Revista Diario

De las moscas del mercado

Publicado el 19 agosto 2010 por Encantada
De las moscas del mercado¡Huye, amiga mía, a tu soledad! Ensordecida te veo por el ruido de la gente grande, y acribillada por los aguijones de la pequeña.
El bosque y la roca saben callar dignamente contigo. Vuelve a ser igual que el árbol al que amas, el árbol de amplias ramas: silenciosos y atento pende sobre el mar.
Donde la soledad acaba, allí comienza el mercado; donde el mercado comienza, allí comienzan también el ruido de los grandes comediantes y el zumbido de las moscas venenosas.
A causa de esas gentes súbitas, vuelve a tu seguridad: sólo en el mercado le asaltan a una con un “¿sí o no?”.
Todos los pozos profundos viven con lentitud sus experiencias: tienen que esperar largo tiempo hasta saber qué fue lo que cayó en su profundidad.
Innumerables son esos pequeños y mezquinos; y a más de un edificio orgulloso han conseguido derribarlo ya las gotas de lluvia y los yerbajos.
Tú no eres una piedra, pero has sido ya excavada por muchas gotas. Acabarás por resquebrajarte y por romperte en pedazos bajo tantas gotas.
Fatigada te veo por moscas venenosas, llena de sangrientos rasguños te veo en cien sitios; y tu orgullo no quiere ni siquiera encolerizarse.
Demasiado orgullosa me pareces para matar a esos golosos. ¡Pero procura que no se convierta en tu fatalidad el soportar su venenosa injusticia!
Ellos reflexionan mucho sobre ti con su alma estrecha: ¡para ellos eres siempre preocupante! Todo aquello sobre lo que se reflexiona mucho se vuelve preocupante.
Ellos te castigan por todas tus virtudes. Sólo te perdonan de verdad tus fallos.
Como tú eres suave y se sentir justo, dices: “No tienen ellos la culpa de su mezquina existencia”. Mas su estrecha alma piensa: “Culpable es toda gran existencia”.
Aunque eres suave con ellos, se sienten, sin embargo, despreciados por ti; y te pagan tus bondades con daños encubiertos.
Ante ti ellos se sienten pequeños, y su bajeza arde y se pone al rojo contra ti en invisible venganza.
Huye, amiga mía, a tu soledad y allí donde sopla un viento áspero, fuerte. No es tu destino el ser espantamoscas.
Así habló Zaratustra.

En otra época y lugar, en otro género, este texto de Nietzsche me ha dado qué pensar, y qué sentir.
Encantada de compartirlo con vosotras.

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