo un título académico que no poseo- , reconocen enseguida a este tipo de personas y se alejan de ellas con celeridad. Si hemos topado con individuos así en las redes, optamos por bloquearlos, que es lo que más les duele, ya que se alimentan de público para dar rienda suelta a su egocentrismo y vanidad. Y, sin espectadores, su escenario se tambalea y acaban con la careta en el suelo, una pataleta del quince y buscando nuevo público y renovado escenario. Algunos, incluso, crean en las redes un personaje nuevo y un avatar diferente y buscan nuevos seguidores a quienes embaucar con sus artes tóxicas. Pero enseguida vuelven a delatarse, pues sus formas son las mismas, sus armas no han cambiado y su sonrisa de jocker es la misma, esto es, igual perro con distinto collar.

La vanidad mata a quienes enarbolan la bandera de su verdad como única, buscan seguidores que se arrodillen y que se creen únicos. Hace poco conocí a varias personas así. Mi respuesta, pasar y la suya, atacar. Mi consiguiente reacción, bloquear-en las redes es lo que en la vida de piel se conoce como indiferencia- y que me diera un subidón de adrenalina impresionante al hacerlo.

Mi primer bloqueo tuitero me dolió porque fue a una persona que apreciaba y tras descubrir que no se creía nada de lo que me aconsejaba. Yo era inexperta en redes, no sabía de blogs y solo contaba con ganas e ilusión. Me enseñó a apreciar el jazz, la música clásica, que el arte está en nosotros mismos, a no tener miedo de decir que me siento escritora, a buscar mi propio estilo literario y a tirarme a piscinas sin comprobar previamente si estaban llenas. A echarle "güevos", hablando en plata. Eso siempre se lo agradeceré, pero no perdonaré que pusiera en mi boca palabras que nunca pronuncié ni que quisiera salvar su trasero a costa de exponer el mío.

Ese primer bloqueo tuitero fue doloroso porque llevaba unido una decepción. Hace semanas bloqueé a tres personas nocivas y narcisistas y no me tembló el pulso.

Si alguno de vosotros se ha topado en las redes sociales con personas así, les recomiendo que pulsen ese maravilloso botón de bloqueo. Es mucho más sencillo que cortar con alguien real y solo cuesta un "clic".

Vivid, amigos lectores, esa experiencia mística. Espero vuestros comentarios tras ese clic que casi, casi, oigo ya.

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