Revista Diario

Costuras

Publicado el 11 febrero 2018 por Evamric2012

COSTURAS

Me muerdes el aliento en el lívido letargo de esta caricia que no escampa cuando entre tus manos y mi ombligo de mi piel haces arcilla.

Soy ese beso colgado en la nube de tu boca.

Deshaces cual sastre que viste sólo a mujeres elegantes mis deshilachados recuerdos mientras yo llego paulatinamente y te enhebro la boca a punto de cruz, y te rezo a besos un credo en el que tu pan es mi pan de cada día.

Ni demasiado joven para no recordarte, ni tan mayor para que me dejen de importar demasiadas cosas.

Con esa edad justa para que dejemos que nos maten las palabras que pronunciamos y que en tu lengua supuran, y que callemos ya, y me beses hasta que la boca nos separe, hasta que aprendas a hilvanar los harapos que visto, recosas a pespuntes, si bien torpes, la línea que cobija tu gemelo en mis puños revoltosos que te dan abrigo y te ahogan las yemas de los dedos.

No podría llevarme de ti más que esa piel que llora arrugas en tu nostalgia, la voz que bajo el eco enaltecido de un ayer susurra un viejo y recostado blues que resbala ya en nuestra piel como cualquier vetusto y desvencijado o desdentado recuerdo.

Demasiadas tierras incógnitas descubiertas para decidirme a elegir cuál de ellas me conquistó más sin ultraje alguno: presente, pasado o futuros; sólo piel, huellas, y bocas.

Soy poca cosa, y no poseo más de lo que he visto y he vivido.

Sólo soy mi impronta, mi cicatriz o mi huella en los cuerpos que me amaron, los poemas que escribí, trémula la carne y macilento resabio de limón en la cara oculta de una luna ebria.

Permanecemos tan solo en la semilla de quienes se aventuraron por nuestras entrañas, fruto de jazmines y almendros en flor bajo el esplendor de los cerezos.

Tras los cristales, un ajado brillo, el de la hojalata de los grandes rascacielos que nos corta y hace sangrar con su fino filo la memoria de determinadas cosas. Alcanzada esta edad justa en las que las saetas de nuestros tic tacs aúnan ataraxias en nuestros atolondrados nidos, suben y bajan por ascensores de vidrio y metal aquellas nubes disfrazadas de nefelibatas almas que un día ni tan lejano como hoy, somos tú y yo, locos que acompasan el aroma de la mandrágora y el esplendor de nuestros pasos que parpadean como rimas caducas en la umbría sobriedad de este invierno bajo todos los alfabetos que invento para ti ante la llama de este amanecer cautivo.

Se difumina ya cabizbajo en poemas rotos donde envejecen las ilusiones en deshilachados versos, tu yo y mi yo perdidos.

Enhebro con el hilo del querer en tus labios todos mis besos, y algún remolón te quiero.

Las luces intermitentes de tus pupilas me acorralan en deseos y bajo la enredadera de las aceras mis pasos arrastran resilencias de esa tierra incógnita en la que todos y cada uno de nuestros recíprocos versos sabían que acabaríamos creándonos un síndrome de abstinencia, sin promesas que de antemano fuesen pasados sin futuros, sin necesidad de vender la poca dignidad por la que defender aún nuestro escuálido instinto, porque tú y yo bien sabemos que nuestras alas no podrán a estas alturas volar de nuevo como antaño y cargar con más tristeza o más felicidad de las que precisan.


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