Revista Literatura

El 48

Publicado el 15 julio 2011 por Tuky @Tuky
“Y sentí que la muerte era una flechaque no se sabe quién dispara”Octavio Paz
—Yo creo que su vida fue un ejemplo anónimo de cómo se debe vivir— dijo uno de los presentes sujetando una boina contra su pecho—, muy pocos se animarían a mantener por tanto tiempo sus ideales, como él. Sin ir más lejos, ¿recuerdan cuando se negó a trabajar para ese diario importantísimo porque el dueño era coleccionistas de tuercas?
—Sí, yo me acuerdo perfectamente, estaba indignadísimo; me dijo que ningún sueldo por más grande que sea, justificaba que sus palabras sean abaladas por alguien que claramente, no sabía de la importancia de ser clavo.
El tercero de los presentes escuchaba sin decir nada, mirando para abajo (como los demás); recordando que la remuneración de aquel trabajo equivalía a cuatro de sus sueldos actuales y que las tuercas habían sido la excusa para no tener que hablar de cuando traficaba en el mercado negro las supuestas “tuercas” de la cruz de Cristo, estafando a Dios y María Santísima.
— ¿Y del amor? ¡¡Qué hombre!! Las muchachas morían por él y él, tan caballero, tan galán. Creo que bien podrían haber hecho un libro de las almas que se le entregaron sin limitaciones, sorteando las vicisitudes, sin que importen las consecuencias de brindar el corazón aún, en situaciones en las que todo está en contra.
—Sí, yo recuerdo sus amores.
El tercero de los presentes arqueó en silencio, una ceja descreída. Recordaba con claridad la historia de aquella mujer que fue capaz de viajar desde otro país, dejando su trabajo, su casa y toda su vida y cómo él (que ahora no se agacha para atarse los cordones) la dejó plantada en el aeropuerto cuando la vio de cuerpo entero. Es que claro, no le había gustado el pantalón que la mujer traía.
—No hay palabras para este dolor, muchachos, no hay palabras—dijo el de la boina pasándose un pañuelo de papel por los ojos.
—Bien sabés amigo mío, que en estos momentos estamos con vos.
El tercero de los presentes no entendió si le hablaba al muerto, o si lo incluía a él como acompañante.
— ¿Qué se puede decir de un tipo que le traía facturas todos los domingos a mi hermana cuando estaba deprimida?, ¿qué frase se puede decir de un ser así que se comprometía con las causas más nobles? ¿Se acuerdan de las rifas que vendía para ayudar al comedor de los indigentes?
— ¡Cómo no acordarse de tamaño corazón!
El tercero ladeó la cabeza como quién dice “masomenos”, recordando que la hermana en cuestión, tenía relaciones poco santas por las que cobraba y que las rifas implicaban un buen negocio; sobre todo cuando el difunto presentaba al comedor de indigentes sólo la mitad de lo recaudado y la otra mitad, se la guardaba para las carreras de caballos.
—Me parece que fue ayer cuando nos dijo: “no se pongan tristes si yo muero”
— ¡Qué manera de preocuparse por el prójimo!
El tercero recordó que esa frase había sido dicha en la cama del hospital allá por el setenta y cuatro, luego de que le propinaran una tremenda paliza para hacer justicia por la rotura del techo de un auto. Es que claro, el finado había saltado de una ventana a un árbol y la rama no aguantó el peso; dando como resultado, el hundimiento lógico del auto. Que dicho sea de paso, era del marido de la dueña de la ventana, de la que casualmente el finado era amante. Valga la aclaración, era “amante” desde que se enteró que la mujer había cobrado una suculenta herencia de una tía abuela europea.
— ¿Y ahora? ¿Qué haremos Ricardo con el océano de tu amistad si nos dejas secos? ¡Ricardo! ¡Ricardo! Ay, por Dios, Ricardito… ¿Qué haremos compañero? ¿Cómo seguirá el mundo sin vos? Se callarán todos los bandoneones, se pararán todos los relojes ¡joder! ¡Que injusticia morir así! Decime flaco, ¿por qué nos dejaste así tan rápido? mirá, mirá este moño negro que traigo puesto ¿te acordás que me lo puse cuando ganamos el torneo de bochas?—dijo llegando al tope de la emoción cual actor de novela de bajo presupuesto.
—Calmáte Cacho, calmáte que te sube la presión y te saltará la próstata—dijo el segundo.
—No es justo che, la gran pu que lo tiró de las patas che, no es justo —se lamentaba Cacho llorando a moco tendido.
—Cacho compórtate como un hombre che, calmáte te digo, a ver si se te afloja el corazón y te tengo que pagar como si fueras cero kilómetro, tiendo 79 años.
El tercero hizo un círculo con los ojos como quien dice “ahí vamos otra vez con la misma cantinela”. Es que claro, Cacho cada veinte minutos le hablaba al muerto y el muerto….obviamente, no contestaba.
—No somos nada, che, no somos nada—suspiró Cacho pisando el pañuelo de papel
—Es cierto, nada somos, nada—dijo el segundo asintiendo con la cabeza.
—Bueno, al menos Ricardo está en paz—dijo el tercero rompiendo su mutismo y tosiendo como quien tiene una verdad atragantada.
El tercero omitió decir que el yogur en mal estado que mató a Ricardo, fue redundante. Después de todo, “Ricardito”, era un digno exponente de la bajeza, la falsedad y de la mala leche.
El 48
Nota: el 48 en la lotería Argentina es “el muerto que habla”

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