Revista Literatura

Crónica de un gato mudado

Publicado el 27 mayo 2016 por Eduardo Ferrón @eduardoferron

El domingo pasado hacía ya una semana que me mudé de casa, dejando cosas detrás que pronto tendría que resolver. Uno de esos pendientes eran mis gatos.

Esa noche decidí traer a Momo a la nueva casa. Eran pasadas de las doce, así que técnicamente ya estábamos en lunes. La idea de traerlo a la casa dio varias vueltas en mi cabeza, no me atrevía. Verás, mudar a un perro es cosa fácil. Mudar a un gato es demasiado complicado.

Hay quienes recomiendan todo un proceso para llevarlo a cabo. Es similar a cuando compras un pez y lo dejas dentro de la pecera en la misma bolsa y agua donde lo trajiste, para que la temperatura se iguale, pero multiplicado por veinte, porque aquí hay que:

1) Traerlo de último

2) Crear un entorno similar al que tenía en la casa anterior

3) Tenerlo encerrado en la nueva casa por dos semanas

4) Dejarlo salir gradualmente

5) Vigilarlo durante todo el proceso

A pesar de todos estos cuidados, corres el riesgo de que intente regresar a la casa anterior.

Traje a Momo y fue una pesadilla. Lo encerré en una habitación vacía el resto de la noche porque no dejaba de colgarse de los miriñaques intentando escapar. Para el martes ya estaba más tranquilo, así que traje a Botas, mi otra gatita.

Con ella fue peor. Aunque no se desesperó tanto, el llanto era insoportable, desquiciante. De verdad que hay que hacer caso cuando dicen que debes emplear un “transportador” (jaula).

Para el jueves ambos estaban más tranquilos, aunque no dejaban de quejarse y quejarse y quejarse. Me estaban volviendo loco, así que decidí no esperar las dos semanas y dejarlos salir de una buena vez.

Abrí la puerta del patio y ellos salieron tímidos al principio, pero valientes después. Se subieron aquí y allá, exploraron todos los rincones, pero cada vez que miraban hacia una pared o techo me ponían muy nervioso, así que decidí regresar al estudio a seguir trabajando.

Entonces ellos regresaron junto a mí y se acostaron a dormir en el suelo cerca de mi silla, junto a Bider y Bit (los perros).

Me he quedado pensando en ello, pues así somos nosotros también. Muchas veces queremos algo con desesperación y cuando lo obtenemos, lo ponemos a un lado y elegimos otra cosa.

“¿Y la libertad?”, preguntarás, “lo que ellos ansiaban era ser libres de nuevo”. Es posible, aunque en muchas ocasiones la libertad vive en una pequeña parte en nuestra imaginación.


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