Revista Diario

Conversaciones con mi abuela

Publicado el 07 marzo 2011 por Julio
Como todos los domingos desde hace unos meses, Jorge se prepara para ir a comer con su abuela en la residencia donde ésta está viviendo.  Nunca había tenido una buena relación con ella, es más, nunca había tenido una relación, los problemas que su madre tuvo con ella cuando era joven hizo que él y sus hermanas perdieran todo contacto con esa parte de la familia, y él al ser el último, ni siquiera recuerda alguna visita a su casa.  Hace seis meses, decidió acompañar a su madre a visitar a esa abuela desconocida, más por curiosidad que por sentimientos, todas las historias oídas de esa horrible mujer no le despertaban el mínimo interés por conocer a la persona más vieja de su familia. Al verla  en esa primera cita casi ni la reconoció, era una anciana que le miraba desde el otro extremo de la habitación con unos ojos vacíos, no sintió ningún lazo con aquel ser humano que se esforzaba por parecer tranquilo, que se esforzaba por parecer agradable. Hubo dos tics involuntarios en su boca que demostraba que se estaba mordiendo la lengua, sus ojos se encendían a medida que su madre la iba contando cosas, en esa pequeña y extraña conversación, ya que solo hablaba su madre, pudo comprender el odio que mantenían encerrado esas dos mujeres, odio que tal vez no mostraban con total libertad por su presencia en la habitación. Extrañamente cordial, esa fue la sensación que se llevó de esa tarde, artificial e insustancial la conversación entre madre e hija, solo una cosa le retumbaba en su cabeza, una frase que dijo su abuela e hizo que su imaginación volase.

“Acuérdate María, en casa, al ser una casa cuartel no se podía decir ni ver, éramos como fantasmas asustados” No sabía que su bisabuelo hubiera sido policía, no sabía que el hermano de su abuela también lo fue, no sabía nada, y eso es lo que hizo que le despertara la curiosidad, en su familia se habían vivido esos dolorosos hechos que la dictadura trajo a éste país y nunca lo supo, lo tenía ahí, una ventana que se abría a la curiosidad. Desde aquél día, va todos los domingos a visitarla, él solo, cargado con un cuaderno en la mano y millones de preguntas en la cabeza.Hoy como todos los domingos entra por la puerta saludando familiarmente al guarda de seguridad, ya se ha hecho viejo conocido en esa pequeña comunidad, mientras recorre los largos pasillos piensa egoístamente que  ahora que la conoce mejor, desearía que su abuela viviera fuera de esas paredes, pero le viene muy bien que esté allí encerrada, le libera de responsabilidades más allá de sus pequeñas visitas. Al atravesar la puerta lo primero que ve es la cara sonriente de su abuela, esos ojos que hace meses encontró vacíos hoy, a su llegada se han llenado de vida, eso hace que se arrepienta de lo que ha pensado hace unos segundos. Con dos besos y una tímida sonrisa, ya que para él sigue siendo una desconocida se sienta en la cama y abre su cuaderno mirando de reojo a la señora, que sentada en la misma silla de siempre vestida con la misma falda negra de siempre, la misma blusa blanca de siempre, el mismo peinado de siempre y las mismas arrugas de siempre, entrelaza sus manos y con un pequeño nerviosismo mira a su nieto con fascinación, puede que sea porque es el único de toda la familia que aún le hace caso, puede que sea porque el aburrimiento no le deja otra cosa que hacer, puede que sea el final más triste para una persona. -Hijo, ¿por dónde íbamos? Ya no me acuerdo.-Justo me acababas de contar que tu padre dejó la casa cuartel y os vinisteis aquí, a vivir.

-Cierto, pues eso, a tu abuelo, bueno, tu bisabuelo, le dijeron que podía retirarse y lo hizo, pero como allí había mucha gente que le odiaba, nos vinimos a vivir aquí, es que no sabes lo que se hizo en aquel cuartel durante la República hijo, y bueno, durante la guerra, mira, yo era tan solo una niña y ya trabajaba limpiando la ropa y haciendo la comida a los soldados que paraban por allí. Cada día era algo diferente, la verdad que la guerra como tal nunca llegó a estar cerca, pero cuando acabó, llegó la victoria, y eso si que lo viví, el poder, el miedo de la gente que era mayor que en la guerra, solo decirte que hasta yo tenía miedo, por las noches no podía dormir, de día rezaba para que no pasara lo mismo que en el anterior, aunque, esas cosas no te las voy a contar. -Abuela, ¿Por qué dices que no me vas a contar lo que viviste en la casa cuartel?-Porque eso, no se cuenta, eso se olvida. Las entradas por la noche, los gritos, los desaparecidos, eso niño, no sabrías soportarlo, aunque ahora no lo darías importancia, porque ahora eso no pasa. Las caras de miedo, las miradas de la gente, los susurros, el silencio tras un incidente, eso era lo peor, cuando tenía que cruzar el pueblo tras una de las noches “movidas” y todo el mundo se quedaba mirándome, en silencio, mira, aún se me pone la carne de gallina. Esos años, mejor dicho, esas historias no son para contarlas, al menos así me enseñaron y si te digo la verdad creo que sigue siendo el miedo lo que no me deja contarlo.Para que lo entiendas, cuando llegamos aquí, que no está tan lejos de mi pueblo, había gente que se acordaba de tu bisabuelo, eso hizo que viviéramos más enclaustrados que en la casa cuartel, incluso un  día, los hijos de alguien que desapareció, bueno, dejémoslo ahí, le cogieron en el puente junto al colegio al que ahora va tu sobrina, y le dieron tal paliza que casi se queda muerto, nadie lo ayudó. Fue una época difícil, vivíamos en una bonita casa que ahora ya no existe, bueno, tú lo conoces como el restaurante “El Italiano”, ahí mismo teníamos la casa, yo era ya una jovencita, no fui al colegio, no estudié fuera por miedo la verdad, miedo que tenía mi propio padre a que la gente pagara conmigo lo que él hizo. Me acuerdo que me pasaba el día asomada a la ventana, mirando la calle, mirando la gente, mirando más allá, nunca me sentí atrapada, porque siempre fue mi rutina, pero sabía que algo más había por descubrir, aunque en aquella época todo era tristeza.Para que te hagas una mejor idea, yo a tu abuelo lo conocí con 19 años, era el hijo del panadero y siempre nos mirábamos a escondidas, en aquella época todo se hacía a escondidas, hasta que un día me invitó a dar un paseo, fue toda una osadía, pero él tenía la complicidad de su padre que de todo se dio cuenta. Ese día me fui a pasear con él, escondidos, más que pasear corrimos, sin decirnos nada, sin tocarnos, sin mirarnos, pero ese día supe que acabaría toda la vida con él y como bien sabes así fue. Lo que te quería contar es que esa misma tarde, al llegar a casa, mi padre estaba esperándome en la puerta y no sé quién se lo habría dicho, él siempre se enteraba de todo, nada más abrir la puerta, no lo vi venir, un bofetón que me rompió una muela, me la hizo añicos, pero no lloré, le miré con la misma cara de terror que otros antes lo habían mirado y el que lloró fue él. Aún eso, no pude casarme con tu padre hasta dos mese después de su muerte, viví recluida en esa oscura casa llena de odio y rencor muchos años. Tu madre dice que huyendo de él lo único que conseguí es convertirme en su vivo retrato, la verdad que ahora que lo pienso, puede que algo de razón tenga, no me he portado lo bien que debí portarme, pero nunca tuve las cosas fáciles, no sé, tu madre también tiene la lengua muy larga.
Ya pueden pasar al salón comedor, la comida será servida en breves instantes.
La delicada voz tras la puerta corta el ambiente que se había creado, la verdad que ella nunca había contado todo con tanto detalle sin que ella misma se diera cuenta. Jorge estaba satisfecho, escribía palabra por palabra en su cuaderno pero aún no sabía que iba a hacer con ello, no era escritor ni pretendía, simplemente era curiosidad por conocer algo más de él.-Niño, vamos a comer y apunta, para que el próximo domingo me recuerdes que te cuente cuando ya estaba con tu abuelo y vivíamos en la casa del nogal, lo que pasamos, recuérdame que te cuente que en esa casa, cuando nos tumbábamos en las camas nos corrían las cucarachas por la cara, porque aunque tuviera dos pisos, dormíamos todos en la misma habitación, recuérdamelo y te lo cuento, así luego tú se lo recuerdas a tu madre, que parece que ha olvidado lo mal que estábamos en esa época.Nieto y abuela caminan sin tocarse por un blanco pasillo, siguen hablando, pero ya solo se preguntan qué tendrán para comer hoy, ese es su único futuro, ahora el pasado está abriendo el camino, largo todavía para uno, final para otro, pero ambos juntan su mirada para entenderse mejor. 

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