Revista Diario

Cosas que he aprendido en los 4 años que llevo trabajando en Japón

Publicado el 23 febrero 2015 por Cads @CaDs

Me he dado cuenta de que nunca he contado gran cosa sobre mi trabajo y sobre la empresa en la que llevo trabajando desde que llegué a Tokio.

Puede que sea en parte porque me gusta mantener algunas cosas para mí y en parte porque tampoco es que lo que hago sea especialmente emocionante.
Pero bueno, a lo largo de los años sí que han ido sucediendo algunas cosas curiosas y que creo que pueden servir para hacerse una idea de cómo es trabajar en Japón.

Antes de continuar quiero dejar claro que lo que voy a escribir a continuación no es sino fruto de mi experiencia personal. No es una generalización en absoluto, si no conclusiones que he sacado yo solito y tienen que leerse como tal. Las experiencias de amigos que tengo trabajando aquí son completamente diferentes y seguramente sus conclusiones también lo sean.

No todas las empresas Japonesas tienen unas oficinas de la hostia

Recibí mi oferta trabajo estando aún en Madrid.
Había hecho un par de entrevistas por Skype y al cabo de unas semanas llegó una respuesta positiva, seguida de una oferta de trabajo que dio lugar a un montón de papeles y una serie de aventuras (y desventuras) que terminan a día de hoy conmigo escribiendo aquí.

El caso es que yo tenía la idea de que todas las empresas de tecnología japonesas tienen unas oficinas del copón de esas que pueden aparecer en revistas de diseño y tal. Así que mientras esperaba a que llegara la fecha para viajar a Tokyo y tras averiguar la dirección de la que sería mi oficina me puse a buscar en Google street view la que sería la zona por la que me iba a mover una vez llegado a Tokio.
Sabía que estaba cerca de la estación de Shibuya. Por aquel entonces mi imagen de Shibuya era algo así:

Cosas que he aprendido en los 4 años que llevo trabajando en Japón

Así que yo me imaginaba en un edificio de lujo con ventanales de cristal y con vistas al 109.
El caso es que buscando en el streetView no terminaba de encontrar ningún edificio chulo, nada similar a lo que tenía en mente.
La realidad terminó siendo algo parecido a esto:

Cosas que he aprendido en los 4 años que llevo trabajando en Japón

Me costó bastante encontrar el edificio donde estaría mi primera oficina. Porque más que un edificio de oficinas tenía más pinta de un bloque de viviendas que otra cosa.
Pero no, era un edificio de oficinas “low cost” por así decirlo.

El metro cuadrado en Tokio es extremadamente caro, y muchas startups o empresas modestas no pueden permitirse el lujo que supone unas oficinas espaciosas.
Yo diría que mi primera oficina no tendría más de 60 metros cuadrados. Y ahí estábamos 8 personas metidas, incluyendo portátiles y servidores.

Bienvenido a Tokio! donde el hacinamiento en el lugar de trabajo no es ni remotamente tan raro.
Nunca hice fotos del sitio porque no quería angustiar a mi madre, pero era canela fina.

Con el tiempo (y a raíz del terremoto de 2011) nos mudamos a otro edificio cercano donde sí teníamos algo más de espacio y donde habré pasado casi 3 años trabajando con diversos compañeros que han ido yendo y viniendo a lo largo del tiempo.
Lo que me lleva a mi siguiente punto.

Tokio está lleno de gente rara, pero que muy muy rara!

Ojo, yo el primero.
Ahí me planté en mi primer día de trabajo sin tener ni la menor idea de donde me metía, chapurreando a penas un par de konnichiwas y mas contento que nadie.
Supe que iba a ser un desastre a todas luces al par de horas de haber comenzado mi primer día. Bastaron un par de reuniones en perfecto japonés para darme cuenta que mis konnichiwas que había aprendido a medias en una academia de Madrid, no iban a ser suficientes.
Si bien es cierto que había un alemán en la empresa con el que me juntaron las primeras semanas y que me fue guiando a lo largo de las líneas de código.

Que hacían un español y un alemán en un piso de 60 metros cuadrados rodeado de ordenadores y japoneses?
Aaay si yo os contara.
Pero en general digamos que los extranjeros que vivimos en Japón somos un poco como los habitantes del país de las maravillas.

Estamos todos un poco locos.

Pero al poco uno se va acostumbrando a los diversos personajes con los que interactúas y terminas por no darte cuenta de que ahora tu eres otro comensal en esa enorme mesa para la merienda con poco sentido y sin aparente final.

Iban pasando los meses y a medida que los productos que íbamos sacando necesitaban de más gente, iban pasando por la oficina todo tipo de personajes (japoneses y gaijines a partes iguales) a cual más peculiar.

Así pues tenemos al que siempre estaba enfermo. Y cuando digo siempre significa eso SIEMPRE. Tal vez a lo largo de los años que compartimos oficina, hubo 2 días sin exagerar que el tío estuvo sano. Lo se porque tengo un excel guardado con las fechas anotadas.
Tenemos a otro que pesaba 40 kilos como mucho y que era mas májo que ni se.
“Kabuter” que se fue de un día para otro sin mirar atrás y se apellidaba Kabuto. Si se hubiera llamado Koji se hubiera convertido en mi héroe.
“Normaler” que era un tío normal y corriente, algo extremadamente difícil de encontrar.
Hubo un muchacho que aguantó una semana y se fué por algo relacionado con el estrés. Me dio penilla y además era un chaval majo. Se compró hasta un manual de español para poder hablar conmigo en los escasos ratos libres.

Han pasado franceses travestidos, punks marroquíes, poetas enrejados en programas informáticos, Japoneses con zapatillas en forma de osos… en fin, os hacéis una idea.

“Normal” es un termino relativo, tal vez algo más en Tokio, no lo se.

No es de extrañar que con tal crisol de personajes haya visto de todo en la oficina.
Desde el clásico que se corta las uñas en su escritorio, al que estornuda en surround (sin taparse of course). Aquel cuyos gargajos resonaban en los pasillos o el otro que, cuando salías a comer con el, se aseguraba por la fuerza de que nadie la quitara sus porciones de pan.

Como digo, al final del día tienes dos opciones, acostumbrarte a la “fauna”, o irte a buscar mejores costas.

Tu trabajo es importante, pero lo que haces no importa mucho

Mis primeros meses en Tokio me los pasé trabajando una media de 13 horas al día. Llegué justo en el momento de un release bastante tocho y entre apagar fuegos y preparar las versiones smartphone y keitai de uno de los productos pasaba mas horas delante de la pantalla que un tonto.
Nadie me dijo que fuera necesario, ojo. Hasta hoy nadie me ha exigido hacer horas extras en la empresa.
Simplemente la gente parecía pasarse las horas muertas en la oficina. Hubiera o no trabajo que hacer.
Imagino que el que nuestro jefe se quedara en la oficina (a veces leyendo literalmente el periódico) no ayudaba a que la gente se fuera a su casa a una hora razonable.
Tal vez eso de que irte a casa antes que tu jefe siga resonando como algo “no bueno” a nivel cultural o en cuanto a política de oficina.

Pero hubo un buen día (no recuerdo cual fue el detonante si es que lo hubo) en el que yo decidí irme un poco antes. Terminé las tareas del día y me fui a casa. Y no pasó absolutamente nada. A la mañana siguiente todo el mundo estaba en sus sitios habituales. Teníamos las listas de tareas de siempre y los mismos problemas rutinarios.

Yo me sentía como una especie de traidor o forajido porque había osado irme a casa antes que los demás e igual eso me iba a traer problemas.
Pero allí no se había agitado ni una sola mota de polvo.

Así que a ese día le siguieron varios y viendo la carencia de significado a eso de hacer horas por el mero hecho de hacerlas, eso de irme a casa temprano terminó convirtiéndose en la norma en lugar de la excepción.
Ojo, eso no quita que cuando tocaba quedarse hasta tarde tocaba.

El amanecer me ha pillado trabajando en Tokio muchas mas veces que en el resto de los países en los que he vivido, pero puedo decir que al menos en en mi caso, el mito ese de que en Tokio se trabajan muchas horas resultó ser falso.

Durante esas horas trabajadas de mi teclado han salido varias cosas. Así recordando a bote pronto me salen un par de aplicaciones hechas a pachas con compañeros, un par de APIS, unas cuantas librerías de código y no se cuantos prototipos. Dos de los cuales terminaron viendo la luz a modo de proyectos que hasta día de hoy y que yo sepa, siguen en producción.

Pero por este mismo camino ha habido muchos encargos “super importantes” que jamás vieron la luz y que a la larga demostraron no serlo tanto.

Me contaba Oskar que uno con el que el trabajaba hablaba de que el trabajo era como la lucha libre de la televisión. Que todo en realidad es falso.
Cuando tu jefe te presiona lo hace porque a el le presionan por arriba y el tiene que repartir esa presión entre los de abajo. Así que cuando tu jefe te presiona tu tienes que fingir que estas muy estresado y trabajando muy duro para satisfacer a tu jefe y que el pueda reportar a los de arriba que se está trabajando duro para sacar los resultados.
Pero que en realidad nada importa demasiado.

Yo no se hasta que punto esta afirmación sea cierta. El que contaba esto era un japonés y digo yo que el sabrá más de su cultura que yo, pero como también era un pieza y no era trigo limpio, pues no me fío.

Mi opinión es que es mejor tomarse el trabajo en serio y hacer las cosas lo mejor que puedas/sepas, pero a la vez no estresarse demasiado.
Al final, solo una pequeña porción de lo que hacemos realmente importa.

(continuará…)


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