Revista Diario

Cuestión de protocolo

Publicado el 05 agosto 2010 por Mamaenalemania
Es difícil hacer amigos alemanes en Alemania, ya lo he dicho varias veces.
Por supuesto que las circunstancias influyen mucho: no es lo mismo estar de Erasmus que trabajando, no es lo mismo una empresa grande que una pequeña, no es lo mismo una ciudad grande que una aburrida (como una ciudad-balneario) o un mierdapueblo, no es lo mismo estar soltera que tener niños, ni tener niños mayores que tener bebés…
En cualquier caso no es nada fácil, sobre todo porque las normas alemanas no escritas sobre lo que está bien o mal en lo que a acercamiento humano se refiere, no tienen nada que ver con las españolas.
Mi marido considera que yo voy por el buen camino, ya que tengo 2 amigas alemanas en el mierdapueblo. ¿2 amigas en 2 años y 2 meses que llevamos aquí y le parece que voy por buen camino? Sin comentarios.
Yo, además, no las considero mis amigas. Para mí, que alguien sea mi amigo (aunque no íntimo) es otra cosa.
Esas 2 amigas alemanas (o más bien a la alemana) son, por supuesto, Rabenmütter. Malas madres y peores mujeres: trabajan (las dos a media jornada), han salido más de una vez a cenar sin sus hijos, se quejan de la falta de sueño, obligan a sus maridos a colaborar en las tareas de la casa y a implicarse en la educación de los niños, no saben hacer tarta de manzana ni hornean su propio pan por las mañanas… Encarnaciones demoníacas terribles, vamos.
Como aquí las Rabenmütter hemos desarrollado una especie de radar para detectarnos (la soledad es lo que tiene), en los dos casos ha sido vernos y reconocernos.
El primer acercamiento, para tantear. Sí, una Rabenmutter ¡chachi! Cruces de palabras mañaneros en la puerta de la guardería, a ver cuándo nos tomamos algo… lo típico cuando conoces a alguien en este tipo de situaciones ¿no?
Para nada.
En España (o con españolas), en esta misma situación habríamos tardado una semana en organizar una cena. En el mierdapueblo (y similares), después de 2 años (¡2 años!) hoy, por fin, se ha dado El Paso: tomarnos un café.
A principios de semana me llamó la “amiga” en cuestión para invitarme a un capuccino así espontáneo en su casa HOY (espontáneo en alemán: con una semana de antelación se hace un hueco en la agenda).
El café lo podríamos haber lamido del reluciente suelo que, me consta, ha limpiado expresamente para mí: Una mujer con 2 niños pequeños que trabaja y no tiene ayuda, no tiene la casa lista todos los días para el fotógrafo del CountryLife ni de coña. No la tengo yo y no trabajo y viene una chica 2 días a la semana a limpiar, así que no espero que la tenga así nadie.
A todos nos gusta que la gente se moleste hasta cierto punto por nosotros, por supuesto que sí. Pero ese tipo de detalles, más que crear un ambiente distendido, formalizan todo mucho más: ¿dónde queda la espontaneidad de verdad, tan característica de una relación de amiga, si no puede tropezarse con un par de legos al entrar o verte suspirar mientras te resignas al reguero de migas que está dejando tu hijo con su 4ª galleta? ¿No es eso lo normal cuando tienes niños? ¿No es así como realmente está tu casa todos los días? ¿Ahora sólo la puedo invitar yo espontáneamente el día que haya venido la chica, para que no se asuste al ver que mi casa está igual que la suya cuando no voy?
Aún así, no es plan de ponerse exigente por estos lares y la verdad es que la mujer es simpática y mala madre, así que, aceptando pulpo como animal de compañía, me dispongo a intentar disfrutar de una conversación de adultas con sordera selectiva (pumpum ñiiiiiiiii pumpum crash de fondo, ya sabéis).
Ya que a mí me falta uno de los requisitos indispensables de las Rabenmütter-tipo (trabajar), lo primero es la contraseña “¿qué tal tu vida de ama de casa (Hausfrau)?”… “Pues harta, la verdad” y, ábrete sésamo, ya eres de las suyas.
Como llevaba ya bastante tiempo sin entablar amistades autóctonas por mi cuenta, se me habían olvidado las pautas discursivas protocolarias alemanas: nada más terminar de despotricar sobre la situación de las mujeres en este país (en especial por esta zona), me encuentro con el probable guión para la segunda parte de El Desencanto: Esta mujer me ha hecho una radiografía familiar, con especial hincapié en y todo lujo de detalles sobre los trapos más sucios, que me ha dejado anonadada. No porque tengan trapos sucios, no, que de eso hay en todas las familias, sino por la facilidad y la naturalidad con la que te cuentan aquí por qué, cuándo y cómo se ha dejado de hablar con su hermano o su hermano con su padre o su padre con su primo, o cuántos golpes de cinturón se llevaba su padre de su abuela cuando era pequeño, o que no quiere a su madre, o que su hermanastro es alcohólico.
Sin embargo y aun teniendo información suficiente como para intuir los traumas freudianos de sus primos segundos, es demasiado pronto (según el protocolo) para preguntar qué método anticonceptivo le parece mejor, qué se toma para el dolor de regla, si ha tenido hemorroides después del parto o si le resulta guapo Brad Pitt.
Para mí, el mundo al revés o yo es que soy rara y me siento más cómoda hablando de temas más universales y menos comprometidos (aunque no lo parezcan) con una desconocida. ¿Qué es más íntimo: la marca de la píldora que tomas o las infidelidades de tu padre? ¿Y qué es más personal?
Y así no es de extrañar que, en este país, la consistencia de la salsa del pollo genere debates apasionantes (zzzz) durante la comida, mientras que el anuncio de tu embarazo se quede al nivel de un “pásame la sal, bitte.”
Me corté el pelo en Madrid, muy corto (nada nuevo, por otra parte, cada par de años me canso y me corto la melena). Toooodo el mundo me ha dicho algo al respecto (que me queda muy bien, por si interesa). Toooodo el mundo de verdad, o sea, incluso esos que siguen a estas alturas empeñados en obviar que algo me pasa, algo grave: o me he tragado una pelota de fútbol, o tengo unos gases preocupantes o estoy embarazada. Con un par.

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