Revista Literatura

Cuento: "Circe" de Julio Cortázar

Publicado el 23 marzo 2012 por Fesb2011 @visitantemalign

Hoy quiero compartir con ustedes un  cuento de Julio Cortázar: "Circe"



Circe
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And one kiss I hadof her mouth, as I took the apple from her hand. But while I bit it, my brainwhirled and my foot stumbled; and I felt my crashing fall through the tangledboughs beneath her feet, and saw the dead white faces that welcomed me in the pit.
Dante GabrielRossettiThe Orchard-Pit
Porque ya no ha de importarle,pero esa vez le dolió la coincidencia de los chismes entrecortados, la caraservil de Madre Celeste contándole a tía Bebé la incrédula desazón en el gestode su padre. Primero fue la de la casa de altos, su manera vacuna de girardespacio la cabeza, rumiando las palabras con delicia de bolo vegetal. Ytambién la chica de la farmacia -“no porque yo lo crea, pero si fuese verdad,¡qué horrible!”- y hasta don Emilio, siempre discreto como sus lápices y suslibretas de hule. Todos hablaban de Delia Mañara con un resto de pudor, nadaseguros de que pudiera ser así, pero en Mario se abría paso a puerta limpia unaire de rabia subiéndole a la cara. Odió de improviso a su familia con un ineficazestallido de independencia. No los había querido nunca, sólo la sangre y elmiedo a estar solo lo ataban a su madre y a los hermanos. Con los vecinos fuedirecto y brutal; a don Emilio lo puteó de arriba abajo la primera vez que serepitieron los comentarios. A la de la casa de altos le negó el saludo como sieso pudiera afligirla. Y cuando volvía del trabajo entraba ostensiblemente parasaludar a los Mañara y acercarse -a veces con caramelos o un libro- a lamuchacha que había matado a sus dos novios.Yo me acuerdo mal de Delia,pero era fina y rubia, demasiado lenta en sus gestos (yo tenía doce años, eltiempo y las cosas son lentas entonces) y usaba vestidos claros con faldas devuelo libre. Mario creyó un tiempo que la gracia de Delia y sus vestidosapoyaban el odio de la gente. Se lo dijo a Madre Celeste: "La odian porqueno es chusma como ustedes, como yo mismo", y ni parpadeó cuando su madrehizo ademán de cruzarle la cara con una toalla. Después de eso fue la rupturamanifiesta; lo dejaban solo, le lavaban la ropa como por favor, los domingos seiban a Palermo o de picnic sin siquiera avisarle. Entonces Mario se acercaba ala ventana de Delia y le tiraba una piedrita. A veces ella salía, a veces laescuchaba reírse adentro, un poco malvadamente y sin darle esperanzas.Vino la pelea Firpo-Dempsey yen cada casa se lloró y hubo indignaciones brutales, seguidas de una humilladamelancolía casi colonial. Los Mañara se mudaron a cuatro cuadras y eso hacemucho en Almagro, de manera que otros vecinos empezaron a tratar a Delia, lasfamilias de Victoria y Castro Barros se olvidaron del caso y Mario siguióviéndola dos veces por semana cuando volvía del banco. Era ya verano y Deliaquería salir a veces, iban juntos a las confiterías de Rivadavia o a sentarseen Plaza Once. Mario cumplió diecinueve años, Delia vio llegar sin fiestas-todavía estaba de negro- los veintidós.Los Mañara encontrabaninjustificado el luto por un novio, hasta Mario hubiera preferido un dolor sólopor dentro. Era penoso presenciar la sonrisa velada de Delia cuando se ponía elsombrero ante el espejo, tan rubia sobre el luto. Se dejaba adorar vagamentepor Mario y los Mañara, se dejaba pasear y comprar cosas, volver con la últimaluz y recibir los domingos por la tarde. A veces salía sola hasta el antiguobarrio, donde Héctor la había festejado. Madre Celeste la vio pasar una tarde ycerró con ostensible desprecio las persianas. Un gato seguía a Delia, no sesabía si era cariño o dominación, le andaban cerca sin que ella los mirara. Marionotó una vez que un perro se apartaba cuando Delia iba a acariciarlo. Ella lollamó (era en el Once, de tarde) y el perro vino manso, tal vez contento, hastasus dedos. La madre decía que Delia había jugado con arañas cuando chiquita.Todos se asombraban, hasta Mario que les tenía poco miedo. Y las mariposasvenían a su pelo -Mario vio dos en una sola tarde, en San Isidro-, pero Delialas ahuyentaba con un gesto liviano. Héctor le había regalado un conejo blanco,que murió pronto, antes que Héctor. Pero Héctor se tiró en Puerto Nuevo, undomingo de madrugada. Fue entonces cuando Mario oyó los primeros chismes. Lamuerte de Rolo Médicis no había interesado a nadie desde que medio mundo semuere de un síncope. Cuando Héctor se suicidó los vecinos vieron demasiadascoincidencias, en Mario renacía la cara servil de Madre Celeste contándole atía Bebé, la incrédula desazón en el gesto de su padre. Para colmo fractura delcráneo, porque Rolo cayó de una pieza al salir del zaguán de los Mañara, yaunque ya estaba muerto, el golpe brutal contra el escalón fue otro feodetalle. Delia se había quedado adentro, raro que no se despidieran en la mismapuerta, pero de todos modos estaba cerca de él y fue la primera en gritar. Encambio Héctor murió solo, en una noche de helada blanca, a las cinco horas dehaber salido de casa de Delia como todos los sábados.Yo me acuerdo mal de Mario,pero dicen que hacía linda pareja con Delia. Aunque ella estaba todavía con elluto por Héctor (nunca se puso luto por Rolo, vaya a saber el capricho),aceptaba la compañía de Mario para pasear por Almagro o ir al cine. Hasta eseentonces Mario se había sentido fuera de Delia, de su vida, hasta de la casa.Era siempre una "visita", y entre nosotros la palabra tiene unsentido exacto y divisorio. Cuando la tomaba del brazo para cruzar la calle, oal subir la escalera de la estación Medrano, miraba a veces su mano apretadacontra la seda negra del vestido de Delia. Medía ese blanco sobre negro, esadistancia. Pero Delia se acercaría cuando volviera al gris, a los claros sombrerospara el domingo de mañana.Ahora que los chismes no eranun artificio absoluto, lo miserable para Mario estaba en que anexaban episodiosindiferentes para darles un sentido. Mucha gente muere en Buenos Aires de ataquescardíacos o asfixia por inmersión. Muchos conejos languidecen y mueren en lascasas, en los patios. Muchos perros rehúyen o aceptan las caricias. Las pocaslíneas que Héctor dejó a su madre, los sollozos que la de la casa de altos dijohaber oído en el zaguán de los Mañara la noche en que murió Rolo (pero antesdel golpe), el rostro de Delia los primeros días... La gente pone tantainteligencia en esas cosas, y cómo de tantos nudos agregándose nace al final eltrozo de tapiz -Mario vería a veces el tapiz, con asco, con terror, cuando elinsomnio entraba en su piecita para ganarle la noche.“Perdóname mi muerte, esimposible que entiendas, pero perdóname, mamá.” Un papelito arrancado al bordede Crítica, apretado con una piedra al lado del saco que quedó como un mojónpara el primer marinero de la madrugada. Hasta esa noche había sido tan feliz,claro que lo habían visto raro las últimas semanas; no raro, mejor distraído,mirando el aire como si viera cosas. Igual que si tratara de escribir algo enel aire, descifrar un enigma. Todos los muchachos del café Rubí estaban deacuerdo. Mientras que Rolo no, le falló el corazón de golpe, Rolo era unmuchacho solo y tranquilo, con plata y un Chevrolet doble faetón, de manera quepocos lo habían confrontado en ese tiempo final. En los zaguanes las cosasresuenan tanto, la de la casa de altos sostuvo días y días que el llanto deRolo había sido como un alarido sofocado, un grito entre las manos que quierenahogarlo y lo van cortando en pedazos. Y casi enseguida el golpe atroz de lacabeza contra el escalón, la carrera de Delia clamando, el revuelo ya inútil.Sin darse cuenta, Mario juntabapedazos de episodios, se descubría urdiendo explicaciones paralelas al ataquede los vecinos. Nunca preguntó a Delia, esperaba vagamente algo de ella. Aveces pensaba si Delia sabría exactamente lo que se murmuraba. Hasta los Mañaraeran raros, con su manera de aludir a Rolo y a Héctor sin violencia, como siestuviesen de viaje. Delia callaba protegida por ese acuerdo precavido e incondicional.Cuando Mario se agregó, discreto como ellos, los tres cubrieron a Delia con unasombra fina y constante, casi transparente los martes o los jueves, máspalpable y solícita de sábado a lunes. Delia recobraba ahora una menudavivacidad episódica, un día tocó el piano, otra vez jugó al ludo; era más dulcecon Mario, lo hacía sentarse cerca de la ventana de la sala y le explicabaproyectos de costura o de bordado. Nunca le decía nada de los postres o losbombones, a Mario le extrañaba, pero lo atribuía a delicadeza, a miedo deaburrirlo. Los Mañara alababan los licores de Delia; una noche quisieronservirle una copita, pero Delia dijo con brusquedad que eran licores paramujeres y que había volcado casi todas las botellas. "A Héctor...",empezó plañidera su madre, y no dijo más por no apenar a Mario. Después sedieron cuenta de que a Mario no lo molestaba la evocación de los novios. Novolvieron a hablar de licores hasta que Delia recobró la animación y quisoprobar recetas nuevas. Mario se acordaba de esa tarde porque acababan deascenderlo, y lo primero que hizo fue comprarle bombones a Delia. Los Mañarapicoteaban pacientemente la galena del aparatito con teléfonos, y lo hicieronquedarse un rato en el comedor para que escuchara cantar a Rosita Quiroga.Luego él les dijo lo del ascenso, y que le traía bombones a Delia.-Hiciste mal en comprar eso,pero andá, lleváselos, está en la sala. -Y lo miraron salir y se miraron hastaque Mañara se sacó los teléfonos como si se quitara una corona de laurel, y laseñora suspiró desviando los ojos. De pronto los dos parecían desdichados,perdidos. Con un gesto turbio Mañara levantó la palanquita de la galena.Delia se quedó mirando la cajay no hizo mucho caso de los bombones, pero cuando estaba comiendo el segundo,de menta con una crestita de nuez, le dijo a Mario que sabía hacer bombones.Parecía excusarse por no haberle confiado antes tantas cosas, empezó adescribir con agilidad la manera de hacer los bombones, el relleno y los bañosde chocolate o moka. Su mejor receta eran unos bombones a la naranja rellenosde licor, con una aguja perforó uno de los que le traía Mario para mostrarlecómo se los manipulaba; Mario veía sus dedos demasiado blancos contra elbombón, mirándola explicar le parecía un cirujano pausando un delicado tiempoquirúrgico. El bombón como una menuda laucha entre los dedos de Delia, una cosadiminuta pero viva que la aguja laceraba. Mario sintió un raro malestar, unadulzura de abominable repugnancia. “Tire ese bombón”, hubiera querido decirle.“Tírelo lejos, no vaya a llevárselo a la boca, porque está vivo, es un ratónvivo.” Después le volvió la alegría del ascenso, oyó a Delia repetir la recetadel licor de té, del licor de rosa... Hundió los dedos en la caja y comió dos,tres bombones seguidos. Delia se sonreía como burlándose. Él se imaginabacosas, y fue temerosamente feliz. “El tercer novio”, pensó raramente. “Decirleasí: su tercer novio, pero vivo.”Ahora ya es más difícil hablarde esto, está mezclado con otras historias que uno agrega a base de olvidosmenores, de falsedades mínimas que tejen y tejen por detrás de los recuerdos;parece que él iba más seguido a lo de Mañara, la vuelta a la vida de Delia loceñía a sus gustos y a sus caprichos, hasta los Mañara le pidieron con algúnrecelo que alentara a Delia, y él compraba las sustancias para los licores, losfiltros y embudos que ella recibía con una grave satisfacción en la que Mariosospechaba un poco de amor, por lo menos algún olvido de los muertos.Los domingos se quedaba desobremesa con los suyos, y Madre Celeste se lo agradecía sin sonreír, perodándole lo mejor del postre y el café muy caliente. Por fin habían cesado loschismes, al menos no se hablaba de Delia en su presencia. Quién sabe si losbofetones al más chico de los Camiletti o el agrio encresparse frente a MadreCeleste entraban en eso; Mario llegó a creer que habían recapacitado, queabsolvían a Delia y hasta la consideraban de nuevo. Nunca habló de su casa enlo de Mañara, ni mencionó a su amiga en las sobremesas del domingo. Empezaba acreer posible esa doble vida a cuatro cuadras una de otra; la esquina deRivadavia y Castro Barros era el puente necesario y eficaz. Hasta tuvo esperanzade que el futuro acercara las casas, las gentes, sordo al paso incomprensibleque sentía -a veces, a solas- como íntimamente ajeno y oscuro.Otras gentes no iban a ver alos Mañara. Asombraba un poco esa ausencia de parientes o de amigos. Mario notenía necesidad de inventarse un toque especial de timbre, todos sabían que eraél. En diciembre, con un calor húmedo y dulce, Delia logró el licor de naranjaconcentrado, lo bebieron felices un atardecer de tormenta. Los Mañara noquisieron probarlo, seguros de que les haría mal. Delia no se ofendió, peroestaba como transfigurada mientras Mario sorbía apreciativo el dedalitovioláceo lleno de luz naranja, de olor quemante. "Me va a hacer morir decalor, pero está delicioso", dijo una o dos veces. Delia, que hablaba pococuando estaba contenta, observó: "Lo hice para vos". Los Mañara lamiraban como queriendo leerle la receta, la alquimia minuciosa de quince díasde trabajo.A Rolo le habían gustado loslicores de Delia, Mario lo supo por unas palabras de Mañara dichas al pasarcuando Delia no estaba: “Ella le hizo muchas bebidas. Pero Rolo tenía miedo porel corazón. El alcohol es malo para el corazón.” Tener un novio tan delicado,Mario comprendía ahora la liberación que asomaba en los gestos, en la manera detocar el piano de Delia. Estuvo por preguntarle a los Mañara qué le gustaba aHéctor, si también Delia le hacía licores o postres a Héctor. Pensó en losbombones que Delia volvía a ensayar y que se alineaban para secarse en unarepisa de la antecocina. Algo le decía a Mario que Delia iba a conseguir cosasmaravillosas con los bombones. Después de pedir muchas veces, obtuvo que ellale hiciera probar uno. Ya se iba cuando Delia le trajo una muestra blanca yliviana en un platito de alpaca. Mientras lo saboreaba -algo apenas amargo, conun asomo de menta y nuez moscada mezclándose raramente-, Delia tenía los ojosbajos y el aire modesto. Se negó a aceptar los elogios, no era más que unensayo y aún estaba lejos de lo que se proponía. Pero a la visita siguiente-también de noche, ya en la sombra de la despedida junto al piano- le permitióprobar otro ensayo. Había que cerrar los ojos para adivinar el sabor, y Marioobediente cerró los ojos y adivinó un sabor a mandarina, levísimo, viniendodesde lo más hondo del chocolate. Sus dientes desmenuzaban trocitos crocantes,no alcanzó a sentir su sabor y era sólo la sensación agradable de encontrar unapoyo entre esa pulpa dulce y esquiva.Delia estaba contenta delresultado, dijo a Mario que su descripción del sabor se acercaba a lo que habíaesperado. Todavía faltaban ensayos, había cosas sutiles por equilibrar. LosMañara le dijeron a Mario que Delia no había vuelto a sentarse al piano, que sepasaba las horas preparando los licores, los bombones. No lo decían conreproche, pero tampoco estaban contentos; Mario adivinó que los gastos de Delialos afligían. Entonces pidió a Delia en secreto una lista de las esencias ysustancias necesarias. Ella hizo algo que nunca antes, le pasó los brazos porel cuello y lo besó en la mejilla. Su boca olía despacito a menta. Mario cerrólos ojos llevado por la necesidad de sentir el perfume y el sabor desde debajode los párpados. Y el beso volvió, más duro y quejándose.No supo si le había devuelto elbeso, tal vez se quedó quieto y pasivo, catador de Delia en la penumbra de lasala. Ella tocó el piano, como casi nunca ahora, y le pidió que volviera alotro día. Nunca habían hablado con esa voz, nunca se habían callado así. LosMañara sospecharon algo, porque vinieron agitando los periódicos y con noticiasde un aviador perdido en el Atlántico. Eran días en que muchos aviadores sequedaban a mitad del Atlántico. Alguien encendió la luz y Delia se apartóenojada del piano, a Mario le pareció un instante que su gesto ante la luz teníaalgo de la fuga enceguecida del ciempiés, una loca carrera por las paredes.Abría y cerraba las manos, en el vano de la puerta, y después volvió comoavergonzada, mirando de reojo a los Mañara; los miraba de reojo y se sonreía.Sin sorpresa, casi como unaconfirmación, midió Mario esa noche la fragilidad de la paz de Delia, el pesopersistente de la doble muerte. Rolo, vaya y pase; Héctor era ya el desborde,el trizado que desnuda un espejo. De Delia quedaban las manías delicadas, lamanipulación de esencias y animales, su contacto con cosas simples y oscuras,la cercanía de las mariposas y los gatos, el aura de su respiración a medias enla muerte. Se prometió una caridad sin límites, una cura de años enhabitaciones claras y parques alejados del recuerdo; tal vez sin casarse conDelia, simplemente prolongando este amor tranquilo hasta que ella no viese másuna tercera muerte andando a su lado, otro novio, el que sigue para morir.Creyó que los Mañara iban aalegrarse cuando él empezara a traerle los extractos a Delia; en cambio seenfurruñaron y se replegaron hoscos, sin comentarios, aunque terminabantransando y yéndose, sobre todo cuando venía la hora de las pruebas, siempre enla sala y casi de noche, y había que cerrar los ojos y definir -con cuántasvacilaciones a veces por la sutilidad de la materia- el sabor de un trocito depulpa nueva, pequeño milagro en el plato de alpaca.A cambio de esas atenciones,Mario obtenía de Delia una promesa de ir juntos al cine o pasear por Palermo.En los Mañara advertía gratitud y complicidad cada vez que venía a buscarla elsábado de tarde o la mañana del domingo. Como si prefiriesen quedarse solos enla casa para oír radio o jugar a las cartas. Pero también sospechó unarepugnancia de Delia a irse de la casa cuando quedaban los viejos. Aunque noestaba triste junto a Mario, las pocas veces que salieron con los Mañara sealegró más, entonces se divertía de veras en la Exposición Rural, queríapastillas y aceptaba juguetes que a la vuelta miraba con fijeza, estudiándoloshasta cansarse. El aire puro le hacía bien, Mario le vio una tez más clara y unandar decidido. Lástima esa vuelta vespertina al laboratorio, elensimismamiento interminable con la balanza o las tenacillas. Ahora losbombones la absorbían al punto de dejar los licores; ahora pocas veces daba aprobar sus hallazgos. A los Mañara nunca; Mario sospechaba sin razones que losMañara hubieran rehusado probar sabores nuevos; preferían los caramelos comunesy si Delia dejaba una caja sobre la mesa, sin invitarlos pero comoinvitándolos, ellos escogían las formas simples, las de antes, y hasta cortabanlos bombones para examinar el relleno. A Mario lo divertía el sordo descontentode Delia junto al piano, su aire falsamente distraído. Guardaba para él las novedades,a último momento venía de la cocina con el platito de alpaca; una vez se hizotarde tocando el piano y Delia dejó que la acompañara hasta la cocina parabuscar unos bombones nuevos. Cuando encendió la luz, Mario vio el gato dormidoen su rincón y las cucarachas que huían por las baldosas. Se acordó de lacocina de su casa, Madre Celeste desparramando polvo amarillo en los zócalos.Aquella noche los bombones tenían gusto a moka y un dejo raramente salado (enlo más lejano del sabor), como si al final del gusto se escondiera una lágrima;era idiota pensar en eso, en el resto de las lágrimas caídas la noche de Roloen el zaguán.-El pez de color está tantriste -dijo Delia, mostrándole el bocal con piedritas y falsas vegetaciones.Un pececillo rosa translúcido dormitaba con un acompasado movimiento de laboca. Su ojo frío miraba a Mario como una perla viva. Mario pensó en el ojosalado como una lágrima que resbalaría entre los dientes al mascarlo.-Hay que renovarle más seguidoel agua -propuso.-Es inútil, está viejo yenfermo. Mañana se va a morir.A él le sonó el anuncio como unretorno a lo peor, a la Delia atormentada del luto y los primeros tiempos.Todavía tan cerca de aquello, del peldaño y el muelle, con fotos de Héctorapareciendo de golpe entre los pares de medias o las enaguas de verano. Y unaflor seca -del velorio de Rolo- sujeta sobre una estampa en la hoja del ropero.Antes de irse le pidió que secasara con él en el otoño. Delia no dijo nada, se puso a mirar el suelo como sibuscara una hormiga en la sala. Nunca habían hablado de eso. Delia parecíaquerer habituarse y pensar antes de contestarle. Después lo miróbrillantemente, irguiéndose de golpe. Estaba hermosa, le temblaba un poco laboca. Hizo un gesto como para abrir una puertecita en el aire, un ademán casimágico.-Entonces sos mi novio -dijo-.Qué distinto me parecés, qué cambiado.Madre Celeste oyó sin hablar lanoticia, puso a un lado la plancha y en todo el día no se movió de su cuarto,adonde entraban de a uno los hermanos para salir con caras largas y vasitos deHesperidina. Mario se fue a ver fútbol y por la noche llevó rosas a Delia. LosMañara lo esperaban en la sala, lo abrazaron y le dijeron cosas, hubo quedestapar una botella de oporto y comer masas. Ahora el tratamiento era íntimo ya la vez más lejano. Perdían la simplicidad de amigos para mirarse con los ojosdel pariente, del que lo sabe todo desde la primera infancia. Mario besó aDelia, besó a mamá Mañara y al abrazar fuerte a su futuro suegro hubieraquerido decirle que confiaran en él, nuevo soporte del hogar, pero no le veníanlas palabras. Se notaba que también los Mañara hubieran querido decirle algo yno se animaban. Agitando los periódicos volvieron a su cuarto y Mario se quedócon Delia y el piano, con Delia y la llamada de amor indio.Una o dos veces, durante esassemanas de noviazgo, estuvo a un paso de citar a papá Mañara fuera de la casapara hablarle de los anónimos. Después lo creyó inútilmente cruel porque nadapodía hacerse contra esos miserables que lo hostigaban. El peor vino un sábadoa mediodía en un sobre azul, Mario se quedó mirando la fotografía de Héctor enÚltima Hora y los párrafos subrayados con tinta azul. "Sólo una hondadesesperación pudo arrastrarlo al suicidio, según declaraciones de losfamiliares". Pensó raramente que los familiares de Héctor no habíanaparecido más por lo de Mañara. Quizá fueron alguna vez en los primeros días.Se acordaba ahora del pez de color, los Mañara habían dicho que era regalo dela madre de Héctor. Pez de color muerto el día anunciado por Delia. Sólo unahonda desesperación pudo arrastrarlo. Quemó el sobre, el recorte, hizo unrecuento de sospechosos y se propuso franquearse con Delia, salvarla en símismo de los hilos de baba, del rezumar intolerable de esos rumores. A loscinco días (no había hablado con Delia ni con los Mañara), vino el segundo. Enla cartulina celeste había primero una estrellita (no se sabía por qué) ydespués: "Yo que usted tendría cuidado con el escalón de la cancel".Del sobre salió un perfume vago a jabón de almendra. Mario pensó si la de lacasa de altos usaría jabón de almendra, hasta tuvo el torpe valor de revisar lacómoda de Madre Celeste y de su hermana. También quemó este anónimo, tampoco ledijo nada a Delia. Era en diciembre, con el calor de esos diciembres delveintitantos, ahora iba después de cenar a lo de Delia y hablaban paseándosepor el jardincito de atrás o dando vuelta a la manzana. Con el calor comíanmenos bombones, no que Delia renunciara a sus ensayos, pero traía pocasmuestras a la sala, prefería guardarlos en cajas antiguas, protegidos enmoldecitos, con un fino césped de papel verde claro por encima. Mario la notóinquieta, como alerta. A veces miraba hacia atrás en las esquinas, y la nocheque hizo un gesto de rechazo al llegar al buzón de Medrano y Rivadavia, Mariocomprendió que también a ella la estaban torturando desde lejos; que compartíansin decirlo un mismo hostigamiento.Se encontró con papá Mañara enel Munich de Cangallo y Pueyrredón, lo colmó de cerveza y papas fritas sinarrancarlo de una vigilante modorra, como si desconfiara de la cita. Mario ledijo riendo que no iba a pedirle plata, sin rodeos le habló de los anónimos, lanerviosidad de Delia, el buzón de Medrano y Rivadavia.-Ya sé que apenas nos casemosse acabarán estas infamias. Pero necesito que ustedes me ayuden, que laprotejan. Una cosa así puede hacerle daño. Es tan delicada, tan sensible.-Vos querés decir que se puedevolver loca, ¿no es cierto?-Bueno, no es eso. Pero sirecibe anónimos como yo y se los calla, y eso se va juntando...-Vos no la conocés a Delia. Losanónimos se los pasa... quiero decir que no le hacen mella. Es más dura de loque te pensás.-Pero mire que está comosobresaltada, que algo la trabaja -atinó a decir indefenso Mario.-No es por eso, sabés. -Bebíasu cerveza como para que le tapara la voz. -Antes fue igual, yo la conozcobien.-¿Antes de qué?-Antes de que se le murieran,zonzo. Pagá que estoy apurado.Quiso protestar, pero papáMañara estaba ya andando hacia la puerta. Le hizo un gesto vago de despedida yse fue para el Once con la cabeza gacha. Mario no se animó a seguirlo, nisiquiera pensar mucho lo que acababa de oír. Ahora estaba otra vez solo como alprincipio, frente a Madre Celeste, la de la casa de altos y los Mañara. Hastalos Mañara.Delia sospechaba algo porque lorecibió distinta, casi parlanchina y sonsacadora. Tal vez los Mañara habíanhablado del encuentro en el Munich. Mario esperó que tocara el tema paraayudarla a salir de ese silencio, pero ella prefería Rose Marie y un poco deSchumann, los tangos de Pacho con un compás cortado y entrador, hasta que losMañara llegaron con galletitas y málaga y encendieron todas las luces. Se hablóde Pola Negri, de un crimen en Liniers, del eclipse parcial y la descomposturadel gato. Delia creía que el gato estaba empachado de pelos y apoyaba un tratamientode aceite de castor. Los Mañara le daban la razón sin opinar, pero no parecíanconvencidos. Se acordaron de un veterinario amigo, de unas hojas amargas.Optaban por dejarlo solo en el jardincito, que él mismo eligiera los pastoscurativos. Pero Delia dijo que el gato se moriría; tal vez el aceite leprolongara la vida un poco más. Oyeron a un diariero en la esquina y los Mañaracorrieron juntos a comprar Última Hora. A una muda consulta de Delia fue Marioa apagar las luces de la sala. Quedó la lámpara en la mesa del rincón,manchando de amarillo viejo la carpeta de bordados futuristas. En torno delpiano había una luz velada.Mario preguntó por la ropa deDelia, si trabajaba en su ajuar, si marzo era mejor que mayo para elcasamiento. Esperaba un instante de valor para mencionar los anónimos, un restode miedo a equivocarse lo detenía cada vez. Delia estaba junto a él en el sofáverde oscuro, su ropa celeste la recortaba débilmente en la penumbra. Una vezque quiso besarla, la sintió contraerse poco a poco.-Mamá va a volver a despedirse.Esperá que se vayan a la cama...Afuera se oía a los Mañara, elcrujir del diario, su diálogo continuo. No tenían sueño esa noche, las once ymedia y seguían charlando. Delia volvió al piano, como obstinándose tocabalargos valses criollos con da capo al fine una vez y otra, escalas y adornos unpoco cursis, pero que a Mario le encantaban, y siguió en el piano hasta que losMañara vinieron a decirles buenas noches, y que no se quedaran mucho rato,ahora que él era de la familia tenía que velar más que nunca por Delia y cuidarque no trasnochara. Cuando se fueron, como a disgusto, pero rendidos de sueño,el calor entraba a bocanadas por la puerta del zaguán y la ventana de la sala.Mario quiso un vaso de agua fresca y fue a la cocina, aunque Delia queríaservírselo y se molestó un poco. Cuando estuvo de vuelta vio a Delia en laventana, mirando la calle vacía por donde antes en noches iguales se iban Roloy Héctor. Algo de luna se acostaba ya en el piso cerca de Delia, en el plato dealpaca que Delia guardaba en la mano como otra pequeña luna. No había queridopedirle a Mario que probara delante de los Mañara, él tenía que comprender cómola cansaban los reproches de los Mañara, siempre encontraban que era abusar dela bondad de Mario pedirle que probara los nuevos bombones -claro que si no teníaganas, pero nadie le merecía más confianza, los Mañara eran incapaces deapreciar un sabor distinto. Le ofrecía el bombón como suplicando, pero Mariocomprendió el deseo que poblaba su voz, ahora lo abarcaba con una claridad queno venía de la luna, ni siquiera de Delia. Puso el vaso de agua sobre el piano(no había bebido en la cocina) y sostuvo con dos dedos el bombón, con Delia asu lado esperando el veredicto, anhelosa la respiración, como si tododependiera de eso, sin hablar pero urgiéndolo con el gesto, los ojos crecidos-o era la sombra de la sala-, oscilando apenas el cuerpo al jadear, porqueahora era casi un jadeo cuando Mario acercó el bombón a la boca, iba a morder,bajaba la mano y Delia gemía como si en medio de un placer infinito se sintierade pronto frustrada. Con la mano libre apretó apenas los flancos del bombón,pero no lo miraba, tenía los ojos en Delia y la cara de yeso, un pierrotrepugnante en la penumbra. Los dedos se separaban, dividiendo el bombón. Laluna cayó de plano en la masa blanquecina de la cucaracha, el cuerpo desnudo desu revestimiento coriáceo, y alrededor, mezclados con la menta y el mazapán,los trocitos de patas y alas, el polvillo del caparacho triturado.Cuando le tiró los pedazos a lacara, Delia se tapó los ojos y empezó a sollozar, jadeando en un hipo que laahogaba, cada vez más agudo el llanto, como la noche de Rolo; entonces losdedos de Mario se cerraron en su garganta como para protegerla de ese horrorque le subía del pecho, un borborigmo de lloro y quejido, con risas quebradaspor retorcimientos, pero él quería solamente que se callara y apretaba para quesolamente se callara; la de la casa de altos estaría ya escuchando con miedo ydelicia, de modo que había que callarla a toda costa. A su espalda, desde lacocina donde había encontrado al gato con las astillas clavadas en los ojos,todavía arrastrándose para morir dentro de la casa, oía la respiración de losMañara levantados, escondiéndose en el comedor para espiarlos, estaba seguro deque los Mañara habían oído y estaban ahí contra la puerta, en la sombra delcomedor, oyendo cómo él hacía callar a Delia. Aflojó el apretón y la dejóresbalar hasta el sofá, convulsa y negra, pero viva. Oía jadear a los Mañara,le dieron lástima por tantas cosas, por Delia misma, por dejársela otra vez yviva. Igual que Héctor y Rolo, se iba y se las dejaba. Tuvo mucha lástima delos Mañara, que habían estado ahí agazapados y esperando que él -por finalguno- hiciera callar a Delia que lloraba, hiciera cesar por fin el llanto deDelia.

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