Dos gatos

La montaña ardía y todos los habitantes del pueblo, hipnotizados y aturdidos, observaban las llamas desde las calles. Nunca habían visto nada igual. Todos excepto Capote, que apuraba el café sentado en la barra del bar. Un guardia civil entró en el centro de salud y llamó a tu puerta. Buenos días, doctor. Buenos días. ¿Es usted el médico de cabecera del señor Germán Sanchís? Así es. Debo entregarle esta orden de mis superiores. Abriste el sobre y en él, escrita en un pliego con membrete oficial, aguardaba la orden de confirmar si, en la tarde ayer, el paciente don Germán Sanchís Sevilla había estado, como afirmaba en interrogatorio realizado dos horas antes, en la consulta de psiquiatría de la Unidad de Salud Mental en la capital. Será un momento, indicaste, siéntese. Marcaste el número de teléfono, esperaste contestación y preguntaste por el doctor Molins. Doctor Molins, buenos días, perdone que le moleste. Buenos días, cuénteme. Mire, sólo quería saber si ayer por la tarde atendió al paciente Germán Sanchís. ¿A Capote? Sí, eso es. Sí, sí. Estuvo aquí. Tenía cita a las cuatro y media y, milagrosamente, llegó puntual. Estuvimos cerca de una hora. Es la primera sesión productiva, creo. Muchas gracias, doctor. De nada. ¿Cómo va lo del incendio? Bueno, creo que ya lo tienen controlado. Está bien, me alegro. Buen día. Adiós. Escribiste en un folio la información que acababas de recibir. Lo doblaste por la mitad, lo metiste en un sobre y se lo entregaste al guardia civil. Muchas gracias, doctor. De nada. Otra cosa. Me dicen también que, en el próximo cambio de retén, los voluntarios que bajan de la montaña se acercarán al centro de salud para ser examinados. Muy bien. Aquí estaremos.
¿Sabe cómo se hace, médico? Se meten dos gatos en un saco de esparto. Se rocía de gasolina y se prende fuego. Los gatos en llamas salen corriendo por el bosque, chillando como locos, y así propagan el fuego hasta que mueren. Después es muy difícil demostrarlo. ¿Y tú cómo sabes eso, Capote? Lo he visto hacer cien veces.