Revista Literatura

De Cortázar, el ombú y los gorditos

Publicado el 20 diciembre 2011 por Tuky @Tuky
“Recaigo en la conciencia de que soy idiota, de que cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida”Julio Cortázar
Ahí están ellos, se sentarán en ese espacio del jardín, sobre ese suelo de piedritas marrones.
¿Ves? ahí se sentaron, te lo dije.
Él sacará de su mochila un tarrito de frutas secas y ella le comentará que justamente hoy, a la mañana, le dijo a alguien: “me gustan las frutas secas”. Él, no se sorprenderá pero ella —internamente—, se preguntará: “¿cómo es posible que haya traído avellanas, bananas secas y nueces, justo cuando yo hoy, hablé de eso?” —convengamos que la pregunta no estará de más si tenemos en cuenta que hablar de frutas secas, no es lo mismo que decirle a otro “cómo llueve ¿no?”, mientras está lloviendo—
Así, bajo ese ombú de tronco grueso y brazos que desbordan de hojas verdes, los dos escucharán al hombre de voz maravillosa recitar al viento, las palabras de Cortázar.
¿Ves? ahí está, te lo dije, ella saborea una avellana.
Cuando quien recita diga: “muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear?” ella, será la idiota que lo mire sin que él, lo note.
Entonces, pensará: “es tan bonita tu mirada colgada del verdor del verano…” y tendrá ganas de confesarle: “me pierdo en tu perfil, en tu nariz podría dormir una siesta de verano y en tus labios… ¡qué brújula me traería de regreso si un día me robaras un beso!”. Ella, silenciosa le dirá también: “me pierdo en la palma de tu mano, ¿puedo rezarle mis poemas de planicies y no cobrarte nada?; y ya que estamos por medio de la presente, que se entere tu antebrazo, que es una catarata de agua dulce, y que yo, bien podría cantarle mil besos y cuatro caricias, en cuentagotas”.
¿Ves? se le nota en la mirada lo que piensa.
Sin embargo Ella, comprimirá todo lo que siente al mirarlo, y le dirá una sola frase: “¿me hacés acordar de la palabra “verde”? — Porque claro, ella, no puede hacerle tamañas declaraciones y quiere recordar escribirlo— “Verde, ok” contesta él que ya está acostumbrado a sus pedidos insólitos; ¿lo escuchaste?
Ella se perderá en el tiempo, mirará las piernas estiradas de él sobre las piedritas, imaginará que se acuesta sobre ellas y él, él le acaricia el pelo mientras sonríen de las ocurrencias de Cortázar.
Cuando ella vuelva a este jardín y lo mire de perfil y para sus adentros diga: “que pena que no me sepas”; bajará los ojos hacia las piedritas y buscará entre ellas, algo. No sabrá qué busca pero, recorrerá las formas y colores que todos pisan y pasan por alto.
Entonces, sucederá que ella notará que hay algo que no es una piedra, entre las piedras.
“Mirá! ¡un gordito!” dirá, como si hubiera descubierto un tesoro escondido o, la mismísima tumba de un famoso faraón.
Y cuando él vea, en la mano ajena, un fruto seco de árbol; la escuchará decir: “¿Ves?, no importa como lo gires siempre se ve una carita”.
En ese exacto momento ella, saboreará ese perfume tan nuevo, ese perfume que es él. Él, mientras tanto, arqueará las cejas sorprendido de la insignificancia y sonreirá, sin saberse olido.
Ahí está, mirá como el labio de él se ilumina y como el pecho de ella, se traga todo el aroma.
Ella se preguntará si estarán escondidos más gorditos entre las piedras y pensará que los botánicos podrían hacerle juicio por nombrar “gorditos” a algo que posiblemente, tenga nombre griego, largo, e impronunciable.
Ahí, mirá, ella encontró otro gordito y otro más, y otro más.
En unos minutos, terminará el recital de cuentos; Cortázar se evaporará de este jardín y ellos, se pararán para aplaudir.
Te lo dije, el eco de las palmas compitiendo con el canto de los pájaros.
Caminarán por los pasillos naturales del jardín.
¿Los ves? ¿Ves como se filtran los últimos rayos del sol entre las hojas? ¿Ves como le brillan los ojos en la penumbra de ese árbol?
Luego, dejarán las palabras de Julio colgadas en las ramas del ombú y caminarán hasta aquel auto que lo llevará a él, hasta rumbos inciertos.
Se detendrán en la vereda y cuando el sol ya haya caído, se contarán los últimos sucesos de sus vidas con la rapidez de quien tiene que partir, pero no quiere despedirse.
Ahí están, los dos, al lado de los adoquines de la calle; únicos testigos de mis predicciones.
¿Y ahora qué pasará me preguntás?
Todo el verde de la tarde en los labios y el bolsillo; repleto de gorditos.
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