Revista Literatura

Don Antonio, el maestro

Publicado el 14 mayo 2012 por Gasolinero

Pudo haber sido en una parroquia de barrio, sin oropeles y repleta, en una calurosa mañana de mayo. Una iglesia de fe pura, musical y escandalosa, con gente arreglada y oliendo a domingo. Cada tanto el cura se asoma por la puerta de la sacristía, sonriente y con descaro comprueba cómo se va llenando la bancada. El coro calienta voces, por bajini, tararea los Sonidos del Silencio; la letra es el Padrenuestro. Hace calor, el sol entra a raudales por las pulcras cristaleras de honrados motivos menestrales y agrícolas.

Gracias a dios siempre se distinguió de los pedagogos y afortunadamente nunca llegóDon Antonio, el maestro a ser uno de ellos. Se quedó en maestro. Pienso que accedió al oficio dada la inexistencia de una vacuna y que por ello, en lugar de ser yuntero lo matricularon en la escuela de magisterio. Este narrador no recuerda nunca haberlo visto vestido de negro, como los huertanos valencianos y los empleados de las funerarias. Primera de las cinco características enunciadas por el Excelentísimo Señor Camilo José Cela Trulock  —marqués de Iria Flavia— que identifican a los pedagogos  (la segunda una considerable acidez de estómago, la tercera la omisión de la higiene dental, la cuarta que escupen salivitas al hablar y la quinta desear la muerte entre horribles padecimientos a una clase particular de niños). El señor marqués, en vida, era muy dado a declarar y definir nóminas de particularidades intrínsecas de determinados colectivos, como las nueve señales del hijo de puta, que han hecho mucho por el bien común y por la claridad de las cosas.

Poca gente lo sabe, pero llegó en un ciclomotor rojo a un viejo edificio de dos aulas, estufas de carbón y alumnos pertenecientes en exclusiva al género maromo. Al principio cayó mal, incluido a este narrador aunque no le diese lección, ya que se empeñaba en impartir las clases. Este acto que puede parecer tan lógico, no lo era en aquella escuela, en la que el otro dómine y titular de quien esto escribe, un inveterado anciano a punto de la jubilación y que desasnó a varias generaciones de lugareños, en cuanto hacía buena tarde y la alumnada le tocaba las palmas, nos llevaba a las eras a esparcirnos. Él se empeñaba en afearle la plana al anciano profesor y los zagales le tomamos coraje.

Unos años después volvimos a encontrarnos con el citado mentor. La vida y sus vueltas llevaron a que se celebrase una reedición del famoso concurso televisivo «Cesta y Puntos» patrocinado por una caja de ahorros ahora en el candelero, en la que en principio, competirían todos los colegios locales, optando la escuela ganadora a participar en  fase provincial, etcétera. Servidor fue seleccionado para la escuadra y el entrenador sería el reiterado preceptor. Nos rebajaron de clases y regresamos al viejo edificio para nuestra preparación.  Pasamos unas semanas, o meses que no consigo recordarlo, de armonía y compañerismo que me hicieron mirar al profesor de otra forma, teniéndolo desde entonces en la más absoluta de las consideraciones.

Supo transmitirnos la curiosidad, la naturalidad de los conocimientos y que el saber cosas no era algo malo que hubiese que llevar en secreto. Tras un sinfín de anécdotas, quedamos los segundos en la competición. Siempre he considerado a nuestro entrenador como el mejor maestro de los que han pasado por mi vida escolar, aún a pesar de no haberme dado clase.

Mientras ensaya el coro, afinan las guitarras y los chiquillos hablan varias octavas por encima de lo comúnmente aceptado como normal, se oye en el banco de atrás una voz conocida:

—¡Qué calor hace esta mañana!

Al volvernos es don Antonio, el maestro.

—Es que yo no tengo el ombligo frío como Francisco.

Pudo haber sido en una parroquia de barrio una calurosa mañana de mayo.

Nota(“Yo tuve el ombligo frío” es el nombre de este sitio donde con trabajo uno escribe; el hecho de que el idealizado profesor por medio de la ironía declarase que lo leía, supuso que la autoestima subiese como en esas atracciones de feria, en las que hay que dar con un mazo en un resorte para que suba una pieza que hará sonar una campanilla. Y que el orgullo de Mari Carmen alcanzase niveles ya olvidados por entonces.)

http://www.youtube.com/watch?v=kxp-69rv4DU


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