Descolgada

Me he descolgado. Como una campeona, además.
Abro el procesador y tecleo esas dos frases. Parpadean en la pantalla hasta que minimizo el programa. Hasta que me olvido todo lo posible mientras trato de atender otros asuntos, como el libro que tengo abierto sobre la mesa. El gusanillo de escribir está presente, pero sigo siendo hoja en blanco, tan en blanco como mi mente intentando centrarse en lo que se supone que estudio.
Las dos frases vuelve a aparecer, las vuelvo a leer y no sé cómo continuar ni qué más decir.
Se abre paso por mi interior unos versos y los vomito, uno a uno, salen a chorro. Me limito a contar las sílabas, como de costumbre. Endecasílabos. Soy predecible hasta decir basta, pero el resultado me gusta bastante. Tanto que lo guardo para utilizarlo más adelante, en otra ocasión, para otra cosa.
Lo intento. Aprovecho el impulso para saltar, para seguir adelante, para que el texto siga fluyendo como antes lo hacía. Le llego incluso a dar un buen empujón, sumar mil palabras más con relativa facilidad, medio salir del atasco en el que me encontraba. Que vaya berenjenal me monto en la cabeza a veces.
En realidad funciona, va funcionando. Sigo sumando palabras a cierta historia que no se despide de mi mente ni con agua hirviendo. Sigue creciendo, sigue teniendo su importancia y se cumple lo que tengo apuntado en mis cuadernos como un reloj. Me sorprende que siga adelante con ella, que no me haya dado por vencida, al igual que me sorprende aún más el hecho de que esté saliendo tal cual tenía pensada en un principio y me guste el resultado.
Pero sigo descolgada, muy descolgada. No hay quien engañe a mi mente. Soy demasiado feliz en estos momentos como para centrarme en algo.