Revista Talentos

Dolor de cabeza

Publicado el 15 agosto 2015 por Isabel Topham
Vivía en un segundo, y compartía planta con una familia conflictiva, varios estudiantes que solían hacer ruido al irse y llegar al portal cuando salían de fiesta, un par de delincuentes y unos okupas que llevan allí más de medio año. No había un solo día que no pasasen desapercibidos, a excepción de los okupas que no solían molestar más que para pedir dinero y agua. No podías negarte, siempre que iban a alguno de sus vecinos lo amenazaban con un cuchillo y la navaja. Llevaban ropa vieja, rota y era raro el día que se conjuntaban. No había quién se acercase a ellos por la peste que emanaba de sus bocas al abrirlas, olían a tabaco, alcohol y… mierda. Y dejaban a entrever su falta de aseo e higiene. Por otro lado, la familia eran los vecinos quienes más cerca tenía, puesto que se encontraban al otro lado de la pared. Tan sólo eran una madre y su hijo, ya que su padre pasaba la mayor parte del tiempo fuera de casa. Tenía problemas con el alcohol, las drogas y el sexo. Y siempre que se descuidaban se iba de la mano de cualquier puta a la que llamase por teléfono. La comunicación solía ser gritos e insultos, e incluso a veces se deseaban la muerte madre e hijo. El hijo tenía 12 años, y lucía un pendiente cuadrado de color plateado en la oreja izquierda. Era muy fanático de las gorras, y a donde quisiera ir siempre llevaba una ladeada. Mientras que, la ropa que llevaba era algo hortera y grande. La madre, en cambio, era la más decente de todos ellos. Los delincuentes, apenas se sabía nada de ellos. Sin embargo, el barrio en el que vivía no solía ser conflictivo sino todo lo contrario, era uno de los barrios más tranquilos de toda la ciudad.
Desde hace unos meses, tenía dificultad para conciliar el sueño y, apenas dormía las 8 horas necesarias que recomendaban los médicos. Tenía la ilusión de cambiarse de piso, o que aquella tortura dejase de pasar. Pero, la realidad era otra y no hacía más que dolerle la cabeza. Cuando unos terminaban su conversación, otros hacían la lista del botellón a gritos limpios y cuando no, jugaban con el extintor; o incluso, en alguna noche de vuelta han llegado a rallar las paredes y dejar todo el portal sucio. Cada minuto que pasaba, fruncía aún más el ceño y la cabeza no paraba de dolerle en ningún momento. Era alguien paciente, y bastante maniático con el orden de las cosas. Aunque, de esto último, era bastante cuestionado por todos. Solía tener siempre la casa patas arribas, pero en cierta medida siempre encontraba lo que buscaba. Ese era su orden, y detestaba que los demás se lo alterasen. Siempre se cabreaba cuando le pedían que, por favor, limpiase un poquito su casa antes de llevarles allí… aunque, se lo dijesen la mayoría de las veces, entre risas y dientes. Pero, hacía caso omiso, lo único que no encontraba de todo aquellos montones era su felicidad. Entre unos y otros, se la estaban quitando.
Al cabo de unos meses, fue al médico a que le recetasen unas pastillas para la tos y se volvió con unos antidepresivos. Nadie sabía nada de su depresión, y la realidad seguía siendo la misma. Los gritos no cesaban, los estudiantes cada día venían acompañados de más gente, sin embargo, los okupas dejaron de hacerse sentir entre los vecinos. Ya nadie sabía nada de ellos. Pero, el ruido provenía siempre del mismo lugar, de su propia planta. Sentía miedo, ansiedad y depresión, y por ello, empezó a distorsionar la propia realidad. Empezó a volverse loco, a confundir los límites de la imaginación con lo que podía ser cierto. Cada vez, recibía a más visita (e incluso algunos de sus vecinos le fueron a ver al poco tiempo de enterarse), y ya no sabía cómo comportarse. Escuchaba sus voces con retardo, graves y roncas, mientras sus imágenes no paraban de moverse hacia un lado y el otro. Empezó a perder visión, y todo lo veía de un solo color, un azul en su tono más oscuro confundiéndolo con el negro. Ya las únicas voces que escuchaba eran las de su cabeza.
El sueño de la razón produce monstruos.

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