De cuanto te vi

Pasan muchas cosas alrededor del tiempo. A veces se detiene, otras se escapa.

Es como la marea que besa la arena con su espuma, incansablemente, y luego se retira, para convertirse en otra ola, en otro avance, en otro retiro.

Hoy estoy en el día fuera del tiempo. Apenas unas horas después de que, escuchando tu respiración repitiera en mi mente un mantra que salvara ese instante del olvido.

Los minutos iban subiendo y bajando, al compás de tu respiración, mientras en la calle, la noche anticipa el clima pre festivo de estas navidades.

Lejos de haber vacío en este día, está todo lleno. Mi soledad viene acompañada por ciento veinte fotogramas de una misma escena que yo me tomé el trabajo de capturar y liberar; sabiendo que la insistencia por encarcelar lleva inevitablemente al camino de las cosas perdidas.

Tomo el segundo, lo dejo ir. Inspiro el aire cargado que exhala de tu cuerpo, y lo dejo ir. Hundo mi barbilla en tu hombro, como  un chico que hunde los pies en el barro por primera vez, sintiendo la magia de la tierra a su alrededor. Luego va a su casa, a lavarse los pies y a ser feliz, sabiendo que puede volver cuando quiera.

La certeza de que este es el sueño que se asoma tímidamente y de forma pausada, de haberlo escrito y soñado, como algo lejano e inalcanzable pero que está sucediendo.

Tocar el cielo con las manos, como algo natural.

Volar sin alas como algo extraordinario.

Comprender por enésima vez, por qué la calma llega en el momento menos esperado aunque no menos necesitado. Confiar en el universo, que nos hace surcar caminos resbaladizos y llenos de zozobra, para llegar a este descanso que cada vez se parece más a un cielo despejado, a una tarde de verano con el aire fresco que entra por la ventana, al gesto sincero de un silencio cómplice, a una bebida fresca y burbujeante que se desliza por la garganta.

Ya no es la calma que antecede a un huracán, ni es la ausencia de palabras que se dicen por decir, ya no es el corazón esperando en un rincón de un callejón a que lo llamen a participar de la fiesta, ni un presente que se muestra miedoso e inseguro de su propia existencia, ni las frases rebuscadas, ni las teorías disparatadas.

Hoy, el día sin tiempo, lejos de certezas, suposiciones, miedos  y finales programados, es esa esperanza sin pereza y firme, la misma que encontré en tus ojos la primera vez que te vi.

Patricia Lohin

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