Como siempre, hoy la vi...

Radiante, feliz, bella, pletórica y sonriendo, como siempre. La suelo ver mientras recorro el trayecto entre la casa de mis padres y la gasolinera a donde siempre voy a repostar. Hoy iba vestida con unos pantalones rosados y una camiseta blanca, de manga corta. Empieza a notarse el calor por la Ciudad de los Adelantados.

Iba, como siempre, de las manos de su padre. Y, como siempre, ambos reían con sus gargantas, sus bocas, sus ojos y sus almas. Como siempre, iban en la misma dirección.

Su padre le hablaba feliz y ella, todavía más feliz que él, acompañaba sus palabras con naturales y vitalistas carcajadas. Les observé como siempre. Él con las arrugas del tiempo marcando su rostro. Ella con esa piel luminiscente, tersa y maravillosa que le regalan sus 11 o 12 años de vida.

Como siempre que les veo era por la tarde.

Desconozco de donde vienen. No sé para dónde van.

Desconozco sus nombres. No sé de qué hablan.

Desconozco el tacto de sus manos. No sé cómo viven.

Lo desconozco todo de ellos, pero, como siempre, les reconozco cuando les descubro por la acera.

Hoy la vi y, como siempre, su figura infantil, sentada sobre la silla de ruedas que empujan las manos de su padre, me removió los adentros y me regaló el mejor de los ejemplos.

Hoy la vi y, como siempre, su inmensa felicidad se convirtió en la más fresca y agradable caricia para mi mente, mi corazón y mi alma.

Hoy la vi y, como siempre, le rogué a los cielos que les sean propicios.

Hoy la vi y, como siempre, pedí perdón a los cielos por quejarme por tonterías.

Hoy los vi y, como siempre, recordé que hemos nacido para ser y hacer felices.

Hoy los vi y sólo espero poder crear risas tan mágicas como las suyas en quienes me rodean.

Hoy la vi y, como siempre, pensé: ojalá algún día pueda ser como ella.

Dedicado a todos los que viven con una silla de ruedas cerca y sonríen con ilusión, alegría y fuerza.