Revista Diario

Economía

Publicado el 15 agosto 2010 por Anarod
Este verano (atípico) he tenido que andar de tiendas buscando lo que necesitaba para acabar de acomodarme medianamente.
Una de esas tardes, cuando iba a pagar mis compras, ante el mostrador de la caja se debatían un par de niñas (diez u once años, les eché) contando sus monedas y haciendo cálculos. Buscaban un regalo de cumpleaños para una amiguita y... ¡cachis! no les llegaba el dinero. Sopesaban si renunciar a lo que habían elegido o...
¡ABRIR LA HUCHA!
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Avalancha de recuerdos y, sobre todo, el intento de recordar las formas posibles del temido/adorado objeto de los niños.
Yo sólo tenía un baulito o una cajita de metal, con su llave (creo que había sido un joyero), porque la hucha de barro (panzuda o porcina) que se abría de un martillazo en casa debían de juzgarlo innecesariamente bárbaro.
En fin, las que más recuerdo son las del día del Domund o de la raza...
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Algo infinitamente menos espantoso que la experiencia de la hucha quehabría tenido el desdichado Jacques Vingtras el protagonista de El niño, primer volumen de la trilogía autobiográfica de Jules Vallès que leo estos días (en temporadas así, aprovecho para completar mis muchas lagunas):
Me prometen recompensas, comoa todos los chiquillos; una perra gorda si me porto bien y, cada vez que sea elprimero, una perra chica. ¿Me las dan? No, mi madree me quiere demasiado.
Y, sin embargo, no me privaba para enriquecerse.
Los diez sueldos no se quedaban en la familia, iban a yacer en el interior de una alcancía cuyas fauces se reían en mis propias narices.
-Es paar ti -decía mi madre, haciéndome contemplar la moneda antes de echarla por la hendidura.
Y yo no volvía a verla.
-Es -añadía- para comprarte un hombre
.
Confieso que al llegar aquí la frase me estremeció. Leo la llamada de la nota del Traductor: "El autor se refiere a una práctica, habitual entre las familias que podían permitírselo, consistente en pagar a un hombre para que hiciera el servicio militar en el puesto del hijo llamado a filas".
Y enseguida el alivio, al comprobar que el niño aprendía:
Siempre juiciosa, impartiendo sin pedantería sus lecciones, mi madre, que seguía las ideas de su siglo, me inspiró de este modo el odio hacia los ejércitos permanentes, y me hizo reflexionar acerca del impuesto de sangre. De vez en cuando me rebelaba y citaba el ejemplo de mis compañeros que gastaban su dinero en vez de guardarlo para comprar un hombre.
-Sin duda son tullidos, créeme.

(Del Cap. XIII: Fregado - Gula -Limpieza)
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